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6 de julio 2024 - 5:00hs

El hecho de la semana fue la decisión de que Valeria Ripoll, ex sindicalista y ex frenteamplista, sea la candidata elegida para completar la fórmula presidencial del Partido Nacional. Como consecuencia, el hecho de la semana fue también que Laura Raffo, precandidata del mismo partido, no fuera la candidata, tal como algunos esperaban. Ambos hechos se pueden analizar desde otros puntos de vista que tienen que ver con el partido que integran, así como con el sistema político uruguayo.

La elección de Ripoll horrorizó a los blancos más tradicionales o a los blancos como “hueso de bagual”. Muchos manifestaron su rechazo con diversos grados de diplomacia, incluyendo al senador Sebastián Da Silva, quien el primer día hasta se acordó de Masoller ("Tengo 40 años de militancia en el Partido Nacional, un hijo que se llama Aparicio, a mí me gustan candidatos con más Masoller, pero es un tema mío. Ahora tenemos que ir para adelante") pero pronto acomodó su discurso para respaldar a la fórmula, con toda lógica para un legislador blanco.

No hay encuestas sobre cuántos uruguayos están disconformes con la decisión de Delgado, pero está claro que son muchos más los uruguayos a los cuales directamente no les incomoda o les da lo mismo. El Partido Nacional necesita mucho más que blancos como hueso de bagual para lograr pasar a una segunda vuelta y soñar con cinco años. Ripoll no les asegura que lo logren, pero tampoco lo habría hecho Raffo ni casi ningún otro nombre. Ni siquiera el de Azucena Arbeleche, que estaba en el shortlist de Delgado pero que no tenía interés en el puesto, era garantía de votos por fuera del Partido Nacional.

La coalición necesita desesperadamente encantar a los indecisos, a los apolíticos, a los que no está siguiendo cada tuit de cada legislador adalid de las redes, a los que no están casados con un partido y conciben como natural votar a uno en 2014, a otro en 2019 y tal vez a cualquier bando en 2024. Eso no se logra solo con una candidatura a la vicepresidencia, pero es un comienzo que Delgado haya elegido sorprender; los votos de adentro están asegurados (salvo el de Fossati, que en un año pasó de ser fiscal a blanca del grupo de Raffo y ahora colorada que apoya a Ojeda) y hay que ensayar mil experimentos para captar los de afuera.

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Más allá de la estrategia del candidato blanco, que el tiempo dirá si realmente consigue arrastrar votos, la elección de Ripoll es interesante por dos razones, al menos. Es una persona que viene de fuera del partido y eso siempre enriquece, en cualquier colectividad política. Los conceptos tradicionales de fidelidad y traición política hace tiempo que no aplican a la realidad. El electorado uruguayo, además, cada vez se muestra más independiente de viejos estandartes, al menos como determinantes de votos eternos.

Por otra parte, Ripoll es, como Raffo, una mujer que le hace bien a la política para acostumbrar al sistema a la presencia de mujeres en cargos de decisión, un temita pendiente que sigue costando, y no tanto por lo que los propios uruguayos deciden sino porque los sistemas siguen estrangulando, consciente o inconscientemente, a las mujeres que miran con ganas a la actividad política, pero que se quedan por el camino porque no están dispuestas a remar con la carga doble o triple que lleva un hombre candidato.

Sucesivas encuestas de opinión pública demostraron que el electorado uruguayo no solo declara no tener reparos en votar a una mujer sino que incluso, en algunos casos, tiene una tendencia a preferirla a la hora de ocupar cargos electivos o públicos o de desempeñar ciertas tareas. Esta es una de las conclusiones a la que llegaron en 2019 las doctoras en Ciencia Política Verónica Pérez y Niki Johnson, integrantes del área de Política, Género y Diversidad de la Udelar.

En Uruguay, como en otros países en los que los partidos son fuertes y tienen listas cerradas, el elector no puede elegir demasiado porque la oferta viene armada. La conclusión clara para las investigadoras es que “el” factor que realmente incide en Uruguay a la hora de no posicionar mujeres para estos cargos son los líderes -o gatekeepers como se los denomina en ciencia política- que inciden en las conformación de las listas.

Beatriz Argimón fue también una “apuesta”, muy blanca y con mucha experiencia tanto legislativa como política, y salió bien, pero es imposible afirmar cuántos votos sumó en una elección que terminó siendo muy ajustada. Las circunstancias en 2024 son muy diferentes a las de 2019, sobre todo porque el Frente Amplio cuenta, en las encuestas y en la actitud de unidad, con una ventaja importante. Pero esta carrera, la de las elecciones nacionales, se empezó a correr el domingo y todavía hay mucho paño para cambios.

En el mismo sentido, la precandidatura de Laura Raffo fue una buena noticia para el sistema político. Debería haberlo sido también para los blancos, aunque la realidad es que muchos la criticaron por “apurarse” y por abandonar el proyecto departamental en el que se había embarcado. Raffo hizo bien en tirarse al rodeo de la política buscando la candidatura máxima, incluso si los resultados no fueron los esperados. Son casi inexistentes los liderazgos que se construyen de un día para el otro y es importante que blancos y uruguayos de todos los colores se acostumbran a la decisión de una mujer de intentar llegar a competir por la Presidencia.

Raffo cuenta con ADN político pero escasa experiencia directa, y eso es lo que ahora tiene la oportunidad de desarrollar, desde un cargo legislativo o incluso como jerarca de un potencial gobierno de coalición. Tal vez no estaría en este lugar de poder elegir si se hubiera quedado donde le decían que debía estar. Tomó riesgos, y ahora apostará a construir experiencia y una base de votantes que le permita seguir avanzando. Tal vez esté decepcionada porque Delgado no la eligió, pero no debería ahora bajar los brazos en un camino que, ella mismo lo sabe, está lleno de piedras enormes.

Ripoll y Raffo son dos mujeres a las que los nacionalistas deberían respetar y abrazar. Una de afuera, otra de adentro, son la imagen de una representación política más equitativa, una materia que por muchas razones Uruguay tiene pendiente, y que evoluciona muy lentamente.

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