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10 de julio 2025 - 5:00hs

¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡No! Es Superman, que por tercera vez en lo que va del siglo XXI tiene una nueva cara en la pantalla grande. El superhéroe por antonomasia regresó este jueves a las salas de cine en una versión más infantil y más colorida, en una película que reafirma su condición de “inmigrante ilegal” y tiene ganas de decir cosas sobre la falta de bondad y humanidad en este mundo.

Este tercer Superman cinematográfico del siglo XXI trata de recuperar parte del espíritu de su antecesor de la década de 1970, el que encarnaba Christopher Reeve. De hecho, reutiliza hasta la náusea la canción principal de aquella saga, que quedó asociada para siempre al personaje. La película de 2006, Superman regresa, protagonizada por el profesionalmente desaparecido en democracia Brandon Routh, también había intentado hacerlo, pero pasó sin pena ni gloria.

En el medio entre aquel fallido regreso y este hubo otro Superman, interpretado por Henry Cavill bajo la dirección del cineasta Zack Snyder. Ese Superman se juntó en el cine con Batman, la Mujer Maravilla y el resto de la Liga de la Justicia, en un intento desesperado de Warner Bros, el estudio dueño de todos estos personajes, de empatarle el partido a Disney, que con los héroes de Marvel dominó la década pasada de Hollywood.

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El Superman de Snyder (como toda su obra) no era para todos los paladares, por decirlo de forma amable. Era un Superman más oscuro, seriote, un dios que cargaba con el peso del mundo sobre sus hombros. Un plomazo.

Un Superman como los de antes

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Tras el costoso naufragio de ese proyecto, Warner le dio las llaves del Salón de la Justicia a James Gunn, el director de las tres películas de Guardianes de la Galaxia para Marvel, que cruzó de vereda para no solo encargarse del hombre de la capa roja, sino también de conducir los destinos generales de todo el “universo cinematográfico” basado en los personajes de DC, de los que esta película es la primera pieza.

Además de intentar retomar el carácter más luminoso y entretenido del Superman setentoso, Gunn también recurre al tono de los cómics en los que nació este personaje, sobre todo a aquellas historias de las décadas de 1950 y 1960, cuando las historietas de superhéroes todavía eran sobre todo para niños.

Hay en este Superman un tono camp y ridículo (dicho esto en un buen sentido), con colores vivos, rayos de colores, personajes arquetípicos, robots que hablan, charlas profundas que de fondo tienen a otros superhéroes peleando con bichos del espacio, y a Krypto, el perro con poderes que acompaña a nuestro héroe y se roba unos cuantos suspiros de ternura a lo largo de las dos horas y monedas que dura el largometraje.

Ese espíritu más inocente y juguetón también se refleja en el protagonista, que acá es el epítome de la bondad (se toma la molestia de salvar hasta a las ardillas en medio de sus peleas), lo honorable y aunque viene de otro planeta, lo humano.

El extraterrestre más humano

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James Gunn subraya todo el tiempo que lo que hace “super” a este hombre no es la fuerza, el vuelo o los rayos láser que tira desde los ojos, es el hecho de que haya decidido usar sus habilidades para el bien y para cuidar al mundo entero.

También subraya que Kal-el, el último sobreviviente de la destrucción del planeta Kriptón, es un inmigrante ilegal en la Tierra. Apenas una de las conexiones que hace esta historia con este mundo real moderno, y que le valió hasta algún cuestionamiento previo a su estreno entre los seguidores de Donald Trump.

Sin necesariamente ser un análogo a figuras contemporáneas, ahí entra en juego el villano de esta historia, Lex Luthor, un tipo tan inteligente como pérfido, que desde su resentimiento hacia la adoración que despierta Superman ha elaborado todo un aparato dedicado a ponerle en contra al público –manipulando a los medios y con un literal ejército de monos que se dedican a tuitear contra él– para demostrar que este extranjero viene a destruirnos y a quedarse con nuestras cosas.

En medio de eso hay una subtrama geopolítica: semanas antes del inicio de la narrativa de la película, Superman interfirió en un conflicto internacional entre dos países ficticios: uno de reminiscencias rusas que intentó invadir a un vecino que remite a la India o a un país de medio oriente sin justificación. Un mensaje antiimperialista que pone en relieve como los valores de este muchacho criado por dos granjeros choca con un mundo donde impera la ley del más fuerte, el cinismo y la violencia.

Por si no lo infirió del párrafo anterior, en esta versión no se vuelve a contar el origen y los inicios de la carrera heroica de Superman, sino que todo empieza con él ya haciendo de las suyas desde hace años, y rodeado por múltiples colegas trajeados como Linterna Verde o Mr. Terrific, que se roba buena parte de la película.

Gunn asume con buen tino que a esta altura el público más o menos ya conoce el origen trágico de Superman, y que no viene tanto a cuento saber de dónde viene este muchacho con el rulito en la frente, sino más bien qué representa y por qué es relevante lo que significa en estos tiempos.

Amor y diversión

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Algo que también ya está empezado al comienzo de esta película es el vínculo entre Superman y su alter ego, el periodista Clark Kent, y su compañera de redacción Lois Lane. La química entre el desconocido David Corenswet, excelente tanto el héroe como su “disfraz humano”, y la actriz Rachel Brosnahan es uno de los mejores puntos de la película.

Si algo define a esta Superman, en definitiva, es que es una película divertida, con D mayúscula. No mucho más que eso. Los mensajes que quiere pasar los pasa con la sutileza de una trompada de su protagonista, y algunas líneas del guion son tan explicativas y explícitas que generan muecas de dolor.

Este no es un Superman particularmente conmovedor o inspirador, pero la culpa no es suya, es de una historia despareja, que trata de hacer tantas cosas a la vez que ninguna termina imponiéndose. Pero como su protagonista, esta es una historia llena de buenas intenciones. Y cumple más de las que no.

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