El círculo de la violencia es tan tóxico como perfecto. No hay cabos sueltos, no hay efectos sin reactores ni consecuencias que no vuelvan al origen de esa violencia manifestada de mil maneras en una sociedad. Somos nosotros los que nos perdemos en vericuetos. Protestamos a viva voz por el aumento de la inseguridad, por la delincuencia, por la falta de libertades individuales, pero no siempre vamos al origen que es también el final de ese círculo vicioso y cada tanto parecemos olvidar que, a veces, se puede romper.