Mi jardín secreto: todas las fantasías sexuales de las mujeres se publicó en 1973 y causó toda una revolución, no solo sexual sino social. La premisa, tan disruptiva y movilizadora, era que las mujeres tenían pensamientos eróticos. Pero en un contexto social en el que los roles de género limitaban el orden social, la posibilidad de que ellas también estuvieran a merced de la lujuria era prácticamente un alegato político.
"Toda la arquitectura del sexo, el matrimonio y la familia –y, a partir de ahí, del trabajo y la agencia económica– descansaba sobre un precepto fundamental: que los hombres estaban impulsados por su deseo sexual, y a menudo eran víctimas de él, mientras que las mujeres no", analiza años después la periodista Zoe Williams en The Guardian. ¿Era todo aquello entonces una mentira?
Las colección de fantasías de Friday era diversa, descarada y detallada. "Tomadas en conjunto, las fantasías son una exploración vívida, incluso exuberante, de lo que la mente hace con el deseo cuando lo ha interiorizado como vergüenza: toma esa vergüenza y la convierte en un deseo aún más intenso. Así que hay una amenaza implícita al orden conservador, ya que las mujeres han tomado el mecanismo de control y lo han utilizado como acelerante", concluye Williams.
"Después de que escribí Mi jardín secreto empecé a recibir cartas de mujeres expresando gratitud. Gracias a Dios que escribiste ese libro, decían. Pensé que era la única. –le dijo a la revista People en 1980–. “Tus fantasías sexuales son una de las radiografías más valiosas que jamás tendrás”.
Pasaron 50 años desde la publicación del libro –y ocho desde la muerte de su autora– pero la pregunta sigue teniendo validez. Después de una revolución sexual y tecnológica, la apertura del sexo en la televisión con series como Girls, Sex and the City e incluso Sex Education, la publicación de libros que se convirtieron en éxitos de ventas internacionales como 50 Sombras de Grey o la transformación de la pornografía y las aplicaciones de contenidos para adultos en objetos de bolsillo, ¿han cambiado las fantasías más profundas de las mujeres?
Esa fue la pregunta que se hizo la actriz y activista Gillian Anderson, quien decidió repetir el experimento de Friday para responderla y publicó un llamado en el medio británico The Guardian: “Quiero que las mujeres de todo el mundo, y todas las que se identifican intrínsecamente como mujeres ahora queer, heterosexuales y bisexuales, no binarias, transgénero, poliamorosas, todas vosotras, mayores y jóvenes, cualquiera que sea vuestra religión, casadas, solteras o no, me escriban y me digan en qué piensan cuando piensan en sexo”.
Adjuntó un correo electrónico y puso un plazo de 28 días para escribirle. A cambio, recibió 1.800 declaraciones anónimas de mujeres de todo el mundo. Había recibido historias suficientes para llenar ocho volúmenes del libro que pensaba escribir.
El resultado fue Quiero, un libro en el que recopila y comparte la experiencia de cientos de mujeres alrededor del mundo. Desde adolescentes que aún no habían tenido su primer encuentro sexual hasta mujeres que ahondan en el sexo después de la menopausia. Mujeres solteras que navegan por aplicaciones de citas y otras casadas desde hace décadas. Mujeres mujeres transgénero y personas que se identifican como no binarias. Mujeres pansexuales, bisexuales, asexuales, arrománticas, lesbianas, heterosexuales y queers.
“Para buena parte de estas mujeres, las fantasías sexuales solo pueden ser secretas. Experimenté un auténtico baño de realidad al leer la experiencia de primera mano de quienes viven en países en los que las normas sociales, o en algunos casos la ley, descarta la posibilidad de todo lo que no sea una relación heterosexual y el sexo dentro del matrimonio. No obstante, incluso las que hicieron su contribución desde las sociedades consideradas 'progresistas' escribían sobre sus sentimientos de 'vergüenza', 'bochorno' o 'culpa', o sobre el miedo o las reticencias a contarle a su pareja en qué pensaban de verdad cuando estaban teniendo relaciones sexuales juntos, y también, a menudo, mientras se masturbaban a solas”, señaló la compiladora que destacó la persistencia de la vergüenza sobre el erotismo incluso entrando en 2025.
