En octubre pasado, a poco más de un mes de la elección presidencial en Estados Unidos, el entonces presidente Donald Trump contrajo coronavirus y fue internado por tres días en el hospital militar Walter Reed. El mandatario, por entonces, dijo que se encontraba "muy bien" y que se sentía "mejor que hace 20 años". "No le tengan miedo al covid-19. No dejen que domine sus vidas", tuiteó esa vez.
Su estado de salud, sin embargo, generó confusión en la prensa estadounidense luego de las declaraciones del médico presidencial, Sean Conley, quien durante una conferencia de prensa intentó minimizar el riesgo de su condición médica y se negó a responder si tuvo que recibir oxígeno para respirar mejor.
El experto indicó que el por entonces presidente se sometió a una prueba de espirometría, que mide la capacidad pulmonar, en la que obtuvo buenos resultados. Sin embargo, otros especialistas médicos aseguraron que ese test es inoportuno para los contagiados de coronavirus.
“Estaba tratando de reflejar la actitud optimista que ha tenido el equipo, el presidente, su curso de enfermedad”, reconoció esta semana al diario estadounidense The New York Times. "No quería dar ninguna información que pudiera desviar el curso de la enfermedad en otra dirección, y al hacerlo, ya sabés, resultó que estábamos tratando de ocultar algo, lo cual no era necesariamente cierto", agregó y explicó que había dado una versión optimista en ese momento.
Sus primeras afirmaciones contradijeron las palabras de Mark Meadows, ex jefe de gabinete de la Casa Blanca, quien a los pocos minutos de esa conferencia dijo que los signos vitales de Trump eran "preocupantes", que tuvo fiebre y que su nivel de oxígeno en sangre bajó rápidamente. Tras sus dichos, Trump estalló en ira, según las personas que hablaron con él.
Trump, en realidad, estaba más enfermo de lo que se comunicó públicamente en esa ocasión, aseguraron cuatro personas familiarizadas al empresario, citadas por The New York Times. Sus niveles de oxígeno en sangre estuvieron extremadamente bajos en un momento y, además, padeció un problema pulmonar debido a la neumonía que le causó el virus.
El testimonio recogido de los funcionarios menciona que su nivel de oxígeno en sangre descendió a 80 grados (se considera grave al ser menor a 90), cifra que había negado anteriormente el doctor Conley, mencionando que había bajado al 93%, al punto de que dos de ellos pensaron que sería necesario colocarle un respirador.
En la evaluación, de acuerdo a las revelaciones del citado medio, los médicos descubrieron que el mandatario tenía infiltrados pulmonares (consecuencia de sus pulmones inflamados), lo que puede ser un signo de un caso agudo del coronavirus.
Sus asistentes le dijeron que debía trasladarse al hospital Walter Reed, pero, al resistirse, le insistieron en que podía arriesgarse y esperar a que el Servicio Secreto de Estados Unidos lo sacara más enfermo, relataron dos personas conocidas con los hechos a The New York Times. Fue entonces que el empresario, de 74 años, fue movilizado al centro médico con fiebre, luego de haber tenido problemas para respirar y recibir oxígeno dos veces, como finalmente reconoció Conley tras el informe del diario estadounidense.
Por su sobrepeso, por su edad avanzada y por tomar medicamentos para tratar el colesterol alto y prevenir ataques cardíacos, Trump era considerado un paciente de riesgo para enfrentar el covid-19 con patologías previas. En consecuencia, mientras estaba en la Casa Blanca, los médicos le recetaron un tratamiento agresivo con un cóctel de anticuerpos de la firma Regeneron, que aún no había sido aprobado para combatir el virus en el país y dio a entrever que su condición de salud era grave.
Una vez hospitalizado, Trump tomó dexametasona, un potente glucocorticoide sintético que se recomienda, generalmente, en pacientes graves de covid-19. Además, recibió por cinco días el medicamento remdesivir.
Luego de recibir el alta, el empresario estaba seguro de que el tratamiento con Regeneron le había salvado la vida, por lo que le dijo a sus ayudantes: "Soy la prueba de que funciona". Esa afirmación se convirtió en una burla entre los principales funcionarios de salud, que bromeaban por quién le diría primero a Trump que, en realidad, su resultado de ensayo clínico era fallido para Regeneron, ya que el objetivo consistía en evitar que las personas fueran hospitalizadas después de recibir el medicamento, dijo un ex alto funcionario de la administración.
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