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¿Por qué aumentaron los trastornos psiquiátricos en la infancia?

Especialistas en el abordaje de patologías mentales infantiles coinciden en que cada vez son más las consultas de padres por el estado psicológico de sus hijos
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18 de noviembre de 2018 a las 05:03

Los niños uruguayos son protagonistas de una realidad que antes no existía en el país: cada vez hay más menores diagnosticados con patologías psiquiátricas. Profesionales e investigadores dijeron a El Observador que, en los últimos años, la cantidad de consultas y tratamientos en esta área se ha disparado de forma notoria. 

Hace una década un estudio delató que uno de cada cinco niños sufría entonces un trastorno mental en Uruguay y es de la poca evidencia empírica que existe sobre este tema en el país. “No hay otro trabajo que haya estudiado la prevalencia de las patologías psiquiátricas en la infancia que el nuestro. Y en los resultados que obtuvimos el 22% de los niños sufre un trastorno mental”, aseguró la médica psiquiatra y profesora Laura Viola, en relación a la investigación que publicó en el año 2008 junto a la Clínica de Psiquiatría Pediátrica de la Facultad de Medicina. 


Según el trabajo, ese número se elevaba hasta el 30% entre los menores de seis a once años. Y si se sumaban, además, aquellos infantes con riesgo de padecer un trastorno en el futuro, el número de alerta se disparaba a un 45%; es decir, casi la mitad de los niños uruguayos. 

“Se puede afirmar que a medida que la edad del niño avanza, aquellos que están en zona de riesgo pasan mayoritariamente a  la zona de patología. Por lo tanto como profesionales debemos cuestionarnos cuándo debemos empezar a intervenir. Si esperamos a que todas las patologías ya hayan florecido, vamos mal”, alertó la experta. Según dijo, a los seis años el 17% de los niños ya convive con un trastorno. “Esto quiere decir que si dejamos las actuaciones para la edad escolar, ya llegamos tarde. Hay que pensar cómo abordar estos temas desde el preescolar”, sugirió.  


Los centros educativos cumplen un rol clave en la detección temprana de una eventual patología. Es que la primera señal para visualizar el problema que sufren los más pequeños llega, generalmente, de la mano de la maestra. 

Un niño que muestra signos de alteración en clase llama la atención de la docente porque, además, distrae al resto del grupo. Es inquieto. Salta. Grita. Y se vuelve incontrolable. O tal vez se dé la situación inversa: un chico manifiesta ser tan tímido que preocupa.  No habla con nadie. No se integra y falta seguido a clase. Otras veces el problema salta a la vista por el desfavorable desempeño académico que tiene el alumno: muestra dificultades en el aprendizaje. 

“Lo que podemos afirmar con propiedad es que hoy hay mayor conocimiento sobre las patologías de los niños y eso puede explicar que los médicos trabajen con más elementos a la hora de diagnosticar”, señaló Ariel Gold, psiquiatra especialista en niños y adolescentes a El Observador. 

“El hecho de que hayan aumentado las consultas infantiles refiere al aumento de la evidencia científica que se generó en el mundo sobre la salud mental de los niños pero también porque los padres están más ausentes que antes en la vida de los niños. Y si están no conectan con ellos”, opinó el médico y concluyó que para muchos “la prioridad no siempre es el estado de salud del hijo”, y eso puede dañar el aparato psíquico de los menores. 

Patologías más frecuentes

Dentro de los tipos de trastornos más comunes se destacan tres. Por un lado los conductuales, que suponen aquellos relacionados con el reconocimiento de la autoridad, el no hacer caso, manifestar dificultades con el aprendizaje, recurrir a las mentiras o a la agresividad con otros compañeros. La prevalencia aquí es de un 5% a 7%. 

El déficit atencional es el segundo de los trastornos más frecuentes en los niños, y se expresa a través del bajo rendimiento o del pobre desempeño escolar. Suele ir acompañado de manifestaciones de hiperactividad o impulsividad y las causas más frecuentes son las genéticas y perinatales. También influyen las vinculadas al entorno donde crece el niño, es decir, su contexto ambiental. 

Lo más normal en estos casos, dijo Viola, es recetar el uso de la ritalina. Un medicamento famoso aunque con mala fama, según la médica. “La realidad es que tiene una pésima prensa, pero en verdad es el medicamento más seguro para tratar esta patología”, aseguró y desmintió “lo que la mayoría de la gente cree”, vinculado al uso abusivo de ese fármaco. 

“Los niños diagnosticados con este trastorno son 7 en 100 y menos de la mitad de ellos recurren a un tratamiento farmacológico, por lo tanto, no se puede decir que exista un uso irracional de este medicamento”, distinguió la médica y aseguró que únicamente los psiquiatras o neuropediatras pueden recetar la ritalina. 

