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En el apogeo de los vaporizadores: todo lo que hay que saber sobre un tema que divide a la ciencia

Si bien la comercialización de estos dispositivos está prohibida en Uruguay, son cada vez más comunes. Qué implicancias tiene esta nueva forma de consumir nicotina
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17 de febrero de 2019 a las 05:04

Primera pitada.

Ya lo siente. Lo siente en la punta de los dedos, en el cuello y en la parte de atrás de la cabeza. Es como un cosquilleo ligero, casi imperceptible.

Segunda pitada. 

La presión arterial del fumador aumenta, los vasos se estrechan. La nicotina invade los pulmones y se expande al resto del cuerpo por el torrente sanguíneo. La droga le llega al cerebro en apenas unos segundos y empieza a hacer su trabajo. Dopamina y adrenalina salen de sus jaulas: la miscelánea del placer.

Tercera pitada. 

Pasan unos minutos y ya se siente mejor. Le vuelve el buen ánimo, le aflojan los músculos de la nuca.

Cuarta, quinta, sexta, séptima pitada.

Para cuando termina de fumarse ese cigarrillo, tiene más de 7.000 sustancias distintas metidas en el cuerpo. Pasa la abstinencia. Todo vuelve a la normalidad, pero dura poco.

Veinte minutos después de esa primera bocanada de humo, la presión se estabiliza. A las dos horas comienza de vuelta el mal humor, la somnolencia y la tensión. Siente un impulso incontenible de volver a prender un cigarrillo. Por unos minutos cree que podrá contra la tentación. Se repite que fumar está mal, que esa porquería lo está matando en vida. Pero a quién quiere engañar. Ya aceptó hace tiempo hacerse trampa al solitario.

Se estima que más de 1.300 millones de personas fuman tabaco en todo el mundo. Una sustancia que para el próximo brindis de fin de año se habrá llevado la vida de 7 millones de personas, lo que la transforma en una de las amenazas a la salud pública más grandes que enfrenta el mundo. 

En el marco de esta epidemia, allá por 2009, comienzan a popularizarse en Europa unos dispositivos electrónicos que aparentemente pueden ayudar a las personas a dejar de fumar, fumando. Unos cilindros metálicos largos con una pequeña cápsula en el centro para poner un líquido que contiene nicotina, saborizante, glicerina y otras sustancias. En la punta llevan una boquilla desde la que se inhala un vapor frío con gustos agradables, como frambuesa o chocolate. 

Pasan los años y aumenta el interés de la gente por esa pequeña máquina. Comienzan a figurar las primeras peleas de patentes en Estados Unidos y surgen algunas marcas. Pocos años después los vaporizadores se convierten en una sensación. En 2016 su uso se expande entre los adolescentes norteamericanos y un tercio de los estudiantes declaran haberlo probado al menos una vez. Los artefactos se convierten en un dolor de cabeza para las autoridades y para los médicos porque nadie sabe de verdad cuál es el daño que generan en la salud, pero el marketing los coloca como una alternativa “saludable” para el consumo de nicotina. 

Al borde de la legalidad

Ya pasaron 10 años desde que el vaporizador dejó el nicho y sigue siendo un problema. Hay posturas encontradas dentro de la academia científica sobre sus verdaderos efectos en la salud y su utilidad para dejar de fumar. A pesar de la falta de información, en muchos países son completamente legales.

En Uruguay la comercialización de “cualquier dispositivo electrónico para fumar” es ilegal, no así su uso, dice un decreto de 2009 que fue actualizado en 2017. Sin embargo es muy sencillo comprar uno por internet. Alcanza con tipear “vapo” en la barra de búsqueda de Instagram o Mercado Libre para acceder a una enorme gama de estos productos. Los precios arrancan en los $ 1.000 –con aparatos de pésima calidad y dudosa procedencia– y pueden superar los US$ 300 cuando se trata de dispositivos refinados.

Aún así, por las restricciones, el mercado local es chico. Los dispositivos llegan, en su mayoría, desde Argentina y Estados Unidos con personas que los traen para un supuesto uso personal y luego los revenden.

La cantidad de nicotina que llevan dentro se puede regular porque depende del líquido que se carga en el interior. Un frasco de 30 mililitros se encuentran en el mercado por $ 300 en adelante. 