Así lo expresa una de las mujeres que le escribieron: Me gustaría entenderme a mí misma, no como persona, sino como ser humano. Cada dos por tres me pongo a hacerme preguntas sobre la vergüenza que me generan mis propios deseos. ¿Todo el mundo se avergüenza y finge que no?
"Mis fantasías, mis normas"
Tanto Friday como Anderson compartieron la misma curiosidad, que quizás tenga también quien vaya a leer este texto: saber en qué sentido se parecían –o diferían– las fantasías de un grupo diverso de mujeres con respecto a las propias.
La actriz incluso incluyó un texto propio con la esperanza de que se solapara con los demás. "Me sorprendió que me resultara tan difícil describir lo mío sobre el papel. No era tanto porque fuera a entregárselo a alguien. Era simplemente el acto físico de escribir algo tan íntimo, incluso escribir palabras concretas. Me escandalizó mi propio escándalo", confesó la actriz –una mujer una mujer que llegó a los Globos de Oro de 2024 con un vestido de Gabriela Hearst bordado con vulvas– en una entrevista con Vogue.
"La fantasía puede ayudar a cristalizar nuestros deseos y necesidades. Puede liberarnos para que nos exploremos, para que experimentemos con nuestra excitación y con nuestro deseo sin riesgo de daños ni de críticas. La fantasía es un espacio seguro, no una representación de que lo que queramos llegue a ser real. Y un aspecto que es determinante: en una fantasía solo necesitamos nuestro permiso, y el de nadie más. Una fantasía es un acto de la memoria y de la imaginación, deliberado y, por lo general, totalmente privado”, escribe en el libro.
Entonces, ¿cuáles fueron las fantasías de las mujeres contemporáneas? Las páginas de su libro están tapizadas de las más diversas derivas de la imaginación. Anderson recoge una serie de prácticas vinculadas al BDSM (bondage, disciplina, sadismo, masoquismo) tanto en el rol de dominancia como sumisión, sexo grupal, al aire libre, en situaciones en las que pudieran ser encontradas in fraganti o escenas de voyerismo. Algunas se describen heterosexuales pero fantasían con otras mujeres, otras imaginan políticos, albañiles o a sus propios jefes y compañeros de trabajo. Aparecen robots sexuales, criaturas de ciencia ficción y hasta Harry Styles o Pedro Pascal.
La colección de fantasías cruza edades, límites geográficos y religiones. Debajo de cada una de las cartas incluyeron algunos datos sobre quienes las escriben: su nacionalidad, su religión, su estado civil, sus ingresos, su orientación sexual y si tienen hijos.
"Si te cruzas conmigo andando por la calle, yendo en el metro o comprando en el supermercado, es muy probable que en mi cabeza esté creando una fantasía sexual detallada y caliente", expresa una mujer británica que detalla las escenas que reproduce en su mente mientras va en el transporte público o elige frutas en el supermercado.
A otras, sus fantasías despiertan reflexiones más profundas sobre la educación sexual y la influencia del contexto social en la sexualidad. "Mientras escribo esto me doy asco a mí misma –escribe una mujer estadounidense que fantasía con mujeres mayores que ella–. Se supone que no debería tener estas ideas". La misma mujer expresa que "el sexo debería ser una conversación abierta" y considera que si lo fuera habría más posibilidades de que pudiera experimentar "lo único que desea en secreto y de manera tan constante y tan profunda".
Muchas de las mujeres que escriben en esas páginas desean ser vistas: ser deseadas, queridas, amadas. "Quiero una conexión dulce, real y sincera, aunque dure solo un tiempo. Una diminuta fracción de tiempo. Un dulce bálsamo", dice una ecuatoriana.
El libro deja más preguntas. ¿Qué dicen las experiencias de estas mujeres sobre la actualidad? ¿Qué puede cambiar hacia los próximos 50 años? Dice Gillian Anderson: “La liberación sexual de las mujeres ha de significar libertad para disfrutar del sexo a nuestra manera, para decir lo que queremos, no lo que nos vemos presionadas a querer, ni lo que creemos que se espera que queramos”.