Estuve revolviendo el cajón de las entrevistas de The Paris Review, que es una gran enciclopedia de aforismos sobre la escritura con la que de vez en cuando me gusta perder el tiempo, y encontré estas reflexiones que me parecía interesante traer a colación con el tema del debut literario. Mirá lo que dicen:
Iris Murdoch
Para cualquier escritor es terriblemente desalentador que alguien diga: “¡Oh, me encantó tu primera novela!”. El corazón se me hunde cuando lo dicen, porque eso sugiere que todo ha sido cuesta abajo desde entonces.
Rachel Cusk
Construís una novela. Tenés que construirla como un edificio, de modo que se mantenga en pie incluso cuando vos no estés dentro.
J. G. Ballard
Escribir una novela es, creo, uno de esos ritos de iniciación modernos que nos llevan de un mundo inocente de satisfacción, borracheras y buen humor, a un estado de nerviosismo crónico y revisión perpetua de las cuentas bancarias.
Lorrie Moore
Una novela es un trabajo diario que se extiende durante años. Una novela es un trabajo.
Las citas anteriores me hacen sentido cuando pienso, por ejemplo, en las siguientes primeras novelas, seis títulos que me parecen valiosos y dignos de admiración.
Carrie
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Stephen King la escribió y la tiró a la basura. Le pareció que era malísima. Su esposa Tabitha la sacó de la papelera y le dijo que tuviera más fe en su trabajo. Lo bien que hizo porque Carrie es el pilar donde se construye el resto del universo de King. La estructura de la novela, que no es demasiado extensa, está armada con notas periodísticas, reconstrucciones a modo de non-fiction-novel, personajes inolvidables. En Carrie hay represión sexual, represión religiosa, comentario social, terror real, un nombre que queda para la posteridad. Como dice Mariana Enriquez, King es un mitólogo, un creador de mitos. Lo es desde su primerísima primera obra. Quién pudiera, la verdad
Mil de fiebre
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Una novela es trabajo duro. Es un edificio que se tiene que sostener solo. Un rito de paso. Mil de fiebre, de Juan Andrés Ferreira, es todo eso. Novela debut, novela consagratoria. Novela inolvidable, canónica para quien se asome a sus páginas. Asteroide maximalista en la literatura uruguaya. Pasaron siete años de su publicación: clásico automático de nuestro siglo XXI vernáculo.
El pozo
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Es áspero el primer contacto con El Pozo, pero también es imborrable la marca de ese narrador que nos hunde en el existencialismo melancólico de Onetti para siempre. “Lo difícil es encontrar el punto de partida”, dice Juan Carlos. “Estoy resuelto a no poner nada de la infancia. Como niño era un imbécil: solo me acuerdo de mí años después, en la estancia o en el tiempo de la Universidad. Podría hablar de Gregorio, el ruso que apareció muerto en el arroyo, de María Rita y el verano en Colonia. Hay miles de cosas y podría llenar libros.” Los llenó. Hizo más que llenar libros. Esta es la chispa que empezó todo.
La azotea
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Si de construir universos identificables y pautar desde allí un camino literario, Fernanda Trías y La azotea. El encierro, la claustrofobia, una narradora que se resquebraja mientras cuenta. No digo más porque la propia Trías hablará más abajo de ella.
Mala onda
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Todavía no había leído ni Menos que cero de Brett Easton Ellis, tampoco El guardián entre el centeno de J. D. Salinger. Caí en la primera novela del chileno Alberto Fuguet, no terminé de entender las referencias a las novelas anteriores, pero tengo fresco el impacto que me generó esa voz juvenil carente de emoción, anestesiada por la droga y el alcohol, ese narrador que busca la orfandad y que cuando la encuentra entiende muchas cosas sobre la soledad y esto que se llama adultez.
Bonsai
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Alejandro Zambra, jamás te abandonaré como lector. Jamás. Te quiero, te voy a seguir queriendo aunque ya nada de lo que escribas esté a la altura de Poeta chileno o Formas de volver a casa, aunque te conviertas en Neruda o en un viejo agrio. Y todo gracias a un primer párrafo, que además era tu primer párrafo publicado, con él me conquistaste para siempre: “Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedado solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura”. Bonsai, para siempre entre mis primeras novelas del corazón.
