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Un almuerzo con Sartori: entre redes sociales y la ayahuasca

El precandidato nacionalista almorzó con Alonso, Dastugue y Costa en Ciudad Vieja
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11 de junio de 2019 a las 07:29

Ni bien pasó la puerta del restaurante Jacinto en Ciudad Vieja llamó la atención. Vestido de traje impoluto color azul oscuro que parecía tallado sobre su cuerpo. Estaba impecable, como de costumbre. Zapatos de cuero en punta cuadrada y corbata en composé. No hubo quien no lo mirase. Y él les devolvía su amplia sonrisa. 

Así fue la entrada triunfal del precandidato del Partido Nacional Juan Sartori, quien a pesar de que hasta hace unos meses parecía un extranjero en su país natal, escaló hasta ganarse el segundo puesto en la interna del Partido Nacional, según las últimas encuestas, y dice estar seguro de que puede ganar.

“Ya tengo casi los mismos seguidores en Instagram que (Luis) Lacalle Pou y su cuenta tiene cinco años más que la mía”, disparó entre risas Sartori a sus acompañantes. “Lo tuyo es impresionante, Juan”, le festejó la senadora Verónica Alonso, según constató El Observador presente en el restaurante. También compartían la mesa Óscar Costa, jefe de campaña del equipo de Sartori, el diputado Álvaro Dastugue y una quinta persona.

La legisladora puso encima de la mesa su celular para comparar cuántos seguidores tienen los dos precandidatos blancos que llevan la delantera, esta vez, en Twitter. “En esa red no, ahí me falta”, le aclaró Sartori. Pero ella insistió. El tiro le salió por la culata porque su candidato perdía por goleada. Mientras el líder del sector Todos tiene 125 mil seguidores, Sartori llega a los 15 mil.

“Es que vos vas solo cinco meses, Juan. Despreocupate. Ese número para tan poco tiempo está perfecto”, lo animó Costa. “Y aparte los seguidores de Twitter de Lacalle Pou son todos comprados, no son reales, no vale para comparar”, agregó Alonso. El plato de polenta grillada acompañado con berenjenas lo distrajo de la derrota digital. 

“A Larrañaga, dejalo tranquilo” 

El almuerzo se extendió entre conversaciones políticas y bromas. El tono de voz de la mesa del precandidato era lo suficientemente alto para que se escuchara desde la barra del local. Se detuvieron brevemente en el caso Sendic y comentaron sobre el otro competidor blanco. “Vos a Larrañaga no le pegues más. Dejalo tranquilo”, insistió más de una vez Sartori en la mesa. “Que ellos si quieren nos peguen, que sigan haciendo lo que quieran, total…”, redobló el precandidato con una sonrisa sobradora. 

¿Legalizar la pasta base? 

Uno de los temas de la sobremesa fue la droga. “Hay que legalizar la pasta base para combatirla”, dejó caer uno de los acompañantes. Pero Sartori le respondió con una mueca poco convincente y Alonso agregó: “No creo que esa sea una medida muy popular”. Y entre opiniones y anécdotas, la charla derivó en el consumo de ayahuasca. 

Sartori evitó dejar claro si había consumido o no ese alucinógeno, pero sí se detuvo a detallar que el efecto arrastra un conducta introspectiva interesante. “Por una vez que pruebes no te hace nada”, opinó. Alonso le cuestionó: “Pero, Juan, ¿ese único consumo puede generarte secuelas irreversibles?”. Sartori lo negó y minimizó las consecuencias, exaltando puntos curiosos que tiene esa droga. 

“Lo que sí estuve cerca de probar fue el sapo. Es el nuevo tipo de ayahuasca”, acotó el precandidato sobre un anfibio que segrega un líquido alucinógeno que está de moda en América del Norte. Nadie dijo nada más en la mesa. Se hizo un silencio. 

El chiste de una madre

El llanto molesto y repentino de un bebé que estaba en la mesa pegada a la de Sartori fue lo único que pudo desdibujar la sonrisa del político, invicta durante más de una hora. “Es que tuvo una pesadilla, pobrecito. Soñó que este hombre era el presidente de los uruguayos y cuando abrió los ojos se lo encontró enfrente”, bromeó la madre, que consolaba al niño, mientras señalaba al precandidato con las cejas. Pero Sartori no pareció escuchar la broma y se puso a hacerle muecas al bebé, quien le regaló, esta vez, una simpática sonrisa. 

En menos de dos horas el precandidato se levantó tres veces a saludar a personas que conocía dentro del restaurante. Su aire de empresario exitoso se conjugó perfectamente con una actitud campechana. Saludaba con unos golpes en la espalda del conocido mientras daba un beso para enseguida peinar con una mano su jopo de cabello que caía sobre su frente. 

“Pago yo”, dijo Alonso, sacó la tarjeta de crédito de su billetera Prada y nadie se negó. Terminaron el café acompañado con una torta húmeda de chocolate y se fueron. Sartori arrancó junto a la senadora por la calle Alzáibar en dirección a la rambla, mientras que Costa y Dastugue se perdieron por la peatonal Sarandí. 

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