Vidas Pasadas

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Vidas Pasadas: las capas del destino, el sueño americano y lo que implica crecer, en una de las sorpresas del Oscar

El debut cinematográfico de Celine Song se ha convertido en una de las películas más bellas y conmovedoras de la temporada
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17 de febrero de 2024 a las 05:00

*Esta nota contiene spoilers de Vidas Pasadas, si aún no vio la película puede guardarla y leerla más adelante.

Parada debajo del marco de la puerta una niña de 12 años elige un nuevo nombre. Un nombre en inglés. Un nombre genérico y simplón. Un nombre para una nueva vida que no la entusiasma demasiado. “Leonor –le sugiere su padre con algo más de carácter, entre el humor de un cigarrillo, video-casetes y cajas a medio armar–”: Nora.

Segundos antes (o 24 años después) habíamos visto Nora Moon sentada en la barra de un bar de Nueva York entre dos hombres mientras un par de voces especulaban sobre su relación: ¿serían amigos, amantes, colegas? 

– ¿Qué crees que son el uno para el otro?
– Creo que el hombre occidental y la mujer asiática son pareja, y el hombre asiático es el hermano de ella.
– O los dos asiáticos son pareja y el otro es su amigo estadounidense.
– Pero parece que ni siquiera le prestan atención al estadounidense.
– A lo mejor los asiáticos son turistas y el otro es su guía.
– ¿Y están bebiendo los tres juntos en un bar a las cuatro de la mañana?

En el medio hay una historia de inmigración, ambición y desencuentros. Una línea de la realidad que corre en paralelo a las infinitas preguntas de qué podría haber sucedido si: si su familia no emigraba de Corea del Sur, si no conocía a quien ahora es su marido, si renunciaba a todo para volver. ¿Para qué volver?

Vidas Pasadas es el debut cinematográfico de la dramaturga coreano-canadiense Celine Song, que se desdobla como directora y guionista de una de las películas más bellas y conmovedoras de la temporada. Además, es una de las nominadas a Mejor película y Mejor guion original en los Premios Oscar.

Protagonizada por Greta Lee y Teo Yoo, la película construye en 105 minutos una historia tan extraordinaria como universal en la que el drama se edifica sobre la imposibilidad de cambiar el destino, la espesura del tiempo, el inyeon.

¿Te acuerdas de mí?

Llora. Na Young (el nombre de la niña previo al bautismo americano) camina de regreso a su casa y llora. Hae Sung camina a su lado y la consuela aunque sabe que él es el motivo del tímido sollozo: por primera (y única) vez la había superado en la escuela. Se gustan, y compiten. 

“Es varonil –le dice Na Young a su mamá–. Probablemente me case con él”. Y su madre decide acompañar una cita inocente. Sentada en un banco es la única vez en la que vemos la perspectiva adulta sobre la decisión de emigrar: una madre que quiere crear buenos recuerdos para su hija, esas imágenes a las que regresar cuando piense en su país de nacimiento, antes de volar a otro continente para empezar una nueva vida. Saca una foto. "Cuando dejas algo atrás, algo mejor puede estar esperando".

Poco después lo anuncia entre los bancos de la clase: se va, y no va a volver porque en Corea “nadie gana el premio Nobel”. La despedida entre los dos es breve, dolorosa e insuficiente.

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Entonces Song nos lleva 12 años adelante. Ya entrada en la vida adulta, Nora volvió a emigrar: ahora vive en Nueva York, aspira a una carrera como escritora y dramaturga, vive en un pequeño monoambiente, cena después de medianoche y con la única persona con la que todavía habla en coreano es su madre.

Hae Sung hizo el servicio militar obligatorio, estudia ingeniería y una noche en un bar, mientras consuela a un amigo borracho con el corazón roto, le llega una notificación de un mensaje en Facebook: ¿Te acuerdas de mí?

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Hae Sung aparece a la luz de la pantalla de la computadora entre libros de Shakespeare o Arthur Miller. El día se junta con la noche para una generación en la que la tecnología pudo reconstruir vínculos, amores y familias aunque sea a miles de kilómetros, pero también se convierte en una ventana permanente al pasado. Y no quiere seguir pensando en Seúl.

Pero para la filosofía coreana, uno no se cruza con la gente por casualidad. “Es un inyeon si dos extraños se cruzan en la calle y sus ropas se rozan accidentalmente, porque significa que debe haber habido algo entre ellos en sus vidas pasadas. Si dos personas se casan, dicen que es porque ha habido 8.000 capas de inyeon a lo largo de 8.000 vidas”, le explica Nora una noche a Arthur, un aspirante a novelista interpretado por John Magaro, que conoció durante una residencia artística. Su futuro esposo (o la persona con quien acumuló ocho mil capas).

