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5 de mayo 2024 - 18:39hs

“Homo sacra res homini”. El hombre es una criatura sagrada para el hombre sostuvo Séneca, filósofo estoico de la antigüedad romana.

“Cuando el hombre comprende sus intereses, el planeta se achica y su idioma crece”, imprime en una milonga el poeta Alfredo Zitarrosa. Ambos, inmortales, le hablan al oído a la humanidad entera.

Sin proponérselo, sus palabras alcanzan la profundidad de una galaxia y la magnitud del mar, haciendo que su ser trascienda.

Enderezar clavos

En una entrevista de 1977 con Joaquín Serrano (disponible en YouTube), Alfredo Zitarrosa relató cómo enderezaba clavos en su infancia para ayudar a su padre, quien luego los vendía. “Enderezar clavos me enseñó sobre la vida misma. Cada golpe en los dedos con el martillo no era solo un error, sino una lección. La vida, en cierto modo, es enderezar clavos. Todos los días hay que pelearla, y los golpes que recibimos nos enseñan que nada es fácil y que todo esfuerzo conlleva cierto dolor”, explicó.

Compartió también en ese encuentro cómo la pesca en el río Santa Lucía le enseñó la importancia de la calma y la espera: “Esperar fue la mejor preparación que uno puede tener”, señaló, comparando la paciencia necesaria para pescar un bagre blanco con la requerida en la vida. Espera y esperanza.

Como los estoicos, y especialmente como Séneca, Zitarrosa encontró en la adversidad una oportunidad para enseñar en cada momento.

Si cierro los ojos, Zitarrosa sigue cantando desde el pasacassette de mi viejo en los campos de Santa Fe; si los abro y lo redescubro, el maestro sigue enseñando y desparramando saberes para polinizar un mundo mejor.

Séneca y Alfredo Zitarrosa: dos estoicos, dos sabios perpetuos para quien quiera aprender de ellos.

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