Opinión > CAMPAÑA ELECTORAL

Queda bien decir "centro", pero es "derecha"

Los votantes uruguayos son reacios a decir que son de derecha, porque queda mejor decir que sos de izquierda o de centro
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19 de octubre de 2019 a las 05:02

Desde hace mucho tiempo en Uruguay queda muy mal decir que sos de derecha. ¿Escucharon a muchas personas decir que son de derecha? En cambio, ¿cuántas han dicho sin ningún rubor que son de izquierda –sacando pecho en general– y cuántas dicen que son de centro? Pero las cosas están cambiando, y si bien siempre lleva tiempo para que una posición no del todo políticamente correcta para los tiempos que corren se manifieste de forma abierta, es indiscutible que una porción de los uruguayos tiende a apoyar candidatos y/o propuestas que se ubican en ese lado del espectro político. Las elecciones del 27 de octubre nos darán datos más claros sobre esto y será hora de hacer una lectura fina de lo que piensan, creen y aspiran esos votantes, porque aunque no agrupados en un solo partido ni partidarios de un solo candidato, existen e influyen mucho más de lo que podrían imaginar quienes no comparten sus puntos de vista.

La primera pregunta a hacerse es por qué cuesta tanto decir “soy de derecha” y no cuesta nada expresar “soy de izquierda”. La historia siempre pesa, sobre todo en un país que tuvo una dictadura larga y violenta, cuyas consecuencias siguen reverberando hoy en temas tan dolorosos como el de los desaparecidos que, de nuevo, ha marcado esta campaña. A eso se le suman 15 años de gobierno del Frente Amplio, un partido que debió bregar 34 años para llegar al poder y en el camino construyó su relato de izquierda. Mucho antes, el primer Batlle fue el progresista original y en él se inspiraron luego buena parte de los políticos uruguayos.

Luego de tres períodos de gobiernos de izquierda llegamos al punto en el que la dicotomía hace tiempo dejó de ser “los que piensan así o asá” para convertirse en “los buenos y los malos”. Eso fue horadando como una gota sobre la piedra y se terminó polarizando aún más en esta campaña en la que, de nuevo y al menos en el discurso, los buenos son los de izquierda (y capaz que alguno de centro) y los malos son de derecha. Así van las cosas cuando se recurre a fundamentalismos, de uno u otro extremo, que empobrecen. Pero claro que hay buenos y malos en cualquier recodo del espectro político, como hay buenos y malos en la especie humana y como la bondad y maldad convive en mayor o menor medida en cada uno de nosotros. Pero en el Uruguay batllista, seguido de una dictadura disparatada, terminaron asentándose aún más los prejuicios; no es de extrañar entonces que muchas personas que alguna vez dijeron abiertamente “soy de derecha” hayan optado por callarse la boca.

Eso está cambiando y se nota sobre todo en las redes sociales. Aún es una rareza escuchar a alguien decir que es de derecha en vivo y en directo, pero no tanto en Twitter, aún a sabiendas de que le va a caer una andanada de ataques. Al mismo tiempo, luego de 15 años progresistas el centro sale a pedir cancha; en ese centro hay mucha derecha que todavía no termina de salir del clóset pero que vota y decide.

Las personas de derecha no son todas votantes de Guido Manini Ríos, como a veces se quiere simplificar. Ni de Edgardo Novick, por seguir una línea caprichosa que ubica en un extremo y otro a ciertos candidatos. Porque si yo ahora te pregunto quién es de izquierda y quién de derecha entre los actuales 11 hombres que se postulan a la presidencia uruguaya, ¿cómo sería el dibujito que harías? Parece fácil, pero no tanto a la hora de concretarlo. Esta semana el candidato del Frente Amplio también se perdió en esto. El periodista Gabriel Pereyra le preguntó a Daniel Martínez: “¿Sos de izquierda? Sí, soy de izquierda. Si vos sos la izquierda, ¿quién es el centro? Pah, buena pregunta. No lo he pensado”.

