Seguramente has escuchado o leído que la inflación en nuestro país ha descendido notoriamente en los últimos meses, tanto así que se encuentra dentro del rango meta establecido por el Banco Central (BCU). Además, quizás te haya pasado pensar que mientras te llega la noticia de este logro macroeconómico, sentís que “las cosas están cada vez más caras” y que tu carrito “cuesta una locura”.
El índice de precios del consumo (IPC) de abril registró un incremento del 0,63%, si bien algo por encima de las expectativas, en el acumulado de los últimos 12 meses alcanzó a 3,68%, un guarismo extraordinariamente bajo, que lo ubica dentro del rango objetivo del BCU. Recordemos que este tiene, por carta orgánica, como una de sus dos finalidades legales la estabilidad de precios (baja inflación) que contribuya con los objetivos de crecimiento y empleo.
Baja inflación: las razones de su importancia
Mantener niveles bajos o controlados de inflación es clave para el desarrollo, por varias razones. En primer lugar, porque la inflación opera como un impuesto desde el punto de vista microeconómico en las decisiones de consumo y ahorro. Tus ingresos “rinden” menos, pueden comprar menos bienes y servicios.
En segundo lugar, es regresiva. En general, los sectores con menores ingresos dedican todo su dinero disponible al consumo, mientras que aquellos sectores que tienen capacidad de ahorro podrán proteger parte de su ingreso con instrumentos de cobertura.
En tercer lugar, niveles de inflación elevados incrementan los niveles de incertidumbre sobre la evolución de los principales precios de una economía (salarios, tarifas, etc). Mayores niveles de incertidumbre están asociados a una erosión del clima de negocios y de inversiones.
El desafío de medir la inflación
Medir la inflación es un todo un desafío. Recordemos que lo que no se mide, no se puede gestionar, estaríamos trabajando sin bases ni coordenadas. Por tanto, medirla de forma rigurosa y confiable es clave. En eso nuestra política estadística tiene un elevado nivel reputacional. Estadísticas oportunas, rigurosas e independientes. Y esto se realiza en base a metodología generalmente aceptada como parte de un modelo. Recordemos también que los modelos económicos son simplificaciones de la realidad para aproximarnos a ella y en ese proceso simplificador es estadísticamente improbable que la estimación de la inflación sea representativa de un caso particular.
Volviendo a la esencia del primer párrafo, no solo es posible sino que es esperable que tus cuentas, “tu carrito”, no evolucionen de la forma que lo hace el IPC, que es como se mide la inflación. Ese carrito depende de múltiples factores. Desde tus ingresos, pasando por tus patrones de consumo, el número de integrantes del hogar, si hay menores de edad y si van a escuela pública o enseñanza privada. Hasta el lugar donde realizas las compras que habitualmente afecta el costo de vida, y pueden tener lógicas propias de fijación y modificación de precios.
Según el relevamiento que pública el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) sobre precios al consumo, se constata dispersión relevante en algunos productos en función del punto de venta. Por ejemplo, en el relevamiento realizado con vigencia a mayo 2024, surge que dependiendo de donde compres el boniato criollo podés pagar el kilo en el mismo momento desde $ 46 hasta $ 105, o el calabacín podrás pagarlo desde $ 39 hasta $ 79. ¡Más del doble! Quienes me conocen saben que soy un asiduo consumidor de ensalada de lechuga y zanahoria. En abril, la lechuga tuvo un incremento promedio de 22,15% y la zanahoria de 42,15%, muy por encima de la inflación general y en base a mis preferencias, esos dos artículos tienen un peso ponderado mayor en mi carrito que en la canasta definida por el Instituto Nacional de Estadística (INE).
Por supuesto que estos hechos no desacreditan de modo alguno tal medición, pero sí es entender su utilidad, el alcance y el porqué de las posibles diferencias de percepción entre los números de la macroeconomía y tu ticket del súper.
No tengo dudas de que el haber alcanzado los niveles actuales de inflación es uno de los mayores logros del funcionamiento de nuestra economía. Sin embargo, aún persisten algunas luces rojas en la materia.
La baja de la inflación se ha dado fundamentalmente por lo que llamamos la inflación transable, aquellos bienes que se comercializan a nivel internacional y por tanto, sus precios en pesos son sensibles a la cotización del dólar. Con un dólar que se ha desinflado localmente, con potenciales problemas de competitividad, es posible que cuando soplen vientos distintos en el mercado cambiario, la evolución de precios al consumo se vea afectada.
Además, un componente relevante en la fijación de precios son las expectativas de los agentes económicos, aún ancladas en el entorno al 6%.
Falta un buen trecho aún para consolidar con sanos fundamentos los niveles de inflación deseados.