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Foto: Inés Guimaraens
Cantante, murguista, compositor y productor musical, Balbis se ha convertido –50 años después– en uno de los referentes de la Música Popular Uruguaya.
La mañana en la que visita la redacción de El Observador acaba de terminar una gira por Argentina. Repite cerrando los ojos y probando su memora las ciudades en las que cantó en los últimos días. Horas antes, cuando abrió los ojos por primera vez en el día, tuvo esa necesidad que tienen los viajantes al despertar: tomarse un momento para recordar dónde está.
Dice que en su mente suena un tema sin parar. Una melodía que repite sin descanso. Una canción perfecta. Pero que las canciones perfectas siempre son de otro. Dice también que a veces quisiera tener un botón para apagar su cabeza.
Sobre la murga y la milonga, el empujón que le dio La Vela Puerca antes de lanzar su primer disco, las obsesiones, los aciertos y los errores que subsana el tiempo, habló con El Observador. Aquí, un resumen de la entrevista.
A los 12 años viste una murga por primera vez, la Milonga Nacional. ¿Qué fue lo que te conmovió de ese descubrimiento?
Cómo cantaban. El sonido reo de la murga. Así como diciendo ‘a estos no les importa nada, hacen lo que quieren’. El canto de la murga si lo separás por voces no es lindo, no es bello. Es fuerte, medio grotesco, desfachatado. Siempre me sonó por fuera de los cánones de los que dicen qué es lo que es cantar bien y qué es lo que no es cantar bien. Yo en ese momento estaba en el coro de la escuela, dentro de unos cánones vocales totalmente distintos y con unos prejuicios por el carnaval que ni te cuento.
Era algo que venía a romper tus moldes.
Eso me encantó. 'Estos gordos viejos cantan como se les antoja. Yo quiero esto, no quiero que me digan más cómo tengo que cantar’. A partir de ahí me obsesioné. Me obsesioné por completo. No podía pensar en otra cosa.
¿Te sigue pasando?
Sí, no logro apagar la cabeza. No la puedo apagar. Ahora me tiene caliente una canción y no la puedo parar. Me acuesto a dormir y me duermo cantándola.
¿Una canción tuya o de alguien más?
¡No! Una canción perfecta. Las canciones perfectas siempre son de otro. Una canción de Jaime Dávalos y Eduardo Falú que se llama Las golondrinas. No puedo apagarla. Me gustaría tener un botón a veces para apagar la cabeza.
¿Tu cabeza funciona así cuando estás haciendo un disco también?
Sí, las canciones las escucho miles de veces. Antes había que ir al estudio para escuchar cómo va la canción, ahora te la mandan por WhatsApp y la escuchas todas las veces que querés. Es más fácil, eso facilitó mi obsesión y soy más obsesivo aún. La escucho miles de veces antes de soltarla, antes de decir 'está pronta'.
Estás trabajando ahora en tu cuarto disco de estudio, un álbum que está en tu mente ya desde hace unos años.
Justo en un rato me voy a grabar. Tengo la compulsión de hacer este disco desde el 2020. El disco anterior es una mega producción con semejante orquestación sumamente trabajada, re-producido, y ahora lo fuimos a lo básico: guitarras.
¿Por qué? ¿Cuándo tomaste esa decisión?
Tenía que volver. En algún momento tenía que volver a esa persona que fui antes de que a los 12 años que me agarrara la murga y me alejara de lo que era mi vida hasta ese momento. Me agarra la murga y adiós. No pensé más en nada. Me olvidé que existía lo demás. Lo único que me importaba de la música era si me servía para la murga. Era la única música que escuché durante décadas: escuché música en función de si me serviría para la murga. O sea, no podía parar de trabajar. No sé parar.
¿En qué momento tomaste la decisión de volver al entorno sonoro de aquel niño?
Íbamos en el auto con Nahuel Bentancour, que es el productor del próximo disco, escuchando a Edmundo Rivero. Me dice 'yo nunca te veo vibrar tanto como con esta música'. ¡Claro! Eso estaba en mi cabeza ahí pidiendo por favor salir y no lo estaba escuchando. Tuvo que venir otro a decírmelo. Ahí lo decidí. ‘Yo te lo produzco’, me dijo Nahuel. Y está produciendo el disco de una manera increíble, un pibe de 27 años.
Ya en el disco anterior, Sin Maquillaje (2019), tomaste un camino diferente al que me venías transitando. Ahora vas por el camino de la milonga.
Sí, es que soy muy inquieto. Me aburre siempre el mismo camino, siempre los mismos grupos, siempre las mismas cosas. No puedo. Siempre tuve una vida anti-rutina, no porque lo haya buscado sino porque por las características de mi trabajo. La única rutina que tengo es viajar, moverme.
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Foto: Inés Guimaraens
En 2009 sacaste El gran pez, tu primer disco solista. ¿Cómo decidiste pasar de un proyecto colectivo como la murga, y la composición en algún punto, a un proyecto en solitario?
