Perdonará el lector que parte de esta columna sea autorreferencial y parte sea dirigida en particular a mis compañeros de Partido.
He sido militante del Partido Nacional desde que tengo memoria. Muy chico acompañaba a mi madre a doblar listas en la casa de Cora Chiesa y en el comité Tres Árboles de la lista 36 de Tacuarembó. Acompañaba a mi padre en recorridas por las zonas rurales. Ya en Montevideo, cuando vine a estudiar, formamos la Juventud de Alianza Nacional siguiendo a nuestro líder y referente de vida y de política Jorge Larrañaga.
Sé, por vivirlos, de las alegrías y los sinsabores de la actividad. De victorias y derrotas inesperadas; de injusticias -reales o al menos así percibidas, que al final del día causan el mismo dolor y angustia-.
Solo el militante de una causa puede comprender a otro. Solo el que siente la pasión y la convicción puede entender el tiempo que se ofrece a un proyecto político, el exponerse en una esquina a repartir una lista y que desde un auto alguno lo salude y otro lo insulte. Solo un militante comprende a otro que pasa frío y deja su familia para recorrer las casas de sus vecinos y convencerlos que su causa es la justa. Que recibe pedidos y reclamos. Que defiende a su Partido en el más fiero de los rings dialécticos: el boliche del barrio o la feria. Ese militante que busca argumentos y defiende a veces decisiones que no comparte del todo y de las que no fue parte.
El domingo pasado, al comunicarse la fórmula del Partido, vi a algunos muy queridos compañeros y compañeras dolidos por sentir que su conformación no contemplaba la tradición nacionalista.
Comprendo a esos compañeros, los entiendo. Comprendo que en algún caso su sentimiento no fuera enojo sino se asociara de cierta manera a la angustia; comprendo que pudieran sentir que la decisión podía representar cierto rezago de lo que es la militancia y la escalera de ascenso dentro del Partido.
Pero, así como los comprendo y entiendo, les pido un minuto de reflexión.
Se trata de un mensaje nuevo, arriesgado y valiente. Y me detendré en dos puntos. El valor de la decisión de Álvaro Delgado y el mensaje de la elección de Valeria Ripoll.
No me detendré en las cualidades personales de Valeria (sus cualidades humanas son notables, así como su historia de lucha personal y por derechos. No me detendré porque esas cualidades la tienen también otras compañeras del Partido y no creo haya sido lo decisivo).
Álvaro Delgado fue el candidato con mayor porcentaje de apoyo desde que hay internas. De por sí ello le abre un voto de confianza para decidir. No para imponer pero sí le da autoridad y legitimidad cuando propone el nombre de Valeria. Esa propuesta supone que arriesga, que no se quedó en la zona de confort que supondría no innovar. Eso habla de capacidades de liderazgo que ofrece tranquilidad para el futuro. Al igual que el presidente Lacalle Pou, se atreve a ir a fondo con sus convicciones y a hacer lo que siente es lo correcto. Como hizo este gobierno con la reforma de la seguridad social (esa misma que el FA sigue sin animarse a oponerse aunque su candidato está en contra), que era necesaria pero algunos suponían inconveniente en el plano electoral o en el impacto de corto plazo. Lo correcto era hacerla, arriesgarse a hacerla. Y lo hizo. Del mismo modo, Delgado demuestra que está dispuesto a hacer lo que sea necesario. ¿Necesario para qué? Necesario no solo para ganar, que en definitiva es instrumental. Necesario para asegurar la continuidad de los cambios. ¿Y por qué Ripoll? ¿Por qué no otro blanco? Porque Delgado es consciente que hay que avanzar. Y voy al segundo punto.
Como dije -o al menos pretendí decirlo-, no son solo las destacables cualidades personales de Valeria las que juegan. Pesa también su implicancia simbólica. Valeria representa y simboliza una tradición de lucha distinta a la nuestra. Por supuesto que tenemos compañeros y compañeras comprometidos con la lucha social, con la defensa de los trabajadores, pero Ripoll reúne esas características de manera icónica y con ello supone abrir las puertas del Partido para que el Partido crezca. ¿Cómo crecerá el Partido si en lugar de tender puentes nos cerramos?
En momentos donde hay predominancia de sectores radicales en el Frente Amplio, y que hay quienes apuestan a la grieta, la conformación de la fórmula Álvaro Delgado – Valeria Ripoll supone el mayor gesto antigrieta que ofrece la política uruguaya. Es la explicitación de la validación para quienes están huérfanos de representación y que tienen una fórmula que apunta no solo a octubre y noviembre sino que sobre todo apunta la convivencia a partir del 2 de marzo de 2025. Este gesto de Delgado y del Partido todo no debería pasar desapercibido. Es un muy concreto mensaje de unidad nacional.
Hay que tener presente que, en la interna del 2019, la propia elección de nuestra actual Vicepresidenta también hizo “ruido” en algunos de los sectores más conservadores del Partido. Más allá de la destacadísima trayectoria de Beatriz y de la excelente gestión que estaba desarrollando nada más y nada menos que como Presidenta del Directorio, que Lacalle Pou la eligiera como compañera de fórmula representó un mensaje de modernización de un Partido con opción de gobernar. Es que la “agenda” de temas y el camino de Argimón superaba la visión más “tradicional” del Partido. Y hoy tenemos una Vicepresidenta que es orgullo de todos los uruguayos.
En ese mismo sentido entiendo la decisión de Delgado. Ser superadores del momento y pensar en clave de Partido de Gobierno y Partido para gobernar en un escenario de coalición. Para ello, para gobernar y para gobernar bien, tenemos que establecer puentes con el centro político y con los desencantados. La invitación que Delgado le hizo a Ripoll para que se sumara a la fórmula es la invitación a todos esos uruguayos a que vean en nuestro Partido Nacional un espacio para trabajar por el país. Tenemos la mejor fórmula para ganar, para gobernar y seguir mejorando la vida de nuestros compatriotas.
Y al final vuelvo a mis compañeros militantes y en particular a mis compañeras militantes. Sé que la política y el Partido, a pesar de los cambios, siguen siendo lugares donde queda por trabajar. Que todavía hay muros por derribar. Que ser mujer en política y en el Partido sigue siendo difícil. Pero ustedes saben que el Partido Nacional sigue siendo la mejor herramienta para mejorar el país y hoy tenemos una fórmula que, lejos de cerrar puertas, las abre, para afuera y también para adentro. (Y si no las abre, las patearemos -juntos- como nos enseñó Wilson a los jóvenes).