De qué está hecha una primera novela
Invité, como suele pasar, a otras voces. En esta ocasión, quienes colaboran con Epígrafe son cinco autores uruguayos a los que les hice dos preguntas puntuales:
- ¿En qué títulos pensás ante la idea de una primera novela, y por qué?
- ¿Qué imagen te queda de la escritura de tu primera novela?
Los invitados son:
- Fernanda Trías
- Juan Andrés Ferreira
- Mercedes Estramil
- Ramiro Sanchiz
- Dani Olivar
Fernanda Trías
1- Todos los escritores que hayan publicado novelas tienen una primera novela, pero cuando pienso en "primeras novelas", o lo que en inglés llaman "debut novels", siempre estoy pensando en una novela que sea el primer libro que se publica de ese autor/a, o sea, su debut en el mundo literario. Si antes publicó libros de otro tipo, en mi mente no cuenta como novela debut. Pero además yo le agrego otro requisito, y es que sea una novela debut escrita por alguien muy joven, o sea, menor de 30 años. Esas son las que más me impresionan y que me vienen a la cabeza cuando oigo decir "novelas debut". Sin este requisito de la juventud, creo que el ejercicio se vuelve inabarcable. En esa línea, las dos novelas debut por excelencia para mí son El Pozo, de Onetti, y La ciudad, de Levrero. Estas las elijo porque fueron los faros que en mi juventud me permitieron pensar que yo también podía escribir una novela ( La azotea). Eran cortas y eran uruguayas, se sentían cercanas. Pero luego, si me preguntás cuál es la mejor novela debut de todos los tiempos, me sorprende descubrir que la escribió una mujer, y es Frankenstein, de Mary Shelley, escrita a los 19 años. Por ahí en segundo lugar pondría La amortajada, de María Luisa Bombal, que escribió a los 28 años.
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2- (Hago la salvedad de que yo considero La azotea como mi primera novela, porque es la primera que se publicó.) La imagen que me queda es la de un momento muy emocionante de mi vida. Mucho vértigo. Noches en vela, escribir hasta el amanecer. Una escritura totalmente visceral, porque no existía en el horizonte la posibilidad de la publicación. La escribía porque me quemaba las manos, nada más, no imaginaba que nadie la fuera a leer. Lo que más me queda es la sensación de entrega total a la escritura.
Juan Andrés Ferreira
1- Pienso en al menos dos títulos. El primero es V., de Thomas Pynchon. Es una sátira compleja, delirante, laberíntica, lúdica, el arquetipo de la novela posmoderna. El argumento es difícil de sintetizar y, la verdad, no sé si importa. Lo que me resulta fascinante es la estructura, los recursos de los que se vale Pynchon (poesía, diario personal, artículos periodísticos, canciones, cuentos), las ideas, los saberes, la acumulación de detalles, las piezas que supuestamente encajan, la forma cómo la obra se va estableciendo y mutando en la mente quien la lee. Y están esos personajes delirantes, extravagantes, de dibujo animado. Pynchon publicó esta maravilla a los 26 años.
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El otro es un libro más experimental, sumamente ambicioso, que también tiene sátira, y una cierta complejidad, La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski. Aplicando un reduccionismo criminal podría decirse que se trata de una historia de terror y aventura sobre una casa embrujada, una casa que tiene vida propia, y de cómo la vida de esa casa afecta la vida de otras personas, incluyendo la del lector. Stephen King saludó a La casa de hojas como “el Moby Dick de los libros de terror”. Y sí. Es una obra simbólica, una especie de monstruo hecho de varios documentos en los que confluyen distintos estilos, géneros y registros: novela de terror, ensayo literario, cómic, teoría cinematográfica, entrevista, estudio académico, poesía, guion de cine, espeleología, literatura epistolar y de aventura. También hay muchas piruetas y jueguitos, hay caligramas, acrósticos, collages, fotografías y dibujos. Es una novela muy ambiciosa, que incluso desafía las convenciones de la maquetación y el diseño; de hecho, hay tramos en los que se parece al Talmud.
