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El Observador | Leonardo Pereyra

Por  Leonardo Pereyra

Columnista político
5 de mayo 2025 - 5:10hs

Somos todos mortales, eventualmente sustituibles y esclavos del destino siempre inescrutable. Pero, hasta que se demuestre lo contrario, Luis Lacalle Pou será el candidato presidencial blanco en 2029 y esta seguridad le otorga puntos a favor al Partido Nacional pero también expone sus debilidades.

Embed - El Partido Nacional “Luis dependientes”: fortalezas y debilidades de un liderazgo | #PINCELADA

Parece un tanto apresurado hablar de lo que ocurrirá dentro de cinco años pero también es cierto que muchos estamentos de la sociedad y la política uruguaya viven en una permanente campaña electoral y, en el caso de Lacalle Pou, resulta relevante el rol más o menos activo que, como oposición, ejercerá durante el gobierno del frenteamplista Yamandú Orsi.

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Por lo pronto, el líder nacionalista subió las escaleras del directorio blanco el martes 22 y marcó algunas de las pautas de comportamiento que, según entiende, su partido debe cumplir para retornar al gobierno en 2030. Y, se sabe, sus palabras son sentencia para los blancos.

Lacalle Pou abrió las puertas a la competencia interna al afirmar que si no hay acuerdo sobre quién presidirá el Directorio, lo debe laudar la Convención votando a quienes pretendan postularse. También indicó que quien presida el directorio debe hacerlo a tiempo completo. “Que se acueste y se levante pensando en el partido”, dijo el expresidente. El mensaje tuvo como destinatarios a los senadores Álvaro Delgado (Aire Fresco) y Javier García (Espacio 40) quienes aspiran a ocupar ese lugar pero a los que Lacalle Pou embretó. Si quieren presidir el directorio, deberán renunciar a sus bancas lo que supone una decisión nada sencilla.

Por otra parte, si quiere alinearse con Lacalle Pou, la dirigencia blanca deberá realizar una autocrítica moderada del resultado de la pasada elección en la que Delgado perdió contra el frenteamplista Yamandú Orsi. El líder blanco cree que sus dirigidos deben abstenerse de cobrar cuentas por lo sucedido o, por lo menos, deberían hacerlo en un tono que no provoque heridas internas.

Teniendo en cuenta las pulsiones blancas de irse a las cuchillas, esta autocrítica lavada les puede resultar con gusto a poco, pero eso es lo que quiere Lacalle Pou y es de esperar que muy pocos le lleven la contra.

El expresidente eligió no asumir ni su banca en el Senado ni la presidencia en el directorio, con lo que busca manejar sus propios tiempos sin tener que hacerse cargo de los problemas que puedan surgir en su partido y evitando exponerse en los debates que se darán en el Parlamento.

Su calculada ausencia -y más aún su calculada presencia- generan varios efectos, no todos positivos. Por un lado, el retorno “oficial” de Lacalle Pou a la actividad partidaria con su presencia en el directorio y en varios actos de campaña con vistas a las departamentales de este 11 de mayo, representa un doble impacto. En primer lugar, se consolida como el líder natural que, sin reclamarlo, recibe el cetro por parte de sus compañeros.

Los blancos, afectos a los caudillos, ya tienen a uno moderno, bien valorado, probado y dispuesto a buscar retornar al gobierno en 2030. Pero esto tiene su contracara, y la potente luz del líder deja tras de sí algunas sombras largas. Porque es evidente que el Partido Nacional se ha convertido en “Luis dependiente”.

Y ese liderazgo exclusivo puede representar un problema estratégico. No solo porque la dependencia de una sola persona, sujeta a los avatares de todos los mortales, es altamente peligrosa, sino porque esa vasta presencia representa un riesgo político e ideológico.

La atracción de Lacalle Pou es tan grande que impide que exista un liderazgo alternativo o al menos complementario. Esa unidad nunca funcionó en un partido acostumbrado a tener al menos dos alas y que hasta llegó a votar en lemas separados –en la época del Partido Nacional Independiente- a raíz de la presencia de distintas identidades.

Los nacionalistas deberán entonces procesar ese “monopolio” partidario que se acrecentó tras la muerte de Jorge Larrañaga que dejó huérfana al ala wilsonista.

Lacalle Pou ha sido capaz de superar algunos prejuicios internos y externos. Hacia afuera, logró llegar a la presidencia en 2019 eclipsando las críticas de quienes lo tildaban de cajetilla alejado de los intereses de las clases populares. Hacia adentro parece estar desterrando aquello de “con Herrerismo grande, partido chico”, despegando viejas etiquetas y virando hacia posiciones más cercanas al centro que a la derecha de su sector de origen.

Hoy todos los sectores blancos se rinden ante él. Incluso ya hay quienes piensan que por primera vez en muchos años el Partido Nacional irá a las elecciones internas con un solo candidato ya que, hasta el momento, no hay quien pueda ni quiera hacerle fuerza.

Por un lado, los blancos están contentos. Ya tienen candidato y eso los tranquiliza. Pero los adversarios también saben que los blancos tienen ese candidato y ninguno más. Y eso es inquietante.

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