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Acelera la inflación en Argentina y las viejas recetas de control de precios ya no dan resultados

El nuevo secretario de comercio de Argentina, Roberto Feletti, no logró consensuar con los empresarios un listado de precios congelados. Según las encuestas, la culpa de los aumentos es del gobierno
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23 de octubre de 2021 a las 05:04

El gobierno argentino decidió jugar un juego peligroso: ante la evidencia de que la inflación vuelve a agudizarse y amenaza con salirse de control, adoptó la estrategia de buscar un “enemigo público” al que culpar por los aumentos de precios. No es la primera vez que ocurre, claro, pero esta vez hay señales de que las viejas recetas ya no dan los mismos resultados.

Los controles y congelamientos de precios han sido un clásico de la historia económica argentina. En general han terminado mal en su objetivo de fondo de frenar la inflación, pero algunos de ellos lograron resultados de corto plazo y crearon un clima de estabilidad transitorio.

Ahora, en cambio, la propuesta del nuevo secretario de comercio, Roberto Feletti, arrancó con problemas desde su mismo inicio. Feletti, que ocupó el cargo de viceministro de Economía durante el primer gobierno de Cristina Kirchner, es un fiel exponente del “ala dura” del kirchnerismo, al punto que criticó al ministro de Economía, Martín Guzmán, por su excesivo celo fiscal y por su falta de firmeza para confrontar con las empresas.

Su ingreso al gobierno en este momento es una concesión del presidente Alberto Fernández hacia Cristina, ante la constatación de que la inflación no afloja y que, además, se ha constituido, por lejos en la primera preocupación social.

En setiembre pasado se quebró una racha de cinco meses consecutivos de caída de la inflación y, con un inesperado 3,5% mensual, se dio inicio a una nueva fase de suba. Los economistas proyectan un “verano caliente” con la inflación rondando el promedio mensual de 4%, cuando las previsiones del ministro Guzmán apuntaban a un 2%.

Para los economistas no hay dudas sobre el motivo de la escapada: el gobierno volvió a acelerar la impresión de dinero para financiar el déficit fiscal. Hablando en plata, la asistencia del Banco Central al Tesoro ya supera el billón de pesos, equivalente a un 2,4% del PBI. Y además está el déficit “cuasifiscal”: el Central retira pesos para sacarle presión al mercado, pero para ello emite letras, que pagan un interés cercano al 40%, con lo cual sólo por concepto de intereses se produce una expansión monetaria involuntaria.

Contra ese argumento, el gobierno desempolva los argumentos de siempre: niega que la emisión monetaria sea el causal de la inflación, y afirma que los precios aumentan por la “puja distributiva”.

La explicación de Feletti es que, ante un aumento de la demanda -por las mejoras salariales y la mayor asistencia social a los sectores pobres- los comerciantes eligen responder con aumentos de precios en vez de incrementar los volúmenes de producción. El secretario afirma que, dado que todavía hay un 35% de la capacidad instalada ociosa, a las empresas no les resultaría difícil subir el nivel de producción.

Y su “prueba” de la culpabilidad de las empresas es que, después de años de balances en rojo, las grandes de la industria alimenticia lograron recomponer sus márgenes de ganancia. Por eso, ni bien asumió su cargo dijo que una prioridad de la política económica era “sentarse a hablar en serio sobre rentabilidad empresaria”.

 Las viejas recetas no dan resultado

Pero ya en los primeros días, Feletti constató que la aplicación de las viejas recetas no tendría el mismo resultado que en los viejos tiempos.

Para empezar, porque ante el llamamiento a un acuerdo para negociar el congelamiento de 1.400 precios, se produjo una inmediata ruptura con la contraparte empresarial. Hay acusaciones cruzadas sobre por qué se rompió el diálogo: el gobierno dice que las empresas no quieren hacer un esfuerzo, mientras que la gremial industrial afirma que, en realidad, los funcionarios les quieren imponer una lista sin consensuar.

Esa nómina de precios congelados incluía productos que ya no están en el mercado y, en algunos casos, pedía retrotraer precios a los niveles de hace seis meses.