La más prevalente de las patologías infantiles en Uruguay es la que se ubica dentro de los trastornos internalizados, que arrastran un 20% del total de los niños. “Aquí entra todo lo que no se ve. La ansiedad, la inhibición, las fobias y el sufrimiento a través de la tristeza. Pero no preocupan tanto a los padres, porque no lo captan de forma explícita. Se canaliza de otra manera, no por una conducta”, indicó Viola. 

Según detalló Gold esta suele ser una de las patologías más difíciles de diagnosticar: “El disparador para llegar a la consulta es la preocupación de los padres por notar raro a su hijo: desmotivado, sin ganas de asistir a los cumpleaños, sin ganas de juntarse con otros niños, con rechazo de ir a la escuela”. Aunque si esas actitudes coinciden con que el niño tiene un excelente desempeño académico, probablemente no se le de importancia a las otras señales de alerta y ese chico no llegue nunca a la consulta médica, dijo Gold. 

Viola aseguró que este trastorno también puede manifestarse a través de “dolores somáticos” regulares. Es decir, si el niño suele quejarse con frecuencia de molestias en la barriga o en la cabeza. “Cuando llegan a la consulta armamos una entrevista con los padres y el niño y ahí comienza la terapia”, aseguró la médica y detalló que “depende de cada caso y de la edad”, la dinámica de cada sesión, que puede ser individual o grupal con el núcleo familiar.

Es imposible, dijo la profesora, abordar el problema de un niño sin el trabajo conjunto de sus parientes. “Las familias siempre están afectadas. Incluso por una patología simple, como puede ser el déficit atencional, los padres sienten vergüenza e incluso pueden sentirse tremendamente excluidos de los otros padres de la escuela”, puntualizó. 

Gold remarcó que el tratamiento ideal supone tomarse el tiempo de educar a la familia sobre el trastorno del hijo, y además hacer psicoterapia y recurrir a la medicación. “Los primeros años de vida son fundamentales para diagnosticar al niño y disminuir la posibilidad de que se desarrollen dificultades mayores en el futuro”, determinó.

  
¿Por qué enferman más? 

Antes no había tantos niños diagnosticados, comentó Viola. “Cambiaron dos cosas:  salimos de la fantasía de creer que la infancia trascurre en un cuento de hadas donde nunca sucede nada problemático; y los padres toman otra postura frente al sufrimiento de sus hijos; antes no se le daba tanto corte al sufrimiento”, expresó. 

La profesora aseguró que hoy se comprendió que la patología del adulto nace siempre en la infancia. En el 75% de los caso, dijo,  la enfermedad se originó en su niñez. “Por lo tanto el diagnóstico precoz es una forma de prevenir un mal mayor”, insistió. 

Otra lectura de la enfermedad

Para la psicóloga Adriana Cristóforo, docente grado 5 de la Facultad de Psicología, es contraproducente diagnosticar con el título de trastornos psiquiátricos a los niños, porque se corre el riesgo de rotularlo con una enfermedad mental -algo que de por sí es estático y puede generar traumas en el desarrollo psíquico del menor- cuando, en verdad,  se trata de un individuo dinámico en plena transformación. 

“El problema es que se antepone el diagnóstico patológico antes de trabajar lo que pasa por la vida de ese niño. Instalan la idea de trastorno, que es sinónimo de niño enfermo, previo a contemplar la situación global del chico. Y no siempre un sufrimiento es necesariamente una enfermedad”, distinguió. 

Cuando un padre lleva al consultorio a su hijo porque está distraído en la clase, se configura instantáneamente la hipótesis de patología y no se indaga qué quiso denunciar ese niño con el síntoma que motivó la consulta, aseguró: “¿Qué nos está queriendo decir?”, se preguntó. 

El problema de conducta, por ejemplo, es un recurso que tiene el chico para expresar si siente sufrimiento. 

“Ellos no tienen la capacidad de verbalizar si sienten tristeza. Lo expresan mediante su cuerpo. Y si se lo diagnostica a la primera, el paso siguiente será medicarlo y luego estudiar la evolución que tuvo el niño a ese fármaco, que además puede jugar en contra porque podría distorcionar el síntoma, que era lo que ese chico necesitaba expresar”, dijo. 


Según este abordaje existe un abuso del uso la medicación como recurso terapéutico en Uruguay. Lo favorable sería generar mayores dispositivos para trabajar con los niños y sus familias, más allá del paradigma tradicional psiquiátrico que opera a nivel mundial.

“Hace falta avanzar más en este terreno. Las realidades de los niños son mucho más complejas que las definiciones reduccionistas que aparecen en los manuales médicos internacionales”, aseguró la psicóloga y mencionó la importancia de hacer apreciaciones más abiertas y priorizar siempre el diálogo permanente de la familia con el menor.  
 

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