Me fueron empujando. Yo me sentía cómodo laburando para otros artistas, saliendo en Carnaval, sin tener un repertorio organizado de tal manera que compusiera una carrera personal. No lo necesitaba, si no lo hubiese hecho antes. Saqué mi primer disco como con 40.000 años. Era divertido. Siempre trabajaba en proyectos de los cuales los responsables eran otros. Yo me sentaba: ¿Dónde está mi plato? ¿Dónde está mi cama? ¿Qué tengo que hacer? ¿A dónde vamos? ¿Dónde está mi plata? Bárbaro, gracias. No tenía que hacer nada, solamente lo que sabía hacer. Después cuando te metes en una carrera personal, te metes en un quilombo atrás del otro de cosas que no sabes hacer, cosas que tenés que hacer igual, cosas que tenés que asociarte con otras personas para que las hagan. Una carrera personal es una bolsa de problemas.
¿Por qué lo hacés?
Porque ya no podía más en el mismo camino. ¿No te digo? Soy inquieto. Necesitaba ir por otro lado. Y aparte me fueron empujando mis amigos. Me llegaron a echar de lugares. Decirme "no vengas hasta que no tengas un disco".
¿Cómo fue eso?
En La Vela me dijeron eso. ‘Dale, fuera’. Me echaron. Después de un tiempo, un día aparecí con el disco.
¿Y qué te dijeron?
Lo escuchamos sin parar de acá a Córdoba, yéndonos de gira.
Con la perspectiva del tiempo, ¿qué significa ese disco para vos?
Es un un antes y un después, sin ninguna duda. Un disco que se transformó en algo mucho más grande de lo que uno hubiera imaginado. Tomó una dimensión que cambió todo.
Es un disco magnético.
Sí, yo hace un tiempo que no lo puedo escuchar. No puedo soportar el disco, porque ahora las canciones las canto mucho mejor que cuando las grabé. Cuando las grabé estaban recién terminadas, recién las aprendía, la dinámica de la respiración, cómo hacer sonar cada nota, cómo interpretar cada frase. Hoy ya canté 70.000 veces cada canción, entonces las canto mucho mejor ahora que en ese momento. El disco ya no lo puedo escuchar. Esa frase está mal cantada, ahí aspiré una S de más: un error al lado del otro encuentro ahora.
Volvamos a este momento, en el que estás a punto de sacar un nuevo proyecto. ¿Qué sentís cuando estas canciones, que hasta ahora son tuyas y venís trabajando en el estudio, pasan a ser de los demás?
Las canciones dejan de ser tuyas. Salvo para mis queridos amigos de Agadu, que les agradezco. Me da mucho gusto que la canción salga a volar. Y que haga lo que quiera.
¿Pero cómo te sentís en ese momento previo, justo antes de ese vuelo?
Cuando vos estás avanzando sobre una canción, terminándola, es una sensación difícil de describir. Supongo que al pintor le pasa lo mismo cuando termina un cuadro, no sé. Da una sensación de tarea cumplida, de algo, no sé... De que no estás al pedo en esta vida.
¿Para vos las canciones son la demostración de que no estás al pedo en esta vida?
Por lo menos mientras esté vivo, después de que no esté vivo yo qué sé que pasará.
Hace un tiempo hablaba con Raúl Castro sobre el temor al olvido en ese sentido, él decía que tiene la esperanza que las canciones de alguna forma pueden ser la la manera de quedar o de permanecer.
A mí me cuesta temerle a algo que es inevitable. Si es inevitable, no le tengas miedo porque te va atormentar. Podés prolongar un poquito, pero el mundo va a seguir girando. Si ahora la humanidad se detuviera y dejáramos de existir y de funcionar, en menos de 600 años nos queda un solo rastro de todo lo que hicimos sobre la Tierra. Nada, ni las pirámides, ni la Torre Eiffel, nada. Nada. Va a quedar todo enterrado y no se van a dar cuenta nunca más de que estuvimos acá. El olvido es inevitable.
***
Cuando Édith Piaf sube al escenario el público enloquece. Una ovación ensordecedora llena el recinto y se reproduce con la misma intensidad en una casa de Montevideo. El disco grabado en vivo siempre estaba arriba de la pila de vinilos que Alejandro Balbis escuchaba una y otra vez. Pero ese momento, el del descubrimiento del artista, siempre lo asustaba.
"La gente gritaba. Era mucho más que un aplauso, era un grito gigante. Era tal la gritería, que me daba miedo. Mi padre siempre tenía el cuidado de ponerlo unos milímetros más adelante para ahorrarme el susto sin perder la primera canción, porque tampoco quería perderme la primera canción", recuerda Balbis y comienza a cantar Non, je ne regrette rien.
¿Qué te pasa ahora cuando se abren las cortinas de un espectáculo? ¿Qué vínculo tenés con ese aplauso del público?
¡Uf, hermoso! Me siento mucho más cómodo en el escenario con el público que cuando bajo y me están esperando para saludarme y sacarse fotos, que lo hago con gusto también. Pero me siento mucho más cómodo en el escenario. Es mi lugar.
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Foto: Inés Guimaraens
Volvés en agosto al Sodre, 10 años después de tu último espectáculo en esa sala. ¿Cómo preparaste este espectáculo? ¿Y qué es lo que vamos a poder ver en el espectáculo?