El propio Manini Ríos se explayó sobre el tema en el ciclo De cerca, en el que habló de las múltiples izquierdas y derechas y dijo: “Artigas era un preocupado por los más frágiles y en ese aspecto uno puede decir que coincide con ese tipo de izquierda. Pero en la de poner orden en el caos, en el relajo que se vive hoy, si eso es derecha, soy de derecha y no tengo ninguna vergüenza en decirlo. Ahora, para mí el orden en el relajo lo está pidiendo todo el espectro político. No lo está pidiendo la gente de derecha ni nada por el estilo. Es un clamor de los uruguayos”.

La derecha tiende a ser demonizada, en muchos casos a la luz de la historia marcada por nacionalismos y populismos que cometieron atrocidades y de ultraderechas modernas que resurgen. Como consecuencia, este electorado ha sido casi casi que dejado de lado, al menos en la mayoría de los discursos de los candidatos. 

En su última columna el politólogo Adolfo Garcé lo analiza con claridad: “En su búsqueda del ‘centro’, los candidatos presidenciales del Partido Nacional y del Partido Colorado descuidaron a los electores de derecha”. Julio María Sanguinetti, el presidente que se puso al hombro el primer período democrático tras la dictadura con todos sus ríspidos bemoles –al que muchos identifican como “derecha”– ya se dio cuenta de que los puntos que suma Manini Ríos en las encuestas salen del corazón de su partido; esos votantes buscan en el militar lo que encontraron alguna vez en algún sector del Partido Colorado. No debería sorprender que de un día para el otro Sanguinetti haya decidido apoyar formalmente la reforma Vivir sin miedo, que huele a derecha –si lo es o no, es otra discusión– y que ningún candidato, ni siquiera Luis Lacalle Pou o Ernesto Talvi, apoyan explícitamente.

El Novick de la elección pasada (ahora desinflado) y el Manini de este ciclo demuestran que hay un grupo del electorado que apoya propuestas que tradicionalmente se han identificado con la derecha. Si esto es coyuntural o estructural, lo dirá el tiempo. En la historia de este país fueron los partidos tradicionales los que contuvieron a todo el espectro político, algo que en los últimos 15 años se ha ido desdibujando. Pero cambia todo cambia, y la izquierda ya no parece tan cool ni la derecha tan jorobada. Y como cambia todo cambia, la confianza en la democracia en este país pasó del 86% en 1997 a 61% en la última medición. ¿Es que creemos menos en la democracia? ¿Es que cuatro de cada 10 uruguayos creen que la democracia es irrisoria? Lo bueno se da por sentado, y es fácil acostumbrarse a lo bueno.

Entre el 40% y 60% de los uruguayos apoyan la reforma, según las encuestas, a pesar de que buena parte de los candidatos dicen que no la votarán. Es imposible pensar que todos estos votantes son de derecha. El “vamos a terminar con el relajo” de Manini Ríos es un llamado que suena a derecha pero que convoca a personas de pensamiento muy diverso. ¿Debieron los candidatos de los partidos tradicionales darle señales a esos votantes?

Inversamente, está claro que no todos los que podrían votar la reforma votaron o votarán a Jorge Larrañaga. De otra manera, hoy sería el candidato a presidente.

Todo lo anterior demuestra que buena parte de los votantes, entre ellos los más jóvenes, no se casan tan fácil ni unívocamente ni con un partido ni con un candidato ni con una categoría. Y que no dudan demasiado, en algunos casos, a virar de un lado al otro del espectro dependiendo no tanto de sus convencimientos ideológicos sino más bien de sus necesidades e incluso de sus miedos, que suelen ser bastante irracionales pero igualmente aterradores.

El sentido común no es de derecha ni de izquierda, aunque muchos abanderados se encarguen de levantar el dedito acusador con demasiada frecuencia sin reparar primero en lo que necesita o no este país, más allá de las categorías. Si los votos confirman lo que las encuestas prevén, será la fuerza de las urnas la que instale en el parlamento y con un peso interesante a la ahora demonizada derecha. De cómo aprendamos a convivir con las categorías y sobre todo de cómo aprendamos a escuchar el punto de vista diferente, depende el progreso de un país progresista.

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