En el pleno transcurso de la campaña electoral se encuentran temas de tipo tabú. De ciertos temas mejor no hablar. Uno de ellos es el diseño y gestión de la política tributaria. Parecería que hablar de impuestos es mala palabra, cuando en realidad debería ser una parte central de cualquier gestión de gobierno.
Claro que lo que está prohibido es decir que se van a revisar algunos impuestos, o incluso decir abiertamente que existe una posibilidad de incremento o que no es posible descartar a priori ninguna medida de tipo tributaria. Lo “correcto” en estos escenarios es hacer afanosas promesas de que no habrá aumentos de impuestos o incluso se trabajará para reducirlos.
La historia está allí para aprender de ella. Es posible que uno de los factores de la derrota del entonces Encuentro Progresista – Frente Amplio en la campaña de 1999 fue el debate sobre la reforma tributaria que se proponía realizar en caso de acceder al gobierno, con la inclusión de un impuesto a la renta personal como novedad.
Recuerdo aún un spot de la campaña de Jorge Batlle, a la postre triunfador, con un mensaje claro: “no más impuestos”. Luego la realidad es mucho más dura, y su gobierno debió recurrir a un severo incremento de impuestos para enfrentar la crisis económica.
Renunciar a poder discutir en campaña electoral sobre el diseño de la política tributaria es un debe, pero amputarse de antemano la posibilidad de recurrir a modificar tributos durante la gestión, es aún peor. Y es parte de la lealtad y transparencia que el electorado debe exigir por estas horas. Las brechas entre expectativas y realidad son luego los gérmenes del descreimiento en la política y el descontento democrático.
En el mundo están sucediendo muchas cosas. Algunas de ellas vinculadas con los impuestos. Recordemos que estos cumplen un rol relevante en el orden económico: recaudar para solventar los gastos del Estado; reasignan recursos dentro de la sociedad; e incentivan o desincentivan comportamientos. Las economías centrales han visto erosionadas las bases sobre las cuales sus empresas pagan impuestos. Muchas de ellas diseñan planificación de modo de estructurar sus negocios y alocar rentas en países con tasas benévolas de impuestos. Estos países han ido ensayando respuestas a este fenómeno.
Ahora con la entrada en vigencia de un impuesto global a la renta, mediante el cual los grandes grupos económicos internacionales deberán pagar una tasa mínima de impuestos con independencia donde aloquen sus actividades, aquellos países que tengan tasas menores o regímenes de excepción estarán renunciando a recaudación. Esto abre un desafío para nuestro país que ha hecho de los incentivos tributarios, incluyendo amplias exoneraciones, una de las herramientas fundamentales para la atracción de inversiones.
Estos instrumentos han dado frutos positivos, y son parte de los atributos valorados a la hora de instalarse en Uruguay, además de nuestro conjunto de estabilidades (política, económica y social), sin embargo, no pueden ser parte del paisaje. Las políticas tributarias deben ser activas, que permitan adaptarse a nuevas realidades, y los potenciales incentivos deben ser dinámicos y operar en función de los intereses generales.
La Dirección General de Impositiva (DGI) releva y publica los datos del llamado “gasto tributario”, esto es básicamente dimensionar el conjunto de excepciones vigentes que dan lugar a una renuncia fiscal. Lo que no quiere decir que será posible traducirlo en ingresos en caso de que la excepción no exista.
En muchos casos no es posible establecer linealmente que sin excepción habrá recaudación. Quizás sin excepción no hay actividad. El problema de no discutir nuestros desafíos relevantes genera quistes. Según el informe de la DGI, el 45% de las excepciones que dan lugar a gasto tributario tienen más de 30 años de vigencia. El sesgo de eludir el cuestionamiento al statu quo nos ancla como sociedad.
Como toda gestión económica, la del Estado está sometida a las limitantes de recursos escasos. La política tributaria es esencial en esa gestión, y acotar su capacidad instrumental puede ser un boomerang para cualquier gobierno.
Cómo y a qué se destina la recaudación es sensible, y dará sentido y credibilidad a la política tributaria para que los impuestos dejen de ser mala palabra, y tema tabú en toda campaña.