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¿Enojarte es una elección?

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25 de octubre de 2020 a las 05:00

Cuando mostrás los dientes -no precisamente por la risa sino que parece que querés morder-, cuando tu cuerpo se lanza cual cromañón, cuando estallas en gritos, golpeas, mirás con desdén y cualquiera sea tu expresión desmedida ante el enojo, es una reacción muy humana que tiene impactos.

El enojo no es ni bueno ni malo en sí mismo.  Es un mensaje que, como toda emoción,  sentimos en el cuerpo.  La invitación es a descifrarlo y para eso necesitamos activar consciencia y, con ella la claridad necesaria para decidir nuestra reacción. Que es física, emocional, cognitiva y conductual.

El enojo aparece en cualquier ámbito y ocasión activando una reacción que entraña un patrón aprendido.  Ese patrón, como tantos otros, se activan en automático, sin mediar la razón. Por eso es tan importante observarnos y diseñar una estrategia de respuesta deseada.
Cuando nuestro cuerpo reacciona ante la amenaza que percibe, se producen reacciones fisiológicas que nos preparan para defendernos. Aumenta nuestra contracción muscular, flujo sanguíneo, ritmo cardíaco y se acelera nuestra respiración. También se eleva la producción de catecolaminas -hormonas vinculadas al estrés- que impactan, entre otros, en nuestro sistema cardiovascular. 

Estas respuestas de nuestro organismo de mantenerse en el tiempo o sostener altas intensidades, afectan nuestro equilibrio y nos exponen a riesgos mayores de enfermedades. Enfermedades vinculadas con nuestro sistema inmunológico, cardiovascular, digestivo, afecciones cerebrales, ansiedad, estrés, depresión, aumento de peso, inflamación, entre otras muchas.

¿Qué podés hacer cuando te enojas?

Primero, descubrir tu patrón de activación.  Para eso obsérvate y conocé tus alertas.  Son una especie de alarma que va variando según el grado y la intensidad de tu enojo.  Lo bueno es que antes de un posible estallido, tendrás varias de estas.  En mi caso, lo primero que siento es que la respiración me cambia, se hace un poquito más rápida. Después empiezo a percibir algo en mi garganta y por último una sensación que sube por mi cuello a la cabeza. Y cuando llegué a ese momento, me tengo que ir para no reaccionar y después arrepentirme. ¿Te pasa que cuando no paras la lengua a tiempo, querrías volver el reloj atrás y ya no es posible?  Lo dicho está dicho y lo hecho, hecho.  Cuando tengas claridad de cuáles son tus avisos previos, elegí y ensayá qué vas a hacer cuando tu ira y tu enojo aparezcan. 

Por último, poné en práctica tu estrategia. La mía es respirar pausada y tranquila, cuando mi respiración empieza a cambiar.  Cuando la alarma está en mi garganta, tengo que callarme para no caer en un aluvión de dimes y diretes y si pasa mi tercer aviso, mejor me voy.  Te recomiendo: elegí y ensayá cuando tu irá y enojo aparezca y ponelo en práctica.

¿Para qué gestionar tu enojo?

Primero para no hacer papelones con vos mismo y los demás.  Para no arrepentirte de haber dicho o hecho algo que no querés.  Para no lastimar tus relaciones. En general cuando nos atrapa el enojo y reaccionamos sin filtros, lo hacemos en ámbitos de confianza. Así herimos a nuestros seres más queridos y allegados: nuestras familias, nuestros colaboradores, equipos, alumnos, entre tantos otros.

Para descubrir tu patrón de activación-respuesta te dejo algunas preguntas:
• ¿Dónde sentís tu enojo?
• ¿Cuántas alarmas tenés y dónde las sentis?
• ¿Cómo se activa tu enojo?
• ¿Cómo varía la intensidad de tu enojo?
• ¿Cuál es la curva de activación de tu enojo? ¿aparece de golpe o luego de una acumulación sucesiva?  ¿tiene una meseta? ¿aparece y desaparece? ¿permanece varios días?
• ¿Cómo actúas actualmente ante tu enojo?
• ¿Cómo querés actuar ante tu enojo?
• ¿Cuáles serán tus acciones a partir de cada una de tus alarmas?
• ¿Cómo va a impactar tu cambio en vos y tu entorno?

Elegir tu reacción te da libertad y poder. Somos seres integrales y adueñándonos de nuestras reacciones impactamos en nuestro bienestar y también en los otros.  Recordá que sentir el enojo no es una elección hasta que entendemos qué lo produce, cómo gestionarlo y qué hacer a partir del mismo. 

Es más simple transitar estos pasos y ponerlos en práctica que arreglar lo estropeado. 

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