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Villa Valentina: Una pareja y una casa de 1905 que se convertirá en un espacio cultural

Una pareja se mudó a una villa abandonada y se embarcó en un proyecto de restauración que dará lugar a una casa cultural
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12 de junio de 2022 a las 05:00

La dirección es un secreto. Pero a medida que la numeración se va acercando parece un error. ¿Cómo es posible que en esta cuadra sobreviva una villa centenaria? Sin embargo ahí está, entre dos casas que la escoltan a los lados: señorial, sofisticada, hermosa; sobrevive hace 117 años en un entorno que fue transformándose a su alrededor dejándola como muestra de otro Montevideo.

Camila Barraco y César García se hicieron cargo de la residencia. Durante una década la casa abandonada se fue llenando de humedad, los techos se empezaron a desprender, las paredes acumularon manchas negras, el viento se colaba por las rendijas de las ventanas, los pluviales se taparon con las hojas de los vecinos y el agua se filtraba durante todo el invierno. Aún así se enamoraron. Y cómo no.

César García y Camila Barraco

"Tengo tu casa", escribió un amigo junto a la foto que le mandó de la fachada de la casa más linda del barrio. Camila, que venía buscando un lugar donde establecer un proyecto cultural desde hacía varios años, estaba buscando galpones en zonas de Montevideo asociadas a la movida cultural pero venía de decepción en decepción. "No voy a poder pagarlo", pensó cuando vio la casona en Reducto pero igual acordó una visita"Cuando vinimos a verla fue amor a primera vista. Yo no había vendido nuestro apartamento todavía e hice la gran locura de señarla". Pero con la compra adquirió también una etapa que no tenía prevista: la restauración de una casona antigua.

Hacía tres años que estaban imaginando el proyecto y buscando el nombre que le diera un sentido. Un nombre con una impronta femenina, que pudiera hacer una reparación histórica del lugar en el que se ha puesto a las mujeres a lo largo de la historia. Cuando llegaron a la casona ya estaba bautizada: Villa Valentina. Ese era tan solo el comienzo de una historia a descubrir.

La casa fue terminada en 1905 y recibió el nombre de su primera dueña: Valentina García García, que llegó a vivir en ella durante seis años antes de su muerte. Desde entonces la casa se mantuvo en la familia, pasando de generación en generación, durante 120 años. Pero después de la muerte de Clara, conocida en el barrio como Bebé, no hubo más descendientes. “Esa es la historia más melancólica”, comenta Camila. Ahora quieren hacer un homenaje a la familia que le dio vida a ese hogar que ahora es suyo. Porque no solo compraron la propiedad, sino que vendieron el apartamento en el que vivían y se mudaron a la casa abandonada.

Entre el piso de madera y una pila de escombros encontraron una serie de fotografías, libros y documentos. Los papeles, afectados por el agua, permiten recopilar partes de la historia de la casa y las cuatro generaciones que la habitaron. En el patio, en el sótano, en las habitaciones, siguen encontrando pistas desperdigadas. Y, en lugar de deshacerse de ellas, se conformó un equipo para documentar el legado histórico de la familia García.

Las documentos habilitan una mirada al modo de vida de principios de siglo XX, una familia que según muestran era parte de una elite intelectual que tenía un buen pasar para su época. "Era emocionante leer una carta, ponerse a llorar, entender que es una historia que como no está contada oficialmente parece que no tiene mucho sentido pero para mi tiene mucha riqueza en relación a cómo vivía, por ejemplo, una mujer en esa época. Es como si fuera un diario". Poco a poco empezaron a unir las partes de la historia.

Camila tiene el árbol genealógico de memoria: Ricardo era el hijo de Valentina, el primer heredero de la casa, que se casó después con Clara y tuvieron cuatro hijos. Los siguieron dos generaciones más de Claras. Hasta "Bebé".

Los vecinos comentan que siempre fue una casa inusual, un hogar cultural e intelectual, pero también generoso y de puertas abiertas. "Me encariñe mirando las fotos. Tuve una conexión re fuerte y también es un agradecimiento de que ahora estoy viviendo yo, es mi casa".

Entre los escombros recuperaron diplomas de 1883, 1929 y 1931. Uno de ellos es el de Clara García, una de las primeras ingenieras del Uruguay. De hecho había dos ingenieras en la familia, algo sumamente inusual para la década del 30. "Son cosas que tienen una valor patrimonial intangible y también desde la gráfica. Yo soy diseñadora y para mí esto es increíble poder verlo y entenderlo desde esa época".

"Seguramente este espacio sea un poco más museístico", explica Camila mientras abre una caja y revisa los sobres transparentes que protegen las fotografías, postales de Hong Kong o el Cairo, estampitas religiosas, documentos y correspondencia que lograron procesar y clasificar. "Hemos encontrado cosas increíbles", agrega. Quedan baches y preguntas todavía que intentan unir con testimonios de personas que visitaron la residencia. Los vecinos, por ejemplo, explican que siempre fue un hogar vinculado al arte, el diseño y los oficios. Un legado.

