Con una media de edad del plantel de poco más de 20 años, Peñarol iba a lograr lo que sería su última Copa Libertadores de América, la quinta para sus vitrinas.
No solo por la juventud del plantel fue especial, sino también porque enfrentaban a un equipo que era una especie de selección.
Porque América de Cali, el rival al que debían vencer en la tercera final en Santiago de Chile -ya que un empate, les daba el título a los colombianos por diferencia de goles- tenía a futbolistas excepcionales. Solo por nombrar a los de arriba aparecían el colombiano Willington Ortiz, el argentino Ricardo Gareca y el paraguayo Roberto Cabañas, todos seleccionados de sus respectivos países.
Ricardo tenía ocho años y fue la única mascota que tuvo aquel equipo de jóvenes valores de Peñarol en Chile, a los que se sumaba la experiencia de Eduardo Pereira en el arco y de Obdulio Trasante en la zaga.
Este lunes 31 de octubre, los aurinegros festejarán 35 años de aquella última copa que parece haber quedado bien lejos en el tiempo, por lo que aconteció en el futuro.
Ricardo, además, es hijo de Ricardo Scaglia, quien entonces fue el delegado principal del club en aquel viaje, fue durante años dirigente y en 2005 candidato a presidente.
“Mi viejo me había prometido ir a Avellaneda para ver la revancha contra Independiente y mi vieja Rosario, no lo dejó”, recordó a Referí, aquel niño que hoy tiene 42 años.
Pero tiene el recuerdo muy vívido de otro partido, el de la segunda final contra América en Montevideo, aquella del 2-1 y del gol del Bomba Villar de tiro libre en la hora.
“Estaba solo en la Platea América con algún amigo, correteando, le tiraba chapitas de Coca Cola a los jugadores de América que estaban en el banco de suplentes”, recuerda.
Esa noche, salió a la cancha del Centenario con muchos gurises y “estaban los campeones de América y del mundo de 1966 para que los aplaudiera todo el estadio”. Aquella noche no fue exclusivo, como sí ocurriría tres días después.
Ricardo cuenta que su padre subió al Palco Oficial a ver el partido y que él se quedó solo. “Era otro mundo, podía quedarme solo y no había ningún problema”.
Dice que, en el golazo del Bomba Villar, empezó a correr para todos lados. Al final del partido, entre tanta gente, fue a encontrarse con su papá y recuerda que se volvieron “en una Mehari”.
La final de Santiago se venía enseguida y no había tiempo para nada.
“Como la vieja no dejó que me llevaran a Avellaneda, me fui a la escuela y volví a casa en la camioneta que me llevaba. Vi a mi viejo de saco y corbata. ‘¿Qué hacés acá?’, le dije. ‘Ponete la camiseta y dale, nos vamos. Vas a ver algo que nunca te vas a olvidar en tu vida’, me dijo. Y ya la tenía debajo de la túnica, no tuve ni que cambiarme”, cuenta Ricardo.
Recuerda que, en esa ocasión, su mamá los llevó al aeropuerto, pero había un problema: no tenía permiso de menor para viajar. “El avión estuvo parado porque no me dejaban salir. ¡El mismo avión en el que iban los jugadores y todos! Fui con mi abuelo Ismael, el padre de mi viejo, que le decíamos Coco. Al final, se hicieron tratativas y pude viajar”.
Pero, a su vez, recuerda una anécdota que también trancó algunos minutos el viaje a Santiago: “Estábamos en el avión, y de repente escuchamos al piloto: ‘Escribano Scaglia, por favor debe bajar a darle las llaves del auto a su señora’. Y le mandó las llaves (se ríe)”.
Ya en Chile, no hubo problemas en la aduana y se instaló en el hotel en el que estaban ambos equipos.
“Mi viejo me atolondraba con lo que había hecho Peñarol en Santiago. Aquel partido contra River argentino que se dio vuelta en 1966, y la final ganada en la última jugada ante Cobreloa en 1982. Entonces, cuando íbamos al estadio, papá iba sentado al lado de Diego Aguirre, yo iba a upa de mi viejo. ‘¿Cómo salimos?’, me preguntó Diego. ‘Ganamos con gol tuyo en la hora’, le dije. Y él me contestó: ‘Si ganamos, no importa si es gol mío, te regalo la camiseta’”.
Cuando Peñarol salió a la cancha, Ricardo, con sus ocho años, iba con los 11 futbolistas de Peñarol, pero también estaban los de América. “En ese momento, iba salivando a Battaglia o a Cabañas. El Loco Trasante me decía: ‘Dale, dale tranquilo’. Y yo los salivaba en las piernas y en la espalda”, cuenta.
Faltando muy poquito para terminar el alargue, llegó un zurdazo del Bomba Villar que se fue apenas afuera. Varios hinchas de Peñarol pensaron que no habría otra igual.
Ricardo, con su edad, se puso a llorar y le dijo a su papá: “¡Me dijiste que no me iba a olvidar en mi vida de este día y mirá lo que pasó!”. Entonces no miró más el partido.
Pero cuando Diego Aguirre fue a patear para el gol del título, su padre lo levantó para que mirara. “No llegué a ver bien la imagen del gol, me acuerdo de llorar, correr, me tiraban para arriba. Los militares no nos dejaban entrar a la cancha, mi viejo me tiró por arriba de las rejas. El piloto de Pluna se ensartó la reja en la mano. Lágrimas de tristeza pasaron a ser de lágrimas de emoción. Un niño desolado, cambió totalmente a esa edad”, explica.
¿Y qué pasó con la camiseta? “En el vestuario, Diego cumplió su promesa y me la dio. Papá me la sacó porque me la iban a afanar. En Montevideo, mi viejo me dijo que era una camiseta muy especial, que en realidad era mejor que la tuviera su familia y no yo, y se la llevamos a la mamá de Diego. Fuimos juntos con papá”.
Ricardo dice que “hace dos años estaba con Diego tomando un café, y me mostró una tarjetita. Era la tarjeta con el escudo de Peñarol que le escribió mi viejo a su mamá, diciéndole que ella tenía que tener la camiseta. Cuando se la llevamos, le dejamos esa tarjetita”.
Cuenta que “no era muy consciente de lo que estaba viviendo. Yo descontaba que Peñarol iba a ganar tres o cuatro años después la Libertadores”.
Hoy Ricardo tiene 42 años, y aunque es abogado y trabajó con Juan Figer, lo que le dio la posibilidad de conocer a varios futbolistas, entre ellos, a Pelé, hoy trabaja en el Chaco del lado paraguayo administrando campos y vive en Asunción hace 10 años.
Tiene dos hijos, Santiago de 11 años y Agustín de nueve. A veces viene a Montevideo. Una de las más recordadas fue en 2014.
“No sé por qué fui a ver el clásico del 5-0. Se dieron las fechas y justo pude estar ahí. Fue otro día memorable”, dice.
En 2005, le escribió de puño y letra una carta a su papá, quien se postulaba a presidente de Peñarol y entre otras cosas terminaba diciendo: “Y si te agradezco por mi vida, también te tengo que agradecer por el día más feliz de mi vida y como vos me dijiste ‘vas a ver algo que nunca te vas a olvidar’. Así que viejo, ahora hay que trabajar para que vuelva el glorioso Peñarol. Feliz cumple, un beso grande y te quiero mucho”.
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