Opinión > ANÁLISIS - CLAUDIO ROMANOFF

Réquiem para una última utopía, la pureza absoluta

La izquierda cruje con las denuncias contra presidentes de la era progresista
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15 de julio de 2017 a las 05:00
"Yo creo que no hay corrupción de izquierda. Si es corrupto no es de izquierda, si no eres demócrata no eres de izquierda, si se ponen por encima los intereses particulares no eres de izquierda", dijo en México el vicepresidente Raúl Sendic durante su disertación en el Segundo Encuentro de la Izquierda Democrática, celebrado el 26 de enero de 2016, antes que se le viniera el mundo abajo.

Esta frase, independientemente de que su emisor se encuentre bajo investigación por la administración de ANCAP bajo su presidencia, expresa una convicción extendida en la izquierda, donde todas sus vertientes ideológicas pregonan una moral revolucionaria distinta a la que a su entender impera en el capitalismo.

La lucha por una nueva sociedad incluye la visión de un hombre nuevo, edificado sobre valores de rectitud, solidaridad, generosidad e integridad. Son valores permanentes que la izquierda comparte con otras corrientes de pensamiento y que da gusto incorporar y defender.

Es muy tentador creer en ese hombre nuevo y es buena cosa que buena parte de la sociedad crea en él.
Esa visión fundacional, antropológica en la idea, es la que sufre al mirar las redes, abrir los portales, leer o escuchar que Lula empezó a caer como cayó Collor. Cruje cuando se asocia a Nicolás Maduro con denuncias del narco y ante el enriquecimiento de los K en Argentina.

Para muchas personas la corrupción era una marca distintiva de la derecha y por esa misma razón la izquierda era la alternativa.

Las denuncias, la envergadura de los delitos que se le endilgan a mandatarios e íconos de la nueva era progresista latinoamericana tienen un impacto emocional y político. Es emocional para los viejos militantes, los que dejaron todo en la lucha contra las dictaduras, los que no toleran comprar una aspirina con dinero ajeno.

Si es corrupto no es posible ser de izquierda.

¿Por qué la defensa incondicional de Lula, por ejemplo, desde sindicatos y figuras políticas relevantes? No hay posibilidad alguna que pueda cometer semejantes delitos, es un axioma; pensar y admitir otra cosa es cuestionar la ley de Newton, las cosas caerían para arriba. No hay otra que defender la injuria que, evidentemente, tiene orígenes políticos para impedir que el ex presidente vuelva al sillón presidencial de la mano de su favoritismo en las encuestas.

Y esa convicción moral –de buena fe en la mayoría de las personas– está vinculada –creen– a una contradicción fundamental en la sociedad que debe dirimirse entre la izquierda y la derecha, el socialismo y el capitalismo, los buenos y los malos. No hay neutrales, mucho menos prensa independiente, claro.
Es la política, estúpido, a la que jueces y periodistas rinden pleitesía. Nada más.

Es irresistible el encanto de utopías y sistemas lógicos de ideas. Resulta emocionante y seductor leer a Lenin, Ayón Rand, Adam Smith, los posmodernos liderados por Gilles Lipovetsky y a Yuval Noah Harari con su inquietante sociedad pos homo sapiens.

Hubiese estado bueno que alguna de las utopías hubiera funcionado. Pero no. Al menos permiten que nos podamos recostar en alguna de ellas, en varias a la vez o ignorarlas todas.

Pero las últimas noticias sobre Brasil traen otra información: La última utopía de la pureza absoluta también cayó desde el Cristo Redentor y arrastra a la raza de incorruptibles.

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