Tiembla el piso donde están parados. Ya habían gritado al escuchar un arreglo de cuerdas, habían saltado hasta perder los zapatos, habían perdido el control. Habían bailado con sus demonios. Dillom –campera y pantalón de cuero, lentes negros y tatuaje en la cara– acaba de cantar 24 canciones que llegan como una patada al pecho que, por momentos, te corta la respiración.
Retazos y jirones, como el remanente desgastado del telón de una obra delirante, rodean una pantalla blanca. Dillom, cuyo nombre es en realidad Dylan Masa –argentino, 24 años–, apareció en el escenario para abrir su último show en Montevideo con una alineación con la que no necesita entrar en calor: Coyote, Piso 13, Mick Jagger, Pelotuda.
Déjenme solo, el mundo está en mi contra
No sé por qué me persigue tanto esta sombra
Si Post Mortem fue su forma de contar su propia muerte, en Por cesárea Dillom vuelve a nacer como el protagonista de un thriller psicológico que se enfrenta a sus demonios. Una obra conceptual que incluye escenas explícitas de violencia, sexo y drogas bajo la sombra de un terror permanente que está al acecho. Un ambiente perturbador, asfixiante y denso. El cuerpo de obra que vino a presentar a Uruguay.
Un personaje que se va sumergiendo rápidamente en una oscuridad incontrolable que lo lleva a cometer –entre altas dosis de humor negro, ironía y sarcasmo– algunos excesos y algunos horrores. Un personaje para el que Dillom tomó su propia historia y se preguntó qué hubiese pasado si en ese punto de su historia hubiese tomado la decisión incorrecta. De otra forma: ¿cómo se construye un monstruo?
Para La novia de mi amigo sube al escenario agarrando cinco globos blancos de cinco cintas blancas que deja volar hasta el techo de la carpa instalada en el predio.
“Ayer y hoy estuve todo el día postrado en la cama con fiebre. Me agarre la gripe uruguaya, estoy acá gracias a la medicina”, le dice al público que se apretuja en Sitio. "A lo Maradona en 1994", dice y lo imagino saliendo del escenario de la mano de una enfermera. Pero está ahí, como Diego Armando marcando un gol ante Nigeria: haciendo temblar el piso de la hinchada.
Ubicado en el medio del escenario lo iluminan cuatro haces de luces blancas para cantar La Primera, mientras las imágenes de un niño de la mano de su madre se repiten en la pantalla.
La primera nunca se olvida
Baby, yo te regalo mi vida
Nena, el infierno yo lo vi en vida
No necesito tu bienvenida
La banda se despliega con opulencia alrededor de su guitarra, con influencias del punk, el hip hop, el trap y el pop, pero todo eso atravesado por el rock argentino. “En mi vida personal, desde chiquito, soy bastante rockero”, había dicho antes del show a El Observador.
“No me termino de identificar ni encasillar en ningún género, porque simplemente no lo termino de sentir. No me termino de sentir hermanado con ninguno de esos términos, ni rapero, ni rockero, ni punk. Sí capaz por alguna cuestión de actitud, o lo que puede pasar en un show, por ahí es el gen más fuerte que tengo y que más sale a relucir”, comentó en la entrevista.
Pero efectivamente, la esencia del rock sale a relucir a lo largo de la hora y media en la que Dillom está sobre el escenario.
Dios mío, dame mi sueño de paz / Y no de pastilla / El diablo, que nunca duerme / Penando me despabila. La voz de Lali Espósito quiebra como un sonido fantasmal la atmósfera en La Carie, y las voces del público canta las palabras de María Elena Walsh en el sample de Plegaria Desvelada.
Le prometí a mi papá que iba a ser el mejor pero
Ya no quiero ser mejor, quiero ser el peor
Entendí que hacer el mal era la única opción
Hasta el día que se corte mi respiración
“La última vez que vine me fui un poquito con un sabor amargo. Justo el día del show una derrota de mi tan querido equipo Boca Juniors, así que hoy estamos acá para revertir la situación”, le recordó Dillom al público antes de dar paso a Mi peor enemigo, la colaboración con Andrés Calamaro que se convirtió en uno de los puntos más brillantes de Por cesárea, mientras en la pantalla un hombre escupe los versos entre bocanadas de humo.
Lo sigue Rili Rili y basta un acorde de Buenos tiempos para que el público pierda el control. “El día que muera moriré en mi ley” canta él mientras una bandera argentina se mueve sobre la gente que sigue saltando mientras vuelan hielos y el contenido de vasos de cerveza sobre sus cabezas.
Ay, same, boluda
Yo también tengo ascendente en sagitario, boluda
1312 y Ola de suicidios siguen en un escenario que se transforma bajo la luz de un rojo intenso. Abajo, en el predio del Velódromo Municipal, los más jóvenes se exorcizan y saltan de canción a canción. Y aunque la noche es fría, los chicos sin remera y chicas en soutién que soportan el calor cuerpo a cuerpo en un pogo que parece nunca terminar cuando Dillom les pide que partan la pista en dos. "A ver ese pogo, que sea el más grande de la noche".
Reality, Side, Post Mortem. Dillom continúa con la disección forense de un psicópata que llega a su punto más alto en Muñecas, una sórdida narración en primera persona de un femicidio que el público canta a viva voz. El retrato más espeluznante de un vínculo que se transforma en posesión, violencia y muerte. Porque si hay algo claro en Por cesárea es que el monstruo no está solamente debajo de la cama. Puede ser cualquiera. Y, como confirman las estadísticas, muchas veces está más cerca de lo que pensamos.
Y la música no vuelve de inmediato. La tensión de una de las canciones más arriesgadas de su último disco queda en el aire por unos minutos, acentuada por una distorsión que prolonga la incomodidad de lo que acaba de pasar. Una tensión que se resuelve con cierta teatralidad en su puesta en escena y el sonido de un disco que gira en los parlantes.
Vuelve finalmente con Cirugía y 220, dos canciones que se han convertido en puntos altos de su discografía y así se lo hace sabe el público.
Les puedo contar mi vida si les gustan las historia' de terror
Yo no sé mucho de amar, pero si sé del dolor
Ciudad de la paz, Amigos nuevos y Reiki y yoga fueron las últimas canciones de la noche. Entre el humo que corre cerca del piso se para iluminado mientras canta que “allá abajo no saben lo que me pasa”.
“Ojalá yo haya estado a la altura”, dice al despedirse. Lo que sigue es un aplauso que se vuelve silencio.