Fundar una start up. Crecer a ritmos de dos dígitos. Levantar rondas de capital millonarias. Convertirse en un unicornio. Y todo ello, en un plazo no superior a 10 años. Montar una empresa se ha convertido en una fulgurante carrera de obstáculos, en la que el emprendedor no tiene más opción que pisar el acelerador. Pero ¿y si lo recomendable fuera plantearse la estrategia de otra forma? A fin de cuentas, el 90% de las empresas acaban cerrando en los dos primeros años.
"Gestionar una empresa es como conducir un auto de carreras, si te despistas en una curva acabas en la cuneta", comenta Marcos Martín Larrañaga, CEO de Decelera. "El emprendedor requiere un alto grado de concentración para acertar en las decisiones, es clave, pero no se puede estar en ese modo siempre, consume demasiada energía del cerebro". ¿Cuál es la alternativa entonces? Reducir la marcha y adoptar la filosofía 'slow'.
Uno de los grandes ideólogos de este estilo de gestión es Primitivo Roig. Este odontólogo de segunda generación quiso aprender los entresijos de la gestión empresarial antes de ejercer su profesión. Así que pasó varios años formándose en el extranjero y, cuando volvió a España, fundó Clínicas W, una red de clínicas de odontología slow, que resultó ganadora de la primera edición de Lanzadera.
Paralelamente, divulga su metodología como ponente habitual en la Universidad de Harvard y a través de la cátedra de Empresa de la Universidad Politécnica de Valencia.
Roig defiende que "hay que ralentizar la marcha para mejorar la calidad del servicio y solo entonces, ir ganando velocidad". Su metodología pone la satisfacción del cliente (y la de los empleados) en el centro de la toma de decisiones y sostiene que la apuesta por la calidad y el trabajo bien hecho, en realidad, ahorra dinero. "Ir más rápido implica una serie de costos ocultos, como los que se derivan de la necesidad de repetir un trabajo mal hecho, las reclamos de los clientes, etcétera. De hecho, un servicio slow se asocia al ámbito del lujo, pero no es así. No hay nada más barato que hacer las cosas bien".
Roig pone como ejemplo la sala de espera del dentista. "Hay que tener un gran control de la gestión interna, saber a cuánta gente se puede citar para que no desespere hasta que llegue su turno y para que reciba un servicio de calidad. De lo contrario, la satisfacción del cliente disminuye, lo que aumenta los gastos y reduce la rentabilidad", asegura.
Afirma además que en su caso la gestión slow le ha permitido aumentar el beneficio un 21% : "El verdadero lujo a partir de 2020 va a ser la atención personalizada, no la tecnología", concluye.
Fuente: Expansión - RIPE
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