Es un llamado silencioso. Lo escucha con la parte trasera del cráneo y lo siente en el esternón. Aparece cuando el primer pie entra en contacto con el piso del hogar ajeno, y se amplifica cuando los ojos revolotean y, al final, encuentran los lomos apilados. Una vez dentro, y luego de los saludos correspondientes, le es imposible no pararse frente a esos edificios en permanente construcción y admirar sus superficies y portadas, sus habitantes callados, pasar la mano por las cornisas, quizá sacar uno al azar, y quizá oler sus páginas. Puede que la actitud sea atrevida; no todos los dueños lo recibirán con el mismo agrado. De hecho, no todos lo hacen. Ya se ha llevado, como suvenir o regalo de bienvenida, alguna que otra mirada acusatoria. Pero totalmente absorbido, perdido entre las costuras de ese nuevo aleph que acaba de descubrir, nada le importa ya. Porque, aún en el embeleso, está acostumbrado: el acto de enfrentarse a una nueva biblioteca, tanto para él como para cualquier persona que ame los libros de esa forma, siempre es una manera de volverse a enamorar.
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