Tropas de la 2ª División Acorazada francesa desfilan por los Campos Elíseos el 26 de agosto de 1944
Miguel Arregui

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A 75 años de la liberación de París: De Gaulle mete a Francia en su mano

Una pequeña vanguardia de la División Leclerc, en la que había republicanos españoles, ingresó a la capital francesa en la noche del 24 de agosto de 1944. Fue el principio del fin de la ocupación
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21 de agosto de 2019 a las 05:00

Una pequeña vanguardia de la II División Acorazada francesa, entre los que se contaban unos 150 españoles republicanos de la 9ª Compañía, mandada por el coronel francés Raymond Dronne, ingresó subrepticiamente por las desiertas calles de París y arribó a la Prefectura de Policía y al Hôtel de Ville, sede del ayuntamiento, en la noche del 24 de agosto de 1944. 

Esa vanguardia de los “franceses libres”, armados por los estadounidenses, se desplazaba en tanques Sherman y en semi-orugas blindados (half track) M3, que lucían nombres como “Romilly” (el del coronel Dronne), o “Guadalajara”, “Ebro”, “Jarama”, “Guernica” (los “españoles rojos”). Poco después las campanas de Notre Dame, silenciadas durante más de cuatro años, comenzaron a repicar. Le siguieron las campanas de todas las iglesias de París.

Los defensores alemanes de las afueras se dispersaron apenas sintieron llegar al grueso de las fuerzas aliadas: los blindados franceses seguidos de cerca por la infantería estadounidense. Pero dentro de la ciudad los ocupantes resistieron un poco más. Esperaban rendirse a tropas regulares, no a los “maquisards” ni a la turba, que seguramente los lincharía. 

El fotógrafo Henri Cartier-Bresson, quien había escapado de un campo de trabajo en Alemania y se unió a las FFI, tomó una serie de magníficas fotografías sobre la rebelión.

Euforia en las calles

El semioruga blindado "Guernica" de los españoles de la 9ª Compañía desfila en triunfo por París

En las horas siguientes franceses y estadounidenses fueron recibidos por multitudes eufóricas, un “muro galo” de vítores, besos, vino y celebraciones que enlentecieron el avance. Y de tanto en tanto cruzaban cañonazos y disparos con los alemanes y los “colaboracionistas” incondicionales refugiados en unos 30 puntos defensivos.

La muchedumbre gritaba ¡Merci!, entonaba La Marsellesa, hasta entonces prohibida, y agitaba banderas de Francia y Estados Unidos hechas en casa. 

“He visto la cara de jóvenes enamorados y la cara de ancianos que están en paz con su Dios. Pero nunca he visto en ninguna cara una alegría como la que irradia de las gentes de París esta mañana”, escribió Charles Wertenbaker, corresponsal de la revista estadounidense Time. 

El ya famoso escritor Ernest Hemingway, acreditado como corresponsal de guerra en la IV División de Infantería estadounidense, llegó para “liberar” el bar del lujoso Hotel Ritz con guerrilleros de las Fuerzas Francesas del Interior (FFI) que viajaban en dos camiones. Dejó una cuenta por 51 martinis secos. Luego asistió a una tertulia en casa de la escritora Gertrude Stein, una extravagante collaborationniste, que lo había apañado durante su juventud bohemia y pobre, descripta en París era una fiesta, y con quien se reconcilió.

El final llegó al mediodía del viernes 25 de agosto, cuando los tanques de los “franceses libres” rodearon el elegante Hôtel Meurice, en la rue Rivoli, cuartel del jefe de las fuerzas alemanas, Dietrich von Choltitz. El general alemán, recién afeitado y en uniforme de gala, fue paseado ante una multitud que lo insultó, rasguñó y salivó a gusto, y luego firmó la rendición a las 3 de la tarde ante el general Jacques Leclerc, jefe de la 2e Division Blindée, en la Prefectura de Policía. 

El último grupo de alemanes resistentes, atrincherado en el edificio de la Asamblea Nacional, en la orilla izquierda del Sena, se rindió sobre las 18 horas; y al otro día lo hicieron grupos sueltos y unos 2.600 soldados refugiados en el Bosque de Boulogne.

En su cuartel general de Rastenburg, Prusia Oriental, el führer alemán Adolf Hitler interrogó a sus desconcertados generales: “¿Arde París?”, o al menos eso dice la leyenda. La pregunta serviría de título a una novela histórica publicada en 1964 por Larry Collins y Dominique Lapierre.

El general Charles de Gaulle, líder de los “franceses libres”, llegó por la tarde del 25 de agosto a la estación de Montparnasse, donde se reunión con Leclerc y dio la mano al “Coronel Rol”, su rival comunista, un veterano comisario político de las Brigadas Internacionales durante la guerra civil española. Luego De Gaulle se dirigió al ayuntamiento, entre un mar de gente, donde se proclamó ministro de Guerra y se atribuyó provisionalmente la suma del poder. El grueso de las tropas aliadas arribó al día siguiente.

