En un mundo al que le gusta separase creando grietas insalvables –políticas, religiosas, económicas, sexuales– la cultura tampoco permanece ajena. Por algo existe aquello de la alta cultura y la otra. Pero hay una grieta simpática e histórica, de café y amigos, que es la que separa a los que adoran a Macbeth y su persuasiva esposa, de los que aseguran que darían la vida por Hamlet o su fantasma llegado el caso.
Jo Nesbø, a diferencia del famoso príncipe danés, no dudó un segundo en elegir al inolvidable matrimonio escocés para participar en el proyecto Hogarth, que le ha ofrecido a escritores reconocidos la posibilidad de reescribir y actualizar a Shakespeare. Nesbø fue tajante, Macbeth o nada, y para suerte de los lectores, los organizadores aceptaron su propuesta.
El resultado es una maravilla de 600 páginas que no se puede parar de leer. Fiel a su carrera literaria, el autor noruego crea a partir de la obra de Shakespeare un policial complejo pero luminoso, lleno de sangre pero también de contenido psicológico, donde cada personaje tiene su peso específico y la historia se desarrolla con una contundencia mayúscula, una de las mayores virtudes del maestro inglés que Nesbø parece haber absorbido por osmosis.
La adaptación se sitúa en una sucia, oscura y lluviosa ciudad portuaria europea asolada por las drogas sintéticas, que son manejadas por dos bandas rivales que tienen en jaque a todos los estamentos de la sociedad, particularmente a la policía, que tiene varios corruptos en sus filas. La llegada de Duncan, el nuevo y honesto jefe de las fuerzas del orden, pone en marcha la tragedia, que presenta a un Macbeth como jefe de la llamada Guardia Real (una sección dentro de la policía), exadicto y en pareja con Lady, una hermosa mujer madura que regentea el casino más importante de la ciudad.
Lógicamente, también están el resto de los personajes de la obra de Shakespeare, incluido Hekate y las tres brujas, el primero como líder de una de las bandas de traficantes y las tres mujeres como las encargadas de la “cocina” de drogas, metafórico caldero del infierno. También Duff (Macduff), como el rival dentro de la policía de Macbeth, Banquo como veterano agente y amigo de su propio asesino, Fleance, Seyton, Malcom y un largo etcétera de personajes que se mueven por la novela con enorme protagonismo gracias a la extensión del texto, que supera por mucho a la obra original, que es la tragedia más corta que escribió Shakespeare.
Es una gran novela porque sin haber leído una línea de la gran obra del Bardo de Avon, el libro se entiende y disfruta de principio a fin. Pero también es justo decir que con un ejemplar del Macbeth original a mano la experiencia se eleva muchísimo y se torna más prístina la hazaña de Nesbø.
Capítulo aparte para Lady Macbeth, personaje magnético en 1606 y en 2018, a la que Nesbø dota de gran profundidad. Una mujer que le saca brillo a la manzana antes de dársela a Adán, capaz de todo pero nada fría en su interior, compleja y simple al mismo tiempo, sublime y hermosa siempre. Puro fuego y astucia.
Es magnífica la escena que inventa el noruego para describir como se conoció la pareja y hasta qué punto se aman. En la secuencia, un cliente del casino le apunta a la cabeza a un croupier y Macbeth llega para desactivar la situación junto con Lady, que a pesar de sus protestas lo acompaña como propietaria del lugar.
Nesbø se luce contando lo que sucede con el croupier y al tiempo que revela las sensaciones internas de la pareja que está por nacer, la seducción que se va desarrollando entre ellos pero a nivel del pensamiento, alternando como ella lo va midiendo y juzgando en su interior y cómo él hace lo mismo, todo en medio de una situación explosiva.
El inmortal Macbeth de Shakespeare, el de Orson Welles, el Trono de sangre, de Akira Kurosawa. Y ahora también, el Macbeth de Jo Nesbø. Imprescindible.
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