Esa situación llevó a que la gremial de la industria alimenticia emitiera un duro comunicado en el que acusa al gobierno de no querer dialogar sino imponer. Agrega que, a diferencia de lo que afirma el gobierno, los precios no son determinados por 50 grandes empresas sino por 14.500 pequeñas y medianas productoras de alimentos, bebidas y productos regionales.

También contesta las acusaciones del gobierno, al remarcar que mientras la inflación del último mes fue 3,5%, el rubro de alimentos fue inferior, del 2,9%.

Pero, sobre todo, acusa al gobierno de no tener en cuenta la situación real de las empresas, que tienen costos crecientes, y de amenazar con la aplicación de la ley de abastecimiento, para no admitir que la inflación tiene su raíz en medidas económicas como la expansión monetaria.

Ante ese diálogo cortado, el gobierno avanzó de manera unilateral y quiere imponer los congelamientos de precios compulsivamente mediante una resolución. Pero quedó en evidencia su dificultad para poder fiscalizar, al punto que pidió ayuda a los gobiernos provinciales en esa tarea.

 Se gasta el recurso del “villano remarcador”

Lo cierto es que el congelamiento todavía no empezó y ya se están constatando remarcaciones de precios en las góndolas, en algunos casos con aumentos del 20%.

“Lo que sorprende y me duele como argentino es no haber podido apelar a la racionalidad. No estamos diciendo que queremos que pierdan plata, ni que les rompemos su plan de negocios, ni que los vamos a estatizar”, afirmó Feletti en televisión.

Los analistas políticos no se ponen de acuerdo sobre si hubo ingenuidad por parte del gobierno o si, en realidad, esa ruptura con los empresarios fue un efecto buscado deliberadamente para tener un “villano” a quien culpar ante la escalada inflacionaria.

Pero, aun si ese fuera el caso, no es seguro que se pueda sacar un rédito político: las encuestas de opinión pública reflejan que para la mitad del electorado, la culpa de la crisis económica -incluyendo la inflación- es achacable al gobierno.

Para peor, ex funcionarios del gobierno de Cristina Kirchner, que en otros tiempos tuvieron a cargo la confección de los programas de controles de precios, auguraron el fracaso de la nueva iniciativa.

Es el caso de Guillermo Moreno, que se ganó fama de “duro” para negociar con los empresarios. “Si se ocupa de los precios el mercado va a ser desabastecido. La realidad es que con la inflación como venís, incluso al alza, lo que te va a pasar es que sólo vas a perder las elecciones”, dijo el controvertido ex funcionario.

 Pronósticos inquietantes

Mientras tanto, los economistas están revisando al alza sus previsiones de inflación para el 2022. En las últimas encuestas se apuntaba a un 46%, muy por encima de la meta de 33% que se fijó el ministro Guzmán en el proyecto de presupuesto anual. Sin embargo, en los últimos días ya aparecieron visiones más pesimistas, que llevan incluso la predicción a un 60% de inflación.

Y economistas influyentes están otra vez hablando sobre el riesgo de una crisis traumática. Así, el ex ministro Domingo Cavallo comparó la situación actual con la previa al recordado ajuste de 1975 conocido como “el Rodrigazo”. Y Carlos Melconian advirtió que “existe el caldo de cultivo para una piña como la hiperinflación”.

En este contexto, uno de los factores que contribuyeron a subir el nerviosismo es la duda sobre si se llegará a un buen acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en un contexto en el que partidarios de Cristina están coqueteando con la idea de un default, algo que quedó en claro en los festejos por el día de la lealtad peronista.

Como siempre, el termómetro del humor social es el dólar paralelo, que alcanzó esta semana un nuevo récord y ya se ubica casi un 90% por encima del tipo de cambio oficial. A esta altura, ya nadie se pregunta si después de la elección habrá una devaluación sino si el gobierno logrará hacerlo de manera gradual y no abrupta.

Lo cierto es que la tasa de devaluación oficial sigue a un ritmo lento de 1% mensual, contra una inflación que otra vez se ubica por encima del 3%. Esa situación también llevó a que los economistas se sorprendieran por la poca efectividad de las viejas recetas: había una época en que el dólar y las tarifas congeladas hacían de “ancla” efectiva del resto de los precios.

 

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