Son tres bloques bien diferenciados. El primer bloque, milonguero, a puro cuarteto: tres guitarras y un guitarrón. Un segundo bloque con las canciones nuevas, con un percusionista y un acordeonista. Y después, todavía no sabemos bien cómo, pero va a aparecer un bandón gigante con baterista, bajista y coro de murga. Vamos a hacer el proceso inverso de lo que estoy haciendo yo internamente.
Hace poco te vi tocar en el Teatro Alfredo Moreno de Malvín. ¿Cómo es ese proceso de escalar y desescalar un espectáculo? De tocar en un espacio cultural y también proyectar un espectáculo grande como el del Sodre.
Me gustan las dos cosas. Son bien distintas, porque cuando me subo solo al escenario no planifico nada, no hago lista, no pregunto nada. Enchufo, sueno y veo qué va a suceder. Hago lo que se me canta y digo lo que quiero. Canto si quiero o no canto, les cuento algo o no les cuento. No lo planifico.
¿Te parece más auténtico?
Sí, pero cuando estoy con otros músicos los vuelvo locos. En algunos momentos en la planificación del show les digo 'déjeme muchachos porque acá, acá y acá voy a hacer lo que se me canta'. Tengo esos momentos para enloquecerme y hacer todos los disparates que quiera.
Este año volviste al Concurso Carnaval con Nos Obligan a Salir. ¿Cómo fue para vos ese regreso después de algunos par de años afuera del Carnaval?
Fue hermoso. Era un desafío importante para mí por lo físico, pero salí airoso.
Y salieron ganadores también.
Tocó ganar.
¿Cómo ves el carnaval de ahora, con más de 40 años de experiencia?
Me cuesta pensar la coyuntura actual de las cosas. Me pasa con la política también, que uno empieza a entender mejor los procesos cuando ya pasaron hace tiempo, con el diario del lunes. Y con el Carnaval pasa igual. Sé que están pasando unas cosas tremendas, unos cambios súper abruptos. No entiendo bien qué está pasando.
¿A qué tipo de cambios te referís?
Las formas de ver los espectáculos, el lenguaje que se maneja, la musicalidad. La musicalidad me cuesta mucho entenderla hoy. No entiendo, no sé qué quieren hacer. Hay conjuntos que es como estar viendo shorts [ndr. formato breve de Youtube]. Pasan de una música a otra y otra. ¡Para un poquito, pará! Bajame un poco la pelota, desarrollame la canción. Que tenga desarrollo, estribillo, final. Por favor. Me cuesta mucho entender la musicalidad de la murga hoy.
¿Esos cambios te alejan?
Me alejan.
¿El próximo año pensás volver?
No. Pero ya sabía que no iba a salir. Era por esta vez, y en un par de años veremos. Algunas cosas extraño, algunas cosas del Carnaval me gustan mucho, siempre me sedujeron, pero hay edades para todo.
¿Ya no te sentís en ese –como lo llamaste en varias oportunidades– "submarino de guerra" que es la murga?
No, no. Ya estoy en mi propio camino. Mi propia ruta submarina. Ahora voy por la ruta de la milonga. En algún momento me subiré a otro bondi, pero por ahora voy por ahí.
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Foto: Inés Guimaraens
En Nos Obligan a Salir volviste a trabajar con Jimena Márquez y Jimena Vázquez, con quienes también hicieron Bal Bom Bú. ¿Cómo fue para vos ese intercambio en las infancias?
Fue concretar algo que tenía en la cabeza hace muchos años, porque El gran pez no fue un disco pensando en las infancias, sin embargo pasaron un montón de cosas. Con la canción de El gran pez y con el disco también. Había algo ahí que valía la pena sentarse a componer un material ya desde el vamos pensando en ellos. Y salió una cosa muy linda.
Estuvieron en contacto con niños y niñas durante dos temporadas con la obra de teatro. Teniendo en cuenta que muchas veces a los niños se los deja fuera de la conversación cultural, ¿qué aprendiste de esa experiencia como artista?
Hay un cliché que dicen, pero que es cierto: que es el público más difícil. Porque el niño te atiende o no. Entre su gusto y la manifestación de su gusto no tiene obstáculos como tenemos los adultos. Indivisiones personales, prejuicios, miedos... El niño no va a tener miedo de manifestar su beneplácito, ni tampoco va a tener el mínimo miedo de manifestar su des-beneplácito, si es que existe la palabra. No tiene obstáculos en ese tránsito y eso es complejo.
Hablamos de la sonoridad de esta nueva etapa, ¿pero a qué le querés cantar en estos momentos de tu vida?
Salvo cuando trabajo por un encargo, cuando me dicen 'tengo esta obra de teatro o esta película y necesito una canción', me cuesta. Me gusta hacerlo porque me facilita la premisa. Salvo en esos casos, encuentro la premisa después de empezar a escribir. Empiezo a escribir y cuando quiero acordar digo 'qué tremendo lo que dije acá, esto vale la pena'. O no.