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7 de agosto 2024 - 5:00hs

En dos meses y 20 días son las elecciones globales en Uruguay. Porque las elecciones nacionales no son, en realidad, nacionales. Así lo entiende el asesor de campaña Ignacio Ramírez, director de Comunicación Política en Flacso, quien advierte por la presencia de una ley gravitacional —la polarización— que rige a la política contemporánea más allá de fronteras.

Estados Unidos se debate entre demócratas y republicanos, sin medias tintas. Argentina definió entre peronismo y antiperonismo. La Unión Europea —en especial Francia— vio la puja entre la izquierda y la derecha (tirada al extremo). Y Uruguay vota entre Frente Amplio y coalición multicolor. Para Ramírez no es casualidad, sino un síntoma: la oferta electoral es cada vez más dicotómica, las actitudes políticas de los ciudadanos se van a los extremos, el desacuerdo ideológico (que hace diez años parecía olvidado por la politología) retorna al ring, el centro discursivo se reduce y crecen los términos globales que se usan para segregar.

No en vano Javier Milei dijo que “el cáncer de la humanidad es el socialismo”. Jair Bolsonaro lo había señalado años antes: "Este es el día en que el pueblo comenzó a liberarse del socialismo". Donald Trump incluso lo mencionó con anterioridad: "Esta noche, renovamos nuestra determinación de que Estados Unidos jamás será un país socialista". Y en Uruguay —a escala y ritmo nacional— aparece el discurso de proscribir el Partido Comunista, eliminar los monumentos con la oz y el martillo, o posicionar al socialismo como sinónimo del mal.

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Ramírez, quien asesoró al gobernador de la Provincia de Buenos Aires Axel Kicillof, fue uno de los ponentes de la segunda edición del Seminario de Marketing Político Digital ePolitiká; un encuentro de IAB Uruguay que contó con el apoyo —entre otros— de El Observador.

¿Pueden los outsiders gobernar Uruguay?

Es frecuente que algunos políticos hablen de la “excepcionalidad uruguaya”. Como si al este del Río Uruguay, al norte del Río de la Plata y al sur del Cuareim se conformase una isla que sigue lógicas propias, despojada de toda marcha global. Pero Ramírez y su correligionaria Shila Vilker, directora de la consultora Trespuntozero y otra de las ponentes en ePolitiká, coinciden en que existe un fenómeno epocal y una serie de condiciones que explican la irrupción de los outsiders… también en Uruguay.

Para decirlo en números: dos tercios de los uruguayos tienen una imagen positiva de Nayib Bukele, más de la mitad de la población local considera que los movimientos feministas no trajeron cambios positivos a la sociedad, la mitad tiene una visión mala o muy mala de los políticos uruguayos, y casi la mitad prefiere un país en que la libertad sea el valor principal (incluso en detrimento de la igualdad o la justicia social). Así lo midió Trespuntozero.

Antes —léase hace una década— eso era impensable. La libertad como valor supremo no era el predilecto de la población. No existían una especie de guerra cultural que ve a algunos ismos (entre ellos el feminismo) como amenaza social. Y los líderes populistas y mano dura eran defenestrados. Lo que importaba —en esa supuesta excepcionalidad uruguaya— era preservar la institucionalidad, la democracia y la mejora del bien común.

¿Por qué el outsider irrumpe? Vilker explica que cuando una sociedad acumula frustración y enojo, tiende a votar a aquel que se sale de la caja. En una política que se ve degastada, el ciudadano tiende a premiar a aquel que llega de una arena alejada, fuera de las estructuras clásicas. Opta por sujetos que son polémicos por naturaleza. Son los que, de modo peyorativo, plantean las elecciones como un plebiscito entre lo nuevo y lo viejo. Y los que aprovechan las conversaciones algorítmicas en redes sociales.

Y he aquí otro hallazgo global que incide en las elecciones uruguayas y que fue descrito en ePolitiká: las redes sociales dejaron de ser sociales.

Hubo un tiempo en que la red social intentó simular el ágora griego, ese espacio en que los iguales debatían ideas. En ese momento valían los números de seguidores, como una representación de los ciudadanos que se acercaban a la plaza. Esa era la esfera pública.

Pero ahora, dice un estudio de Comscore ideado para el seminario en cuestión, las redes sociales buscan “enganchar” a los usuarios, intentan dejarlos anclados, atrapados para que eleven su interacción. Los nuevos políticos —o mejor dicho sus asesores— lo saben.

El frenteamplista Yamandú Orsi, por ejemplo, tiene 118 mil seguidores entre sus cuatro principales redes sociales oficiales. Su competidor más directo, el nacionalista Álvaro Delgado, cuenta con 211 mil. ¿La diferencia? El estudio de Comscore muestra que Orsi logra más de un millón de interacciones (comentarios, me gusta, reenvíos), mientras que Delgado baja a medio millón.

Eso se explica, sobre todo, por un uso consciente de su red de Instagram, muy similar a la cuenta oficial del Frente Amplio. Allí Orsi logra generan buena interacción, sobre todo en los reels.

Ignacio Dufour, de Comscore, insiste en que TikTok pasó a ser la red social que más genera interacción para las marcas y los políticos. Y eso se explica por ese fin del carácter social de las redes y su pasaje al entretenimiento. El algoritmo está hecho para uno seguir viendo video, interactuar con el contenido, pero no con los otros. Es un fenómeno de anzuelo, de cebo.

Y esa segregación que causa la red social, porque de por sí ya está compartimentada, termina siendo terreno fértil para esa sociedad más polarizada de la que hablaba Ramírez. Es el caldo de cultivo perfecto para el “contragolpe”. Para el asalto al Capitolio o al Plan Alto.

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