En la tarde del sábado 26 de agosto De Gaulle desfiló por los Campos Elíseos junto a la II División Acorazada francesa. Fue la apoteosis. Las personas, que desde la mañana llegaron de los suburbios en bicicletas, atiborraron la magnífica avenida de dos kilómetros de largo, u observaron trepados a los techos, ventanas, árboles, faroles y astas de banderas. Con ello, el muy alto general, que medía casi 2 metros, levantó aún más la moral de los parisinos y, de paso, reforzó su poder personal. Al fin de cuentas, él era Francia, como había insistido ante el primer ministro británico Winston Churchill durante años.

Charles de Gaulle encabeza el desfile del 26 de agosto de 1944 por los Campos Elíseos

Cuando De Gaulle llegaba a la plaza de la Concordia sonaron algunos disparos inubicables. La multitud corrió para cubrirse en cualquier parte, incluso detrás de los vehículos de la División Leclerc. De Gaulle caminó impávido hacia un coche descubierto que lo llevó hasta el Hôtel de Ville. Luego, cuando salió de allí, hubo disparos de fusiles y ametralladoras en los edificios de la zona. Los que estaban en esas calles, casi todos armados, comenzaron a disparar hacia las ventanas. 

De Gaulle marchó hacia Notre Dame. De nuevo hubo disparos mientras subió las escalinatas para asistir a un Te Deum. Los tiros prosiguieron en el oscuro interior de la catedral y los asistentes se echaron al suelo. “Veo más traseros que caras”, le comentó a De Gaulle uno de sus ministros. El general permaneció de pie, cantó el Magnificat y luego se retiró, solemne, como si nada. 

“Después de eso, tuvo a Francia en la palma de su mano”, escribió un periodista estadounidense. (De Gaulle terminaría gobernando Francia durante más de 12 años, en diversas etapas).

El fin del complejo de inferioridad

De Gaulle canta en la catedral de Notre Dame pese a los tiroteos

Aunque costó la vida a 1.483 franceses, militares y civiles, y otros 4.911 resultaron heridos —además de 7.700 alemanes muertos o heridos—, la batalla por París fue mínima en comparación con otras que por esos años destruyeron muchas ciudades de Europa. Berlín por entonces estaba en ruinas, como lo estaban Caen, Rotterdam, Colonia, Varsovia, Montecassino, Sebastopol o Stalingrado, y la cascoteada Londres soportaba los ataques de los misiles V-1.

Un puente aéreo con bimotores estadounidenses C-47 comenzó a transportar alimentos y carbón entre el sur de Inglaterra y París, que estaba completamente desabastecida. Mientras tanto por toda Francia los gaullistas ocuparon con naturalidad los cargos que el régimen de Vichy dejó vacante, e instauraron la Cuarta República. 

Los “maquis” y las poblaciones enardecidas mataron a entre 30.000 y 40.000 “colaboracionistas” con los ocupantes, y vejaron a otra gran cantidad de personas, especialmente a las mujeres que habían confraternizado con los alemanes, que fueron rapadas, tatuadas con esvásticas y exhibidas.

La liberación de París tras cuatro años, dos meses y 11 días de ocupación alemana fue recibida con extraordinario júbilo en Gran Bretaña, después que lo informara la BBC, y luego en todo el mundo. Incluso hubo una gran manifestación en Montevideo, así como en otras ciudades de Uruguay. En tiempos de las dos guerras mundiales (1914-1918 y 1939-1945), la mayoría de los uruguayos sintió la causa de Francia como propia, y unos cuantos fueron voluntarios a pelear por esa nación.

En setiembre, en Québec, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt le comentó a Churchill que en un año De Gaulle estaría “en la Presidencia de Francia o en la Bastilla”, la vieja fortaleza-prisión. Y el 11 de noviembre de 1944, aniversario del Armisticio de 1918, en un gesto de reconocimiento —y de interés político—, De Gaulle paseó a Churchill por la plaza de la Concordia y los Campos Elíseos en un coche descubierto, ante una multitud, seguido por una espléndida escolta de guardias republicanos a caballo. En su discurso lo homenajeó por su “extraordinaria voluntad de vencer y el magnífico coraje que salvó la libertad del mundo”. 

De Gaulle entonces armaba a todo trapo, con equipo angloestadounidense, a voluntarios franceses para participar en la ofensiva final contra Alemania. Pensaba en la posguerra, en los soviéticos y en el viejo imperio francés decadente.

Churchill, apasionado francófilo, pasó el día en París llorando de emoción. Luego le escribió a Roosevelt: “Restablecí relaciones personales amistosas con De Gaulle, que mejoró después de haber perdido su complejo de inferioridad”.

Fuentes principales para esta serie: “Así fue la Segunda Guerra Mundial” (versión en español, en seis tomos, de “History of the Second World War”, dirigida por Basil Liddell Hart y Barrie Pitt – Imperial War Museum); “De Gaulle y Churchill”, de François Kersaudy; “Eisenhower: soldado y presidente”, de Stephen E. Ambrose; “El Tercer Reich”, de Time-Life (42 tomos); “La caída de París”, de Herbert Lottman; “La Segunda Guerra Mundial”, de Time-Life (72 tomos); “Memorias”, de Albert Speer.

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