2- Casi todas las imágenes que me vienen a la mente tienen que ver con el trabajo de planificación, edición y corrección. Por ejemplo: yo en mi escritorio, rodeado de post-its y con una cantidad absurda de papeles tirados en el piso, muy entusiasmado y feliz, tratando de descifrar el orden de las viñetas.
Mercedes Estramil
1- Elijo tres primeras novelas que me impactaron y que siendo muy diferentes participan de una genialidad involuntaria: Frankenstein, de Mary Shelley, novela de juventud escrita por un capricho lúdico y que sentó las bases de la novela de horror corporal que hoy está tan de moda; El guardián entre el centeno (o El cazador oculto), de D.J. Salinger, que sigue en pie como una biblia de la adolescencia en lucha contra el mundo podrido de los adultos; y Pedro Páramo, de Rulfo, que me sigue sorprendiendo cada vez que la leo porque no sé cómo pudo condensar de esa manera tan original el “menos es más”, esa fórmula perfecta.
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2- La imagen que me queda de Rojo es la de un libro hecho a pura fiebre, dolor y rabia, en el que por primera vez me enfrenté al problema de tener que elegir y decidir cómo cuento lo que quiero contar. Técnicamente: qué narrador elijo, qué personajes, qué secuencias, qué dejo fuera, etc. Pero no como un cálculo frío, de conveniencias “profesionales”, sino como un juego de la intuición, muy adrenalínico todo. Era como correr agitada hacia un punto final donde no quedara nada en pie.
Ramiro Sanchiz
1- Me pasa primero que con algunos de mis autores favoritos no son sus primeras novelas las que más me gustan. Philip K. Dick sería el mejor ejemplo: tendría que pasar a su novena novela (Ojo en el cielo) para pensar en una que me gusta especialmente y a su vigesimoprimera (El hombre en el castillo) para una que –sin ser mi favorita, de todas formas– me fascina y a la que vuelvo siempre. O Ballard: El mundo sumergido (su segunda novela), La exhibición de atrocidades (la quinta). Pero si me obligo a pensar en primeras novelas fascinantes sí aparecen algunas entre las que más he releído en mi vida: sin lugar a dudas Neuromante, de William Gibson (que para mí equivale a escribir en estado de gracia, y su autor jamás logró eso otra vez, por más que haya escrito novelas excelentes, como Todas las fiestas de mañana), o Frankenstein, La casa de hojas, Retrato del artista adolescente, V, Tango satánico …
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2- El uso de una cabeza borradora (lyncheana) para hacer retroactivamente como que nunca existió o cambiarla por otra. Perséfone (2009) ya no me gusta para nada, pero por otro lado tampoco es mi primera novela: la precedieron dos, Las ninfeas (cuyo manuscrito perdí en 2005 y era mucho más experimental que casi todo lo que publiqué hasta ahora) y 01.lineal (que está en un limbo extraño entre lo édito y lo inédito, por razones que no vienen al caso). En todo caso, la primera de mis novelas que de alguna manera sí me gusta es Nadie recuerda Mlejnas (2011), una nouvelle en realidad, y de su escritura recuerdo estar drenando las últimas gotas que quedaban de mi vida como aspirante a músico.
Dani Olivar
1- Siempre que me acerqué a un autor o autora, no lo hice siguiendo un orden cronológico. Podría mencionar las primeras obras de escritores cuya producción completa me interesa, como Pobres gentes de Dostoievski, Cumbres borrascosas, la única novela de Emily Brontë, El guardián del vergel de Cormac McCarthy, El pozo de Onetti, La náusea de Jean-Paul Sartre o La historia de Shuggie Bain de Douglas Stuart. Me gusta pensar cada novela como una tesela que forma parte de un gran mosaico: la obra total de un autor o autora.
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2- Me quedan varias. Las veo como una pintura, los gavilanes planeando en el cielo celeste, la tierra volando detrás del auto que pasa, el amarillo del pasto seco. Son imágenes que también tienen sonido, la respiración, un canto, la brisa, la energía de la vida contenida en un lienzo.