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30 de noviembre 2024 - 5:00hs

Cerrada la elección nacional en sus dos vueltas, y con el resultado que ni se hizo esperar ni fue ajustado, el Partido Nacional, la coalición republicana y su candidato, Álvaro Delgado, deberán hacer la misma autocrítica que durante meses se le reclamó, atinadamente, al Frente Amplio cuando perdió en 2019.

El proceso entonces fue tortuoso, no del todo transparente y hasta se diluyó en medio de la pandemia. En el caso del gobierno que ahora se despide sería buena cosa que se hiciera con celeridad y claridad, para bien propio y de los uruguayos.

Los analistas políticos han dicho más de una vez en esta semana post elecciones que las derrotas, al igual que las victorias, no se construyen con una sola variable. Eso se ajusta a esta realidad, más que nunca. El gobierno de Luis Lacalle Pou fue bien valorado por parte de los uruguayos, en particular la figura del propio presidente que siempre tuvo altos índices de aprobación. La última encuesta al respecto fue la de Equipos, que a principios de noviembre confirmó que la mitad de los uruguayos aprobaba al presidente, mientras que un 31% lo desaprobaba.

Pero las aprobaciones no se heredan ni se pasan mágicamente. Ninguno de los candidatos que se enfrentaron en el ballotage son figuras de alta llegada popular, lo cual de por sí no es ni bueno ni malo, pero incide en los resultados. Una cosa es votar por el candidato de un partido con el que se tiene afinidad, y otra cosa es votar a un candidato por encima incluso del partido, porque genera empatía y confianza. Es la famosa épica de la que tanto se habló en esta campaña, en parte porque faltó sin aviso.

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La primera autocrítica, que no se limita a la coalición republicana, es que los partidos necesitan trabajar mucho más en generar líderes preparados para ser presidentes, claro está, pero también creíbles e inspiradores. Esta alquimia tan difícil de definir es la que convirtió a todos los presidentes desde el retorno a la democracia en líderes. Se abre ahora un período en el que Yamandú Orsi deberá demostrar si también llega a ese pretil tan ajustado de la consideración y respeto popular, a igual que Lacalle Pou llegó luego de mucho trabajo político, pero ya en el gobierno y en el tiempo de una crisis pandémica sin precedentes.

Así como antes el Frente Amplio debió procesar su autocrítica de forma más decisiva, en particular los casos de corrupción y de “errores” políticos graves como las mentiras y desprolijidades del ex vicepresidente Raúl Sendic, ahora la coalición republicana, pero en particular el Partido Nacional que fue el que guió el destino del gobierno, debería analizar y desgranar lo que pasó con casos que quedaron pegados a la memoria de los uruguayos.

No podemos saber qué piensan y sienten los casi tres puntos de votantes que le dieron el triunfo al FA, pero podemos adivinar que a algunos –al menos– no les gustó la forma en que se manejaron entreveros como el de Astesiano/Marset, Albisu en Salto Grande y algunos otros de alto perfil público y escasas explicaciones oficiales. El primer caso, que generó un escándalo que hizo caer a dos ministros, una viceministra, sumada a la “desaparición” de uno de los principales asesores presidenciales, tiene tantas aristas como quien elige contarlo, pero en el fondo nunca hubo una explicación clara y final por parte del gobierno y, considerando su liderazgo, del actual presidente de la República.

El escándalo apenas rozó la popularidad de Lacalle Pou, pero vaya a saber cuánto incidió en la derrota del candidato de la coalición el hecho de que el partido de gobierno nunca haya cerrado y publicado un informe de qué pasó, porqué pasó, cómo se podría evitar en el futuro y los agujeros del sistema que permitieron que sucediera. Incluso si todo esto fue, por un lado una bravuconada del ex custodio del presidente y, por otro, una serie de hechos desgraciados concatenados que terminaron en el otorgamiento –legal– de un pasaporte a uno de los principales narcos de la región, hubiera sido deseable y muy positivo que se diera una explicación oficial con la cara de presidente.

Lacalle Pou habló sobre el tema y aceptó sus errores. "Hice una conferencia de prensa, y estoy haciendo referencia a que obviamente cometí un error y, pasado el tiempo y conocidos más elementos, ese error queda más marcado”, dijo en referencia a su hombre de confianza en la seguridad presidencial. No fue suficiente, porque las dudas sobre este y otros casos cimentaron la campaña del partido opositor y la duda de los miles de uruguayos que no habían decidido su voto y que ni siquiera se consideraban frenteamplistas.

El gobierno que termina no fue más o menos corrupto o desprolijo que otros recientes y, como otros antes, tampoco entendió que la autocrítica a tiempo es una necesidad que los votantes actuales valoran. Las 36 designaciones directas en la delegación uruguaya de la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande, que beneficiaron a otros blancos, terminó con la renuncia del presidente de ese organismo, el nacionalista Carlos Albisu, pero quedo en la nada. Lacalle Pou dijo que no dudaría en tomar decisiones en caso de que se comprobaran las irregularidades, pero no pasó nada luego de que Albisu se fuera a su casa y el Parlamento interpelara al todavía canciller Bustillo y a la ministra de Economía y Finanzas.

La economía estable y los índices de inflación bajos no fueron suficientes para convencer a la cantidad suficiente de uruguayos de que la coalición de gobierno merecía otro período, pero si algo caracteriza al nuevo votante uruguayo es que ya no sigue los cánones de tradición y fidelidad de otros tiempos. Vota por candidato, vota por la confianza que le genera, vota por lo que hizo el partido en los cinco años anteriores y por lo que más le resuena de lo que hizo o no hizo. El mismo votante que votó esta vez a Orsi podría votar a Lacalle Pou o al próximo candidato de la coalición republicana.

Es probable que en los próximo años tengamos gobiernos intercalados de las dos grandes fuerzas políticas que hoy dominan al país, y eso puede ser un experimento muy interesante en el que los políticos entiendan por fin que deben colaborar mucho más y tirar menos piedras mientras son oposición. El rol de la oposición siempre es vital, pero deberíamos superar la era de los no porque no sos de mi partido y de los no porque me quiero diferenciar. Los no deben ser fundamentados y productivos.

El uruguayo promedio quiere vivir mejor, criar a sus hijos con seguridad y educación, poder aspirar a un trabajo y vivienda dignos y, cada vez más, sentirse orgulloso de un país que sigue liderando ránkings democráticos, pero que no debe dejarse estar en la materia de corruptelas y trampas legales que dan vergüenza.

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