Opinión

Una nueva embestida de la cultura de la muerte

El Parlamento uruguayo está considerando un proyecto de ley que legalizaría la eutanasia y el suicidio asistido
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01 de junio de 2020 a las 05:04

El 11/03/2020 Ope Pasquet y otros cuatro Diputados del sector Ciudadanos del Partido Colorado, sector liderado por Ernesto Talvi, presentaron un proyecto de ley sobre eutanasia y suicidio médicamente asistido. Su Artículo 1° dice lo siguiente: "Está exento de responsabilidad el médico que, actuando de conformidad con las disposiciones de la presente ley y a solicitud expresa de una persona mayor de edad, psíquicamente apta, enferma de una patología terminal, irreversible e incurable o afligida por sufrimientos insoportables, le da muerte o la ayuda a darse muerte."

Ciudadanos no propuso la legalización de la eutanasia y el suicidio asistido en la reciente campaña electoral. Los Diputados en cuestión esperaron hasta asumir sus bancas para dar a conocer una propuesta que les habría restado muchos votos en octubre de 2019. Esto es un abuso de la democracia representativa. Uruguayos: guardemos en la memoria este episodio, para tenerlo muy en cuenta en 2024.

El referido proyecto de ley ha iniciado en nuestro país una nueva batalla de la guerra cultural que, en nuestra civilización occidental, enfrenta a las dos principales antropologías: la cristiana y la liberal-individualista.

La antropología cristiana sostiene que no somos meros animales, productos azarosos de una evolución ciega, venidos de la nada y destinados a la nada. Somos seres creados a imagen y semejanza de Dios, y estamos destinados a ser hijos de Dios en Cristo, partícipes de la naturaleza divina. El ser humano es un ser individual y social a la vez. Ninguno de nosotros vive sólo para sí ni ninguno muere sólo para sí. La vida es un grandioso don de Dios y tiene un valor trascendente, que no se puede medir por el aporte de cada uno al PBI ni por su "huella de carbono". Hemos sido creados por amor y para el amor; y el amor cristiano no es un simple sentimiento. Es querer de un modo firme y perseverante el bien de las personas amadas; implica servirlas, perdonarlas y sacrificarse por ellas. Hay una solidaridad que nos une a todos tanto en el bien como en el mal: en cierto modo, el que se eleva, eleva consigo a la humanidad entera, y el que se rebaja, rebaja consigo a la humanidad entera. "Ningún hombre es una isla" (John Donne).

De la antropología cristiana se deduce que "el quinto mandamiento1 prohíbe, como gravemente contrarios a la ley moral: el homicidio directo y voluntario…; el aborto directo…; la eutanasia directa, que consiste en poner término, con una acción o una omisión de lo necesario, a la vida de las personas discapacitadas, gravemente enfermas o próximas a la muerte; el suicidio y la cooperación voluntaria al mismo, en cuanto es una ofensa grave al justo amor de Dios, de sí mismo y del prójimo…" (Catecismo de la Iglesia Católica - Compendio, n. 470).

En cambio, según la doctrina liberal, cada individuo humano tiene una autonomía moral absoluta y el Estado ha de respetar esa autonomía, manteniéndose neutro sobre la cuestión del bien y del mal. La democracia liberal concede la soberanía absoluta a la comunidad humana. Al no reconocer ésta a Dios ni a su ley, los derechos humanos quedan privados de su fundamento absoluto y todos quedamos sometidos a la dictadura de las mayorías. La ley positiva sustituye a la ley moral natural. De la diferencia irreconciliable entre el cristianismo y el liberalismo individualista surge el actual conflicto sobre el derecho humano a la vida y los derechos de la familia.
El núcleo esencial del liberalismo es la absolutización de la libertad. El liberal clásico piensa que él tiene derecho a realizar todos sus deseos mientras no dañe de un modo directo y simplista a otros y que el Estado no tiene por qué entrometerse en su vida económica o social. Así él justifica, por ejemplo, su "derecho" a alquilar un cuerpo humano como objeto sexual (prostitución) o a alquilar un vientre femenino para que geste un hijo ajeno (maternidad subrogada). Prolongando esa línea de pensamiento, se podría llegar a otras consecuencias terribles como éstas: 1) "Si mi cuerpo es mío y con él hago todo lo que quiero, puedo vender un litro de mi sangre al mejor postor". Pero la propiedad, aunque es un derecho natural, no es un derecho absoluto. No tengo derecho a vender mi sangre. 2) "Si cada uno arma el tipo de familia que se le antoja y el Estado debe tratarlas a todas por igual para no incurrir en discriminación, entonces se debe dar reconocimiento legal no sólo a todas las parejas, sino también a todos los tríos y cuartetos, y se debe equiparar los derechos de todos esos grupos a los del matrimonio." Pero esos tríos y cuartetos no son un bien social que el Estado deba proteger.


La antropología liberal lleva a reconocer un absurdo derecho al suicidio o al homicidio querido por la víctima, para evitar un sufrimiento que se concibe falsamente como carente de todo significado humano. Empero el suicidio no es un derecho, sino un mal radical que debe ser combatido con energía; un mal que daña seriamente a otras personas, sobre todo en los órdenes psicológico y espiritual. Nuestro deber hacia los sufrientes es brindarles cuidados paliativos, acompañarlos y reconfortarlos, no matarlos ni ayudarlos a matarse. Sufrir no es indigno del hombre; suicidarse sí.

 

Notas

Otros escritos del autor en https://danieliglesiasgrezes.wordpress.com.

1) No matarás.

 

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