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¿Por qué asaltaron la camioneta de la Escuela Roosevelt?

Hay un daño, hay un robo, y la responsabilidad también es nuestra
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01 de junio de 2019 a las 05:01

La Escuela Roosevelt no es un centro de enseñanza común. Se trata de una institución que brinda atención integral a niños y jóvenes con discapacidad motriz y trastornos asociados. Lo hace, además, de forma gratuita. Por eso, el asalto de este lunes a una de sus camionetas resultó especialmente chocante. La rapiña fue protagonizada por dos hombres armados, que primero amenazaron al conductor del vehículo y luego le dispararon. A pesar de la herida, el chofer logró maniobrar la camioneta y escapar. En la misma iban también una funcionaria del centro y cinco niños. El chofer está a salvo.

En tiempos en que nuestra sensibilidad y sorpresa por los actos de violencia va menguando, resulta por lo menos reconfortante que ciertos delitos sigan causando estupor. ¿Qué lleva a una persona a asaltar a niños discapacitados? ¿A balear a quien los cuida, e incluso a disparar contra el parabrisas tras la fuga? Se podrían escribir varias columnas teorizando sobre las causas sociológicas de un fenómeno colectivo que pone de nuevo en evidencia una barbarie que hasta hace unas décadas creíamos superada. Por eso, es natural que pensemos que solo un loco, un monstruo, alguien que perdió toda razón, podría cometer actos tan horrendos y cobardes.

Y, sin embargo, en este último punto estaríamos equivocados: no hay nada de irracional en el comportamiento de estos dos delincuentes. Es más, el crimen probablemente fue planificado con cuidado y la razón principal detrás del mismo no fue otra que la maximización de beneficios, pura y dura. Este punto debe ser remarcado con firmeza frente a aquellas corrientes que sugieren que la desigualdad y las carencias materiales o afectivas inhabilitan las capacidades de los individuos para actuar de forma independiente y tomar sus propias decisiones. No es así para quienes evaden impuestos, tampoco para quienes roban autos a punta de pistola.

En una columna anterior propuse una teoría para explicar por qué había aumentado el delito en Uruguay. En resumen, me apoyé en las tesis de Marcelo Bergman para sugerir que el desarrollo socioeconómico que vivimos en las últimas décadas provocó un incremento en la demanda de bienes, tanto legales como ilegales. Muchos uruguayos tuvieron por primera vez dinero para comprar electrodomésticos, celulares y autos, pero no siempre a los elevados precios del mercado uruguayo. Poco a poco, la demanda fue suplida por delincuentes a través de un creciente mercado ilegal, convirtiendo el robo y los delitos contra la propiedad en un negocio estupendo.

El asalto a la camioneta de la Escuela Roosevelt se enmarca en esta dinámica. En Uruguay cada día se hurtan más de cincuenta vehículos.

Cincuenta por día, entre motos, autos, camionetas y camiones. Ese número, además, no incluye las rapiñas de vehículos, en las cuales los delincuentes asaltan a los conductores para robarles el medio de transporte. Tanto los hurtos como las rapiñas de vehículos vienen en aumento desde hace años, pero estas últimas lo hacen a mayor velocidad, porque los autos modernos son más difíciles de robar si no se tienen las llaves.

Pero más allá del hecho en sí, cabe preguntarse qué sucede cada día con esos cincuenta vehículos. Los delincuentes los roban por distintas razones. A veces para tener un medio de transporte propio, a veces para cometer otros delitos. Pero, en general, los roban para lucrar con ellos. 

Por las fotos de prensa, la camioneta de la Escuela Roosevelt parece ser una Peugeot Boxer. En MercadoLibre, su precio está entre los US$ 8.000 y US$ 20.000. Nada mal para un par de días de trabajo. Pero ese monto no suele ser el que reciben los ladrones, sin embargo, porque ellos son solo el primer eslabón de la cadena. Detrás de la mayoría de los robos suele haber una pequeña organización: unos roban el vehículo y lo llevan a un taller (y reciben quizás unos US$ 500 a cambio), otros lo remodelan o desarman, otros buscan donde puede recolocarse, y otros finalmente se lo venden a un cliente. Puede haber una gran organización criminal detrás, pero por lo general son solo pequeñas células informales que colaboran entre sí. 

En cualquier caso, se trata de un negocio altamente lucrativo, que solo en América Latina mueve varios miles de millones de dólares cada año. En Uruguay hay varios factores que lo facilitan. Y es que como constató un reporte de la Fiscalía General de la Nación en 2016, el mercado de autopartes evidencia una carencia alarmante de repuestos originales. La falta se atribuye al crecimiento del mercado automotor, pero también al tamaño mismo del mercado, que hace poco atractiva la importación de muchas piezas. Si a ello le sumamos los precios desorbitados de los autos y repuestos originales en nuestro país, y que la importación de repuestos usados –y vehículos usados– está prohibida, entonces resulta natural que exista una demanda pujante de vehículos y repuestos baratos. Demanda que es suplida cada día por los delincuentes.

¿Qué podemos hacer? Atrapar a los ladrones de vehículos no es fácil. Siempre habrá motos y autos desatendidos en la vía pública, y muchos son antiguos y fáciles de hurtar. Por eso, los delincuentes suelen tener plena confianza en sus capacidades de poder hacerse con el botín sin ser vistos. Como dijimos, hay también una logística importante detrás de cada robo: se sabe qué y cómo robar, y los autos son dejados a descansar unos días por si tienen un GPS. Tratándose de un hurto, además, las penas no pueden ser muy rigurosas. Estos factores hacen poco probable que el robo de vehículos pueda prevenirse con penas más severas. 

Sin embargo, si aceptamos de una vez que el delito contra la propiedad es un negocio y que los delincuentes también se rigen por la oferta y la demanda, entonces podemos atacar el problema por vías más eficaces y que no necesariamente incluyen a la policía. ¿No se podrán bajar los aranceles de los repuestos importados? ¿Será buena idea seguir prohibiendo la importación de autopartes usadas? ¿Por qué nuestra legislación no contempla un organismo único de automotores, que permita una identificación única y nacional de cada vehículo, así como también la registración obligatoria de cada compraventa? Y si en Uruguay se arreglan, pintan y desarman decenas de vehículos robados por día, ¿por qué no se fiscalizan rigurosamente los desarmaderos y talleres de barrio? ¿Por qué es tan fácil comprar y vender repuestos usados por internet? No tengo las repuestas y no sé si estos cambios sean convenientes, pero espero que nuestros legisladores al menos lo averigüen y legislen en consecuencia. 

Finalmente, cabe mencionar una obviedad: el mismo sistema aplica también a otros bienes robados. El asalto a la camioneta de la Escuela Roosevelt sucedió porque hay quienes están dispuestos a pagar por autos y repuestos de dudosa procedencia. La cadena de responsables es larga, y hay varios que tienen que mirar para otro lado para que una compraventa suceda. Al final, lo bueno del libre mercado es que somos nosotros los que elegimos qué consumir. Pueden ser repuestos usados o pastas de dientes de contrabando en la feria. Hay un daño, hay un robo, y la responsabilidad también es nuestra. 

 

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