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16 de junio 2025 - 5:00hs

Antes era un hábito arraigado: levantarse temprano, caminar o tomarse el ómnibus para llegar a la escuela en hora, entrar al aula y decir “presente”. Ahora es una rutina cada vez más flexible, como si la relevancia de asistir a clase —todos los días lectivos— fuera perdiendo terreno ante las levantadas tarde, las chances de unas vacaciones extendidas, o los avatares familiares.

Los pobres faltan más que los más ricos. En las escuelas urbanas comunes faltan más que en aquellas de práctica. En los grados más chicos faltan más que en los más altos. Pero si algo confirman las estadísticas —más allá de estas diferencias históricas— es que el ausentismo está más generalizado de lo que se piensa. Afecta a todos. Y para la consejera docente Daysi Iglesias no hay duda: “Las familias no valoran la educación, al menos no la ponen en la lista de prioridades, y asistir a clase no importa tanto”.

El Observador analizó los datos de asistencias e inasistencias de todas las escuelas de Uruguay durante el último año. Y constató una realidad que podría alimentar la tesitura de Iglesias: los alumnos del turno matutino faltan (un poco) más que aquellos del vespertino. Y quienes concurren a una escuela de tiempo pedagógico extendido, a la vez, asisten más que quienes están matriculados en un único turno.

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La psicóloga Dolores Pieri lo ve en Casturú, el club de niños en que es referente. “Hay niños que vienen al club en la tarde, pero no fueron a la escuela en la mañana. Cuando les preguntamos por qué no fueron, entre las explicaciones está que la ‘mamá se durmió’ o que ‘tenían otra actividad’”.

Casturú recibe niños que suelen estar matriculados en la franja de escuelas del Centro, Cordón, Palermo y hasta Punta Carretas. Pese a tratarse de barrios con pocas necesidades básicas insatisfechas —al menos pocas en comparación a Casavalle o el noroeste—, no están exentos de los problemas sociales que atraviesan la ciudad.

Niños que duermen con sus madres solteras en hogares u hoteles del Ministerio de Desarrollo Social. Niños que escaparon de la violencia barrial, faltaron a clase y ahora los matriculan en otra escuela. Niños cuyos padres se mudan por una zafra laboral. Niños que pasaron la pandemia, que antes faltaban por una gran tormenta, y ahora “faltan porque hubo un cambio cultural en las familias”.

La escuela República de Haití (la número 8 en la nomenclatura oficial) tiene un pulso distinto a las demás escuelas del Centro de Montevideo. La quinta parte de sus alumnos son inmigrantes recientes, parte del estudiantado duerme en los hoteles que ofician de refugios del Ministerio de Desarrollo Social, hay quienes tienen su única comida del día en el comedor escolar, parte de sus alumnos a veces asisten al club de niños Casturú, y fue el centro educativo de la capital que, en promedio, hubo menos asistencia el año pasado (entre todos los alumnos matriculados acumularon solo seis de cada diez asistencias que podían haber logrado en los 181 días lectivos).

Silvana Collado fue maestra comunitaria allí, donde iba al rescate de los niños. Y ahora trabaja como maestra en otra escuela de la zona. ¿Qué nota en terreno? “Que hay familias rotas, que la violencia intrafamiliar se nota, y que está habiendo más rotación de la que se piensa”.

Estudiantes que dejan de ir y no se sabe dónde están. Otros que faltan en cuenta gotas y que, muchas veces, quedan por fuera del radar de los docentes o los sistemas de alerta escolar. Ya lo había confirmado un experimento de Ceibal cuando les envió mensajes de Whatsapp a varios padres cuyos hijos tenían ausentismo crónico, en goteo: faltar a clase dos o tres veces al mes “está bien”, aunque eso suponga un acumulado de casi un mes entero de inasistencias al año.

En ese sentido, la consejera Iglesias habla de que en educación se asiste a una “flor nueva de romances viejos”. Lo dice porque los problemas no son nuevos: la crisis de las familias (antes se “culpaba” a los divorcios, luego a la merma de autoridad), la pérdida del valor de la institución escolar, las inequidades de base.

El pulso de las escuelas de Montevideo

El Instituto Nacional de Evaluación Educativa realizó una investigación al cierre del último año y concluyó: tres de cada cuatro alumnos de las escuelas públicas de Montevideo padece ausentismo crónico. Así le llaman los técnicos a aquellos que faltan más del 10% de los días de clases que tuvieron la chance de asistir.

El contexto del barrio sigue siendo clave para comprender la magnitud en que se dan esas inasistencias. El Observador analizó el promedio de asistencia de los alumnos de las escuelas en cada uno de los 62 barrios que define el Instituto Nacional de Estadística:

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Si se pudiera superponer un mapa sobre otro —en este caso la pobreza y la inasistencia— la coincidencia geográfica sería casi perfecta. Pero, a la vez, se vería que, en el caso del ausentismo, la segregación territorial es menos marcada.

Y eso obedece a un fenómeno mundial. “Nuestra relación con la escuela se volvió opcional”, dijo Katie Rosanbalm, psicóloga y profesora de investigación asociada del Centro de Políticas Infantiles y Familiares de la Universidad de Duke en una entrevista que le realizó el medio estadounidense The New York Times.

En el combo de causas que llevan a este padecimiento que excede fronteras no está del todo claro. Hay quienes hablan del aumento de problemas de salud mental. Hay quienes hablan del aumento de la violencia barrial e intrafamiliar. Hay quienes hablan de los mensajes equivocados tras la pandemia (da lo mismo estar inscripto o no, o el faltar no se penaliza). Hay quienes advierten por un distanciamiento entre las familias y las escuelas, un aumento de la desconfianza en ambos sentidos (que abarca desde el niño que se queda cuidando a sus hermanos hasta aquel que se va de vacaciones al Caribe porque sus padres consiguieron una promo por dos semanas).

Entonces surge la pregunta clave que en Uruguay, por ahora, no tiene una respuesta científica: ¿Dónde están (qué hacen) aquellos niños que no están en la escuela cuando tendrían que estar?

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