Nunca favoritos. Siempre desde atrás. La letra de la canción es el fiel reflejo de los uruguayos. Un país donde a los niños se les inculca a no temer y desafiar siempre al candidato, por más estrellas que tenga.
La épica de los uruguayos es respetada. El italiano Cesare Prandelli habló del patriotismo de los jugadores celestes. Francia sabe que los 11 charrúas, los descendientes de aquellos que alguna vez llevaron enjaulados, saldrán a la cancha a jugar por el padre, la madre y el vecino, como les pidió su capitán Diego Godín.
Si hay algo que a los habitantes de esta tierra no se les enseña es el sentido de agonía. Conviven con ella. Para pagar la luz, para llegar a fin de mes, para la pelear el día a día. El del estudiante que termina preparando el examen final sobre la hora de entrega, estudiando en la madrugada solo acompañado por el mate. Así somos.
Ese poder se traslada al fútbol de manera inexplicable. A los uruguayos les seduce ganar con sufrimiento. En la agonía del partido. Con aquello en la garganta. Los jugadores son formados a sacrificio puro. Primero para conseguir la plata del boleto para ir a entrenar, los que no la tienen van caminando, para entrenar con los pies en el barro, para salir y no tener agua caliente para ducharse y apretar los dientes y meterse abajo del agua helada.
El propio entrenador de la selección, Óscar Tabárez, destacó en más de una oportunidad el sentido de agonía de su equipo. Lo define como una virtud.
¿Qué se puede esperar para el partido con Francia, por los cuartos de final del Mundial? Los uruguayos ya lo saben.
¿No juega Cavani? Poco les importa a esta altura a los uruguayos.
Jugarán como lo hacen siempre. De la forma que solo ellos lo saben hacer, con coraje y épica. Y los de este lado del mundo, los del país de los tres millones de habitantes, se sentarán frente al televisor con la consigna clara: sufrir hasta el final.
No esperen un partido de juego vistoso, de predominio de pelota del conjunto celeste. Uruguay es un equipo práctico, dispuesto y preparado para sufrir y, en el momento menos esperado, sacudir los cimientos de la lógica.
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