Nueva York es inabarcable. Es una ciudad que se abre al descubrimiento permanente del visitante, sea la primera, la décima o la enésima vez que se la visita. Pero, dicho eso, es un desafío escribir sobre ella sin temor de caer en lugares comunes, o reflejar experiencias que, aun sin conocerse ya se conocen, porque su condición cosmopolita llega a nosotros por todas las vías posibles.
Pero un punto importante para remarcar, aunque suene obvio para quien ya tuvo la fortuna de conocerla, es que Nueva York no es solo Manhattan. Si bien las luces de Times Square son lo primero que atraen al visitante neófito como polillas que buscan la flama, la riqueza cultural, histórica y social de esta urbe –donde confluyen nacionalidades de todo el globo– se desparrama en los cinco distritos que componen la ciudad. No en vano existe una estadística que indica que desde su fundación, Nueva York escuchó hablar en sus calles más de 600 idiomas y dialectos de personas venidas de todas partes del mundo que dejaron en mayor o menor medida una marca indeleble que hacen de esa ciudad la síntesis de la humanidad en la era moderna, la nueva Roma.
Y es por eso, por esas calles, avenidas, parques y edificios salpicados de historias –muchas de ellas llegadas desde que se tiene uso de razón a través de la literatura, el cine, la música o la televisión– que se va forjando esa necesidad imperiosa para el amante de los viajes de alguna vez en su vida poner un pie en ese lugar.
Así, para poder aprovechar cada minuto en la Gran Manzana, una clave es llegar con una planificación lo más exhaustiva posible, al margen del tiempo que se piense estar de visita. Darle un carácter temático al viaje es una buena forma de encontrar un hilo conductor que le permita vivir la ciudad más allá de los clásicos turísticos. Y explorar su multiculturalidad es, sin dudas, una experiencia recomendable.
La ciudad de Nueva York se subdivide en los distritos de Manhattan, Queens, Brooklyn, Bronx y Staten Island. Cada uno tiene un origen y una historia particular sustentados en las grandes corrientes migratorias que forjaron a Nueva York desde fines del siglo xix y principalmente en el siglo xx. Moverse entre los cinco distritos es relativamente sencillo y la mejor opción, con amplia luz de diferencia, es hacer uso de la extensa y capilar red de subterráneos. Como es habitual en la cultura anglosajona, el sentido de ubicación lo dan los puntos cardinales. Usando el subte y tomando las líneas que conducen Uptown se accede a la zona norte de Manhattan –donde se encuentra el Harlem– y, abandonando la isla, el distrito del Bronx. Se trata de zonas que gozaron de mala fama durante décadas como áreas donde el control de pandillas era la regla, pero que han recobrado la vitalidad y han sido epicentro de un boom inmobiliario en años recientes. Si bien el Bronx sigue manteniendo los índices de delincuencia y desocupación más altos de Nueva York, están a años luz de los de la situación de marginación alcanzada en las décadas de 1960 y 1970, gracias a la política de tolerancia cero contra la delincuencia que aplicó durante su mandato entre 1994 y 2001 el exalcalde Rudolph Giuliani. Hoy son lugares que han sido recuperados para el disfrute de los neoyorquinos y del visitante, que permiten percibir el ritmo de vida local apartándose un poco de la burbuja turística.
Caminar por las calles del Harlem o el Bronx da una idea del alcance de la influencia cultural negra en la ciudad, pese a que originalmente se trataron de zonas en donde se asentó la inmigración principalmente italiana de principios del siglo XX.
Tanto Harlem como el Bronx –que debe su nombre al colono sueco Jonas Bronck y que fue desde sus orígenes una zona rural ocupada por inmigrantes europeos– son una prueba de la constante mutación de la fisonomía ciudadana, pero sin perder las raíces históricas. Una prueba de ello es la arquitectura que persiste con los clásicos edificios bajos con escaleras de incendio metálicas al frente que han sido inmortalizadas en innumerables escenas de cine, o las urbanizaciones sociales de Harlem que se erigen como gigantescos complejos habitacionales. Los murales pintados en el Bronx por grafiteros locales y preservados como verdaderas piezas artísticas permiten al visitante saborear la esencia misma de un distrito marcado por la música, las luchas sociales y la cultura negra en todas sus expresiones.
Si el enfoque multicultural es el leit motiv elegido para su visita a la Gran Manzana, concretar un tour guiado por los cuatro de los cinco distritos de la ciudad da al visitante una idea general de lo que la migración representa para Nueva York. SeeUSa Tours (www.seeusatours.com) ofrece la posibilidad de visitar el Bronx, el barrio latino de Queens –donde reside la mayor comunidad hispanohablante de la ciudad–, el barrio indio con sus tiendas de vestimenta tradicional cosidas en oro, Chinatown en el Lower Manhattan –que redujo a su mínima expresión lo que en su momento fue Little Italy– o la comunidad judío ortodoxa de Brooklyn.
Pero caminar la ciudad es la mejor forma de conocerla, y sin una buena guía que identifique al visitante la historia detrás de cada construcción existe el riesgo de que se pierda de conocer las mejores historias de la ciudad.
Realizar el walking tour por Greenwich Village, partiendo de Washington Square –quizá la reconozca por la réplica del Arco del Triunfo de París que la hace inconfundible–, permite acceder a detalles culturales arraigados en edificios de estilo europeo que se convirtieron en emblemáticos. Por ejemplo, la esquina de el Cafe Wha?, donde fue descubierto Jimmy Hendrix, o curiosidades como la casa más angosta de Nueva York con menos de tres metros de frente ubicada en el 75 ½ de Bedford Street, o el edificio que daba la ubicación ficticia al departamento de la popular serie televisiva Friends en la esquina de Bedford y Grove.
Las luces de la ciudad siempre despierta, el movimiento constante y una oferta cultural y gastronómica imposible de asimilar se encuentran en la zona de Time Square, con sus pantallas gigantes de alta definición que reproducen de forma constante la publicidad gráfica callejera más cara del mundo, pero que permite a las marcas acceder a millones de personas de todas partes del mundo. En un radio reducido y de fácil recorrido a pie se puede visitar el Empire State Building y su vista inigualable de la ciudad –recomendable de noche–, el Rockefeller Center y su árbol navideño cuya inauguración el 28 de noviembre convocó a más de un millón de personas e hizo intransitable la zona, el Bryant Park y su pista de patinaje sobre hielo o la avenida Broadway y su constante oferta teatral.
Pero el corazón de Manhattan, y por eso inevitable para el visitante, es el Central Park. Aun en fechas como las actuales, en pleno invierno boreal con temperaturas que fácilmente se descuelgan del cero grado, perderse en sus senderos y dejarse llevar por la belleza de ese pulmón verde en medio de la vorágine de la ciudad es una experiencia más que disfrutable.
Y quizá sea esa la síntesis de la experiencia de viajar a Nueva York. Caminar una ciudad que por extensa no es menos amigable para el peatón, y que reúne en cada esquina el vértigo del ritmo de vida en la era de lo efímero y de las experiencias de consumo moderno, pero sin perder la esencia y la historia del punto del planeta donde todo confluye.
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