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¿No puedes llorar en Nueva York?

Vidas Pasadas es el retrato de ese amor que pudo ser, pero que nunca llegó a concretarse. Dos amantes que nunca lo fueron. La nostalgia de algo que nunca pasó. 

Un océano de por medio, él siempre fue un recuerdo hasta que se convirtió en una imagen en la pantalla de una computadora. Pero vuelven a encontrarse, 24 años después de la dolorosa despedida, aunque ya no sean los mismos.

Ella siempre será para él “alguien que se va”, mientras que para su esposo será la que se quedó cuando se podría haber ido. O al menos así lo desliza una noche en la que no puede dormir. Si esa historia fuera una novela, él sería el antihéroe. El hombre blanco y norteamericano que se interpone entre ella y el verdadero amor de su vida. Una historia que un escritor sabe de manual.

Una escena, una de las más potentes del largometraje, en la que expone la vulnerabilidad y la distancia de un vínculo en el que otro conoce lo que él tuvo que aprender: su lengua, sus costumbres, su historia antes de ser Nora. Y es que con Hae Sung se siente diferente: él es "coreano-coreano".

“Tuve que apelar a esa esencia de lo que supone vivir entre dos culturas, entre dos lenguas, entre dos mundos tan diferentes. Qué siente cualquier persona que se haya mudado lejos de casa en busca de una vida diferente y de poder cumplir sus sueños”, recordó Lee en una entrevista con El País de Madrid.

La migración, la cultura y todo lo que atraviesa una mujer que creció a la sombra del sueño americano está en la esencia de la película. La ambición de lograrlo (y conseguir el Nobel, el Pulitzer o el Tony) y el miedo de que los recuerdos se vayan diluyendo lentamente.

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Cuando volvemos a aquella escena en la que los tres están en un bar en la madrugada lo que realmente importa es cómo los personajes se han desarrollado con el tiempo. En quienes se convirtieron, más que quiénes fueron alguna vez. Y son tres personas tratando de hacer lo correcto.

La carga dramática de Vidas Pasadas está justo ahí: los tres son personas que tratan de hacer lo mejor que pueden con lo que se les presenta. En otra historia podrían volar botellas en una pelea de hombres débiles, habría una gran declaración de amor en el medio de la calle o ella correría hasta la puerta de embarque de un avión. Pero no. Esta línea argumental es la de lo real: la de la complejidad de aceptar el paso del tiempo, las decisiones pasadas y la felicidad (o al menos la satisfacción) del presente

La belleza de Vidas Pasadas está en su sutileza: la sencillez de su fotografía, la maravillosa gestualidad de sus protagonistas y los silencios que sostienen las escenas en una tensión delicada. Porque en algún punto lo que no se dice, lo que se calla o lo que no se sabe cómo expresar, es lo que teje la verdadera trama.

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Toda la historia realmente sucede a través del amanecer y el atardecer de los rostros de los actores. Abarca muchas décadas y muchos continentes, y su escala es la escala de la vida de una persona. Y eso es enorme y vasto. En el centro de la historia se encuentran estas actuaciones”, dijo la directora en una entrevista con Variety.

En este sentido, Lee consideró que “lo que se sintió realmente radical” en esta película fue evitar los grandes desbordes de emociones, sino “dejar que la verdad del momento fuera suficiente”. “Poder jugar en un estilo más naturalista es algo que realmente disfruté y espero volver a hacer”, consideró.

Vidas Pasadas

Silencio. Pocos pasos los llevan hacia la esquina en la que esperan el Uber que lo llevará al aeropuerto y de vuelta a Seúl. Silencio. Un camino corto separa el pasado del futuro. “¿No puedes llorar en Nueva York?”, le preguntaba Hae Sung en una de las primeras llamadas por Skype a aquella aspirante a escritora. Ella reconoce que dejó de hacerlo después emigrar, al darse cuenta de que "a nadie le importa". Pero lo despide y vuelve a llorar, en los brazos de alguien más.

El primer largometraje de Celine Song es una bellísima composición de melancolía, intimidad y una mirada amorosa sobre todo eso que implica crecer. Compleja, hermosa, sutil y realista, se presenta como un clásico triángulo romántico antes de desenvolverse en un drama mucho más complejo que deja al final un retrogusto agridulce.

¿Qué pasa si esta también es una vida pasada y ya somos algo más el uno para el otro en nuestra próxima vida? ¿Quiénes crees que somos entonces?”, le pregunta Hae Sung antes de despedirse una vez más. Una capa de inyeon. La continuidad del tiempo. Una vida más (o una menos).

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