La palabra de la medicina

Los vaporizadores dividen a los médicos. Y aunque ningún profesional de la salud va a recomendar un producto que contenga una sustancia tóxica –como es la nicotina–sí existen estudios científicos que evidencian que pueden colaborar con los fumadores tradicionales que quieren despedirse del vicio.

Un estudio publicado en enero en el New England Journal of Medicine “descubrió que los cigarrillos electrónicos son casi el doble de efectivos para dejar de fumar en comparación con los productos convencionales de sustitución de nicotina como los parches o la goma de mascar”, se publicó en una nota del The New York Times.

Las cifras del estudio son las siguientes: el 18% de los fumadores de cigarrillos electrónicos lograron evitar los cigarrillos tradicionales durante un año, contra el 9,9% de quienes utilizaron otras alternativas para intentar dejar de fumar.

“No satisfacés el vicio de fumar con esto." Carlos Troja, responsable de Vapolama

Por su parte, el Ministerio de Sanidad británico y el Real Colegio de Médicos del Reino Unido publicaron un informe en 2015 que detalla que usar cigarrillos electrónicos es 95% menos perjudicial para la salud que los cigarrillos tradicionales. 

Otras investigaciones demuestran todo lo contrario y aseguran que el “vapeo” es solo otra forma de fumar. El año pasado, el American Journal of Preventive Medicine realizó un estudio con más de 70 mil participantes y concluyó que quienes utilizan los vaporizadores a diario tienen el doble de posibilidades de sufrir un ataque al corazón que quieren no lo usan.

Los efectos a largo plazo en la salud son desconocidos. 

Para Eduardo Bianco, especialista en control del tabaco en Uruguay, se trata de un problema “controvertido” más allá de las implicancias médicas. “Las tabacaleras multinacionales han ido adquiriendo fábricas de cigarrillos electrónicos y se están adueñando del mercado hasta convertirlo en un doble juego”, dijo.

Bianco aseguró que estas nuevas alternativas están generando un “sabotaje” en las políticas de control del tabaco que está comprobado son efectivas para dejar la sustancia, como la regulación de la publicidad o limitar los espacios en los que se puede fumar. 

“Lo preocupante es el consumo en los jóvenes. Se presenta al vaporizador como algo inocuo, como una joya tecnológica que a veces parece un accesorio, ni siquiera un cigarrillo." Eduardo Bianco, especialista en control del tabaco
 

“Lo preocupante es el consumo en los jóvenes. Se presenta al vaporizador como algo inocuo, como una joya tecnológica que a veces parece un accesorio, ni siquiera un cigarrillo”, agregó. Para el especialista, la única manera en la que él podría “aceptar” el consumo de estos dispositivos es si se eliminaran los cigarrillos tradicionales. “No estoy diciendo que en este caso no habría riesgo, pero sí menos riesgo”, señaló.

También con marihuana

El vaporizador no solo encuentra su uso en la nicotina, también puede emplearse para fumar marihuana. En países como Canadá, donde el consumo regulado está establecido y funciona con fluidez, los vaporizadores de cannabis son moneda corriente.

Uruguay, como buen discípulo canadiense en estos asuntos, tiene su versión de los dispositivos. Quienes los importan y distribuyen son los hermanos Carlos y Gustavo Toja con su empresa Vapolama. Traen de Canadá unos cigarrillos en los que se pone la planta en un pequeño hornillo que calienta la marihuana; así las sustancias psicoactivas se liberan en un vapor que se fuma y al final solo queda un yuyo marchito y deshidratado.

Ya habían logrado importar por fuera de las restricciones en otras oportunidades, pero dicen que cada vez es más complejo porque hay mucho desconocimiento y desinformación por parte de las autoridades. En sus dispositivos no se puede consumir tabaco tradicional –porque no calienta lo suficiente como para vaporizarlo– y tampoco nicotina en líquidos ya que no es compatible. Buscan que la facultad de Química y el Instituto de Regulación y Control del Cannabis (IRCCA) los ayuden a demostrar que sus productos quedan por fuera de la limitación de la norma actual y que tendrían derecho a venderlo como un producto diferente. 

La Organización Mundial de la Salud no se pronunció todavía al respecto. Aún faltan estudios e investigación para sacar conclusiones sólidas y determinar si estamos frente a la solución de la epidemia del tabaco o será solo otra manera de alimentar el vicio del autoengaño.

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