Ernesto Fígoli es el segundo, comenzando desde arriba a la izquierda.

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Una estatua para Ernesto Fígoli

El director técnico de Uruguay en 1924 y ayudante técnico y masajista en 1928, 1930 y 1950 merece el bronce que no obtuvo Tabárez
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29 de septiembre de 2018 a las 05:04

La estatua de Óscar Washington Tabárez en la explanada municipal no pudo ser. La reproducción del David, de Michelangelo Buonarroti, seguirá mandando. 
Había demasiadas razones para no hacerla. La primera es que el bronce está destinado a inmortalizar a los que ya no están y en este caso el homenajeado no solo está vivo sino que sigue siendo el director técnico de la selección. Una goleada en contra puede revertir la situación de forma dramática. 

El anuncio de la Intendencia de Montevideo levantó polémica desde el principio. Tabárez es apreciado por la mayoría por haberle devuelto el prestigio a la selección uruguaya, pero el fútbol es un tema polémico y cómo queremos que juegue la selección es el tema por excelencia. El fútbol de respuesta de Tabárez cansó a muchos, que deploran que el técnico haya sido reelecto por cuarto término consecutivo.

Si Uruguay llegara a quedar afuera del Mundial de Catar –Dios no lo permita– la explanada municipal se convertiría en el centro de las protestas.

La idea ya era revolucionaria, ya que se trata de un personaje cuya fama deriva de estar por fuera de la línea de cal. Que yo sepa, hubiera sido la primera vez que un técnico era homenajeado como tal. El caso de Pablo Bengoechea, que tiene su estatua y es técnico de fútbol, es distinto, porque su figura legendaria tiene que ver con su actuación dentro de la cancha. 

Ahora que primó la cordura y, por propia petición del protagonista, la estatua no se hará, me permito sugerir un personaje que fue director técnico de la selección y cuya historia sí merece el reconocimiento en bronce: Ernesto Fígoli.

La diferencia de Fígoli con Tabárez, además de la distancia del tiempo, es que Fígoli es tetracampeón del mundo y Tabárez ganó una Copa América.

Tabárez tiene el gran mérito de haber refutado esas grandes verdades que decían que aquel espíritu indomable de los campeones de la década de 1920 y de los mundiales del 30 y el 50 era imposible de replicar en un fútbol donde los protagonistas son millonarios consentidos que brillan con luz propia en Europa. Los equipos de Tabárez cuentan con esa fuerza intangible que hace que sus resultados se destaquen más que lo que la lógica indicaría. 

Pero la gloria es levantar la copa al final del torneo y ese torneo tiene que ser mundial. Uruguay fue amo y señor del fútbol universal, desde que la Federación Internacional de Fútbol Asociado comenzó a organizar campeonatos, en 1924 y 1928, como parte de los Juegos Olímpicos y en 1930, inaugurando la era profesional. 

Nunca sabremos cómo le hubiera ido a la celeste de haber participado en los mundiales de Italia y Francia, en la década de 1930, pero es un hecho que el fútbol volvió a andar en 1950 y Uruguay volvió a ganar.

Hay algo que tienen el común esos cuatro mundiales ganados por Uruguay: Ernesto “Matucho” Fígoli. Sé que hay una calle en la ciudad de Maldonado que recuerda su nombre, pero creo que se merece algo más. Fígoli fue el director técnico de la selección uruguaya que triunfó en Colombes, en 1924, ayudante técnico en 1928, en Ámsterdam y campeón con Uruguay como quinesiólogo y masajista en 1930 y también en 1950. 

Fígoli, que además era peluquero, se cubrió de gloria durante toda su carrera. Nació en 1888 y además de los títulos mundiales fue campeón sudamericano en 1920 y 1926. Murió a los 62 años, en 1951, con Uruguay campeón del mundo, como siempre.

El título de una nota de la revista argentina El Gráfico, tras la coronación de Uruguay en la Copa América 1987 en Buenos Aires, fue: “Por sus venas corre sangre de campeones”. Se refería a los equipos de Fígoli

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