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Una nación indígena de Long Island lucha para preservar sus tierras del avance del mar

Atrapados entre el implacable avance del océano y las fastuosas mansiones de la alta burguesía neoyorquina, los Shinnocok pelean para conservar lo poco que les queda
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10 de agosto de 2022 a las 05:01

A solo 150 kilómetros de la Isla de Manhattan se encuentra un paraíso de playas extensas, mansiones y campos de golf. El rincón dorado de la alta burguesía neoyorquina. Se trata de The Hamptons, una zona ubicada en el sector este de Long Island. Allí, en una zona famosa por ser un sitio de vacaciones para los estadounidenses más ricos y que fuera refugio de familias como los Rockefeller, los Vanderbilt y los Carnegie, además de escenario de la novela de Scott Fitzgerald “El gran Gatsby”, los Shinnecock –la “gente de la orilla de piedra” en la lengua original– luchan por conservar los poco que les queda.

Los Shinnecock, que originalmente se dedicaban a la caza, la pesa y la recolección de moluscos, han vivido en Long Island desde hace 13 mil años. Sus poblados se extendían por el este de la isla antes que los colonos británicos les arrebataran sus tierras para asentarse y que las autoridades de Nueva York los redujeran a poco más de 3 kilómetros cuadrados. Hoy, la comunidad nativa, rodeada de suntuosas mansiones y famosos, pelean contra la última amenaza: el cambio climático.

Su territorio se lo está comiendo el aumento del nivel del mar y la erosión costera, haciendo sus casas cada vez más vulnerables a los huracanes y las fuertes tormentas que provienen del Atlántico Norte. "Estamos ante una situación devastadora. Quizá tengamos que reubicar a todo un pueblo que siempre ha estado aquí", dice a la agencia de noticias AFP Tela Troge, una abogada Shinnecock.

La nación india tiene su gobierno propio y está reconocida a nivel federal como una tribu de unos 1.600 miembros. Más o menos la mitad de ellos sigue viviendo en la pequeña reserva, situadas en la Bahía de Shinnecock, al lado del Shinnecock Hills Golf Club, una de las instituciones históricas del golf en los Estados Unidos, cuyo campo e instalaciones de estilo inglés se asientan en las tierras robadas a los nativos en 1859.

Las inundaciones

Ed Terry, de 78 años, que fabrica artesanía tradicional con conchas que encuentra en la playa, recuerda que en su niñez la arena de la playa llegaba mucho más lejos. "Se puede ver la erosión. Lo que era antes tierra, ahora es agua. Es como si el mar viniera hacia nosotros", dice mientras esculpe una cáscara de mejillón para hacer unos aretes.

Algunas zonas de la línea costera han retrocedido has 45metros en los últimos años, según los estudios que cita Shavonne Smith, la directora de medio ambiente de los Shinnecock. Como consecuencia de la erosión, Smith precisa que al menos medio centenar de casas de la comunidad tendrán que ser reubicadas, así como el cementerio situado al borde del mar.

"Cuando hablamos de trasladar a personas tan dependiente del agua por razones espirituales, recreativas y de subsistencia, y de llevarla al interior, nos enfrentamos a un cambio gigantesco, estresante y muy emocional que afecta nuestra esencia", explica Smith.

La tribu estima que el nivel del mar aumentará 1,3 metros para fines de siglo. A eso se suman tormentas cada vez más intensas que generan inundaciones cada vez más destructivas. En 2012, el huracán Sandy avisó lo que se viene, cuando la tormenta desmoronó riscos costeros, arrancó tejados e inundó sótanos y el cementerio.

"Hay estudios que muestran que para 2040 habrá un ciento por ciento de posibilidades de que todo el territorio de la nación Shinnecock se inunde por las tormentas", señala Scott Mandia, profesor de cambio climático en la Universidad Comunitaria del condado de Suffolk.

Con el fin de preservar sus tierras y forma de vida, que hoy incluye la pesca y la agricultura, la tribu está tomando medidas para enfrentar al cambio climático mediante la construcción de un arrecife de conchas de ostras y la colocación de gigantescas rocas para que rompan las olas. Asimismo, han plantado pasto para evitar que la erosión continúe.

Emily Troge, de 35 años, es directora del grupo de agricultoras de algas Shinnecock, que reúne a seis indígenas que cultivan algas de azúcar para venderlas como un fertilizante natural. Las algas ayudan a limpiar las aguas contaminadas que vierten los desarrollos urbanísticos vecinos, absorbiendo el carbono y los nitratos, y que están en el origen de las floraciones de algas tóxicas que dañan la vida marina.

La recolectora Donna Collins Smith, con el agua hasta la cintura, dice que se inspiró en sus ancestros. "Lo estamos recuperando de una muerte segura", dice esta mujer de 65 años. David Mandia, coautor de un libro sobre el aumento del nivel del mar, lamenta que las comunidades marginadas "que son las menos responsables" del cambio climático sean "las que más van a sufrir".

Aunque Mandia aplaude los esfuerzos que realizan los Shinnecock, es escéptico con relación al resultado de la lucha de la comunidad y advierte que, simplemente, están "ganando tiempo" antes de que su tierra se vuelva invivible. Terry, mientras tanto, un artesano septuagenario, se pregunta cómo será el futuro, pues las fronteras de la tribu ya están delimitadas. "No tenemos terreno más alto", dice, aunque está seguro de una cosa: "somos gente fuerte y sobreviviremos".

Por lo pronto, según las estimaciones del Panel de Cambio Climático de la Ciudad de Nueva York, las temperaturas de la región, incluida Long Island, podrían ser alrededor de entre 2 y 3 grados centígrados superiores durante los próximos veranos. El nivel del mar subiría entre 28 y 53 centímetros hasta la década de 2050, y hasta 1,8 metros para 2100, lo que duplicaría el tamaño de las zonas de inundaciones.

Mientras tanto, los Shinnecock, descendientes de las Naciones Pequot y Narragansett del sur de Nueva Inglaterra, siguen  batallando. No ya como a fines del siglo XVII, cuando lo hacían contra los colonos británicos que llegaron al este de Long Island. Ahora lo hacen contra un enemigo mucho más poderoso e implacable como el cambio climático. El objetivo es sencillo: salvar la mayor parte de la reserva, localizada en una península baja y particularmente vulnerable a las marejadas ciclónicas e inundaciones.

“El Shinnecock ha sido restringido”, dice Alison Branco, directora costera de Nature Conservancy en Nueva York. “Una cosa es pedirle a la gente que se mude tierra adentro cuando tienen una ciudad. Pero cuando su reserva ya es pequeña y se está reduciendo por el aumento del nivel del mar, esa es una situación completamente diferente”, advierte la especialista.

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