Chela, la mascota de la casa, recibe a los visitantes

Hay sensaciones que son difíciles de transmitir. Puede sonar a una excusa pobre para alguien que no puede encontrar las palabras exactas, pero es un hecho. Basta con atravesar la puerta principal y escuchar una suave bolero de fondo para que el exterior desaparezca. Es un claro ejemplo de cómo se puede restaurar un hogar y traerlo, al mismo tiempo, a la contemporaneidad. César, carpintero y casi arquitecto, y Camila, diseñadora y artista, pusieron cabeza, corazón y cuerpo en un proyecto que no para de crecer. Chela, la perra de la casa, custodia la obra a cada paso.

Con claras influencias Art Nouveau, aunque con el paso del tiempo recibió modificaciones de estilo Art Decó, la villa mantiene su carácter. Los vitrales están firmados por el italiano Arturo Marchetti, que se instaló en Uruguay en 1912 y se convirtió en uno de los artistas vidrieros más importantes del país diseñando piezas para el Palacio Legislativo, la Quinta de Herrera o el Palacio Santos. Sin embargo, según los especialistas, era en los trabajos para residencias privadas es donde el artista tenía mayor libertad en cuanto al abordaje de los temas. 

Puertas, ventanas y una claraboya en el recibidor de la casa, se imponen como elemento decorativo con vidrios de diferentes colores y texturas. Camila y César llamaron a dos de los pocos vitralistas que quedan en la capital para que fueran a verlo y los ayudaran a restaurar una claraboya central. Una tarea que implicó horas de trabajo manual y limpieza pieza a pieza.

En los cinco meses que llevan trabajando en su hogar-proyecto han ido descubriendo detalles y señales que les permiten adivinar cómo era el espacio en otra época. Cuando levantaron el empapelado de lo que en algún momento fue el comedor y encontraron un fresco pintado a mano en las paredes, incluso debajo de las molduras de los techos se escondía la pintura original.

Una bitácora de restauración

“Sus paredes tienen tantos relatos que no pueden permanecer calladas como un recinto privado, por eso sentimos el compromiso de abrir las puertas a esta nueva aventura compartida”, escribieron en una primera publicación en su cuenta de Instagram, en la que ya acumulan más de dos mil seguidores. "Empezamos a compartirlo en las redes y se empezó a expandir el interés de la restauración", comentan. El proyecto se fue transformando a partir de que empezaron a compartir el proceso de restauración. 

"Es parte del crecimiento, que sea un ida y vuelta en la experiencia", dice César y explica que a través de la plataforma se han puesto en contacto con personas que quieren colaborar con el proyecto o intercambiar experiencias. Si bien ambos tienen estudios en arquitectura, no existen formaciones específicas en restauración por lo que todo lo aprenden en el ensayo, el error y el intercambio con una comunidad que se ha conformado rápidamente en la virtualidad. "Al principio era una bitácora, usar la plataforma de archivo. Mostrar como se viene transformando el proyecto, el proceso es el gran aprendizaje", dice Camila.

Además comenzaron a organizar jornadas de trabajo colaborativo, en principio entre familiares y amigos, que se fueron expandiendo fuera de las fronteras conocidas. Llegaban personas a la puerta de su casa con la intención de trabajar en la restauración de la villa. Algo que para ellos aún es emocionante. 

En medio de una discusión sobre la restauración del patrimonio arquitectónico, la pareja pone en evidencia de que no todo lo viejo es descartable mientras intentan recuperar no solo la esencia del espacio sino la memoria de las personas que lo habitaron y le dieron vida. "La casa estuvo mucho tiempo para vender y la ofrecían también como para demolición", explica César. Ahora, la propiedad que bien podría haber sido demolida para dar lugar a un bloque de edificios, será un espacio abierto al público. El patrimonio está en los vitrales, en los frescos, en los pisos, en las paredes de una casa que va descubriendo cada vez más anécdotas.

Pero la restauración es la primera etapa del proyecto que se convertirá en una casa cultural para articular varias disciplinas: arquitectura, diseño, oficios, laboratorios de diseño y arquitectura, talleres de mobiliario, instalaciones y exposiciones.

Lo que era un comedor será una sala expositiva que albergue instalaciones artísticas itinerantes. "Queremos generar un laboratorio de experimentación", sostiene Camila, que se dedica como diseñadora a generar instalaciones en diferentes espacios. Sobre el ala izquierda de la residencia se alinean cuatro dormitorios en los que proyectan generar talleres en los que el arte y la cultura sean el centro. 

Planean establecer también una tienda con piezas de diseño para acompañar y apoyar a los diseñadores locales. También se proyectan la posibilidad de generar intercambios y residencias artísticas en la casa. "Es un hibrido entre un museo, una casa, un taller. Una miscelánea", explica ella mientras recorre la casona y casi que se puede ver.

En medio de la pandemia Camila y César dejaron atrás la comodidad de un apartamento céntrico para cambiar su estilo de vida, al tiempo que construyen un legado artístico y patrimonial fuera del circuito cultural establecido. Una historia cultural que atraviesa pasado, presente y futuro.

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