Amado y Bordaberry

El Frente Amplio viene barranca abajo y lo sabe perfectamente. Por primera vez en quince años no es el favorito para ganar la elección presidencial. Tuvo una mala votación el 30 de junio y el desempeño electoral de su fórmula presidencial es incierto. Algunas variables que pesan mucho en la decisión de los electores, como el pesimismo que signa el clima de la economía y la evaluación predominantemente negativa de la gestión del gobierno que preside Tabaré Vázquez, conspiran contra las ilusiones de Daniel Martínez. Estas percepciones, además, son muy estables y, por eso mismo, difíciles de modificar durante la recta final de la campaña electoral. A estas restricciones el FA suma otra, sobre la que, en cambio, tiene un margen de maniobra algo mayor: el debilitamiento de su capacidad para retener los electores más codiciados, aquellos que se autoidentifican como centristas en el eje izquierda-derecha.  

Daniel Martínez ha enviado dos señales que demuestran que comprende que debe lograr que el FA, tal como lo ha hecho en elecciones anteriores, vire hacia el centro. La primera de ellas es su propuesta de alcanzar un acuerdo programático con Luis Lacalle Pou y Ernesto Talvi en torno a políticas de Estado. Hasta la fecha no ha tenido eco en la oposición que sostiene que el discurso conciliador de Daniel Martínez es contradictorio con el tono confrontativo de Graciela Villar, su compañera de fórmula. El argumento opositor es tan efectivo como fácil de explicar: la candidata a la vicepresidencia del FA no ha vacilado en decir, retrocediendo en un segundo hasta 1971, que la elección es entre “oligarquía y pueblo”. La segunda señal hacia el centro fue su reunión con Fernando Amado con la intención de intentar conformar una alianza electoral al estilo del Encuentro Progresista (creado en julio de 1994) o de la Nueva Mayoría (conformada en 2002). 

Ninguno de los trabajos académicos referidos al crecimiento electoral de la izquierda ha enfatizado la importancia de la Nueva Mayoría. Sin embargo, si han logrado demostrar que la creación del Encuentro Progresista fue un punto de inflexión. En primer lugar, la nueva alianza le permitió a la izquierda soltar lastre en términos programáticos. Los sectores que, desde 1991, como resultado de la escisión del Nuevo Espacio (1989) y en el contexto de la implosión del “socialismo real”, venían impulsando un cambio en la estrategia de la izquierda para hacer posible un “gobierno de mayorías nacionales”, no habían logrado moderar el programa del FA en el Congreso celebrado en julio de 1994 (no contaban con los 2/3 necesarios). En segundo lugar, mediante este procedimiento, los sectores más moderados del FA lograron concretar la candidatura presidencial de Tabaré Vázquez (frustrando el ascenso de Danilo Astori). 

Teniendo en cuenta estos antecedentes, habrá que prestar atención al desenlace de las negociaciones en marcha. Dado, además, el “manual” que ha aplicado el FA para maximizar su votación en las elecciones nacionales anteriores, habrá que ver si Daniel Martínez logra hacer algún anuncio resonante en relación al Ministerio de Economía y Finanzas. Hace quince años, Tabaré Vázquez aseguró el triunfo de la izquierda anunciando, sin consultar a nadie, que Danilo Astori sería el titular de esta cartera. Hace diez años, después de haber ganado la elección primaria prometiendo un “giro a la izquierda” y compitiendo contra él, José Mujica logró que el FA encadenara su segunda victoria consecutiva con mayoría parlamentaria comunicando que el elenco astorista seguiría estando al mando de la política económica. Tabaré Vázquez volvió a acudir a esta receta hace cinco años con idéntico resultado. No me asombraría que Daniel Martínez, que ha demostrado tener tan presente la fórmula del éxito patentada por Vázquez, recorra (o, al menos, intente recorrer) un camino similar.  

El partido de gobierno precisa multiplicar sus esfuerzos por captar electores centristas porque enfrenta una fuerte competencia desde la oposición. A los desafíos más conocidos (el de la “otra izquierda” de Pablo Mieres y de un moderadísimo y sereno Lacalle Pou), se ha sumado el de Ernesto Talvi. El candidato colorado viene demostrando tener potencial para disputar el centro. Sin embargo, para superar al PN y disputar el balotaje, el PC debe lograr evitar la fuga de votos de derecha que tienen, en Cabildo Abierto del general Guido Manini Ríos, una oferta tentadora. Acá es donde el retorno a la competencia electoral de Pedro Bordaberry, encabezando otra vez la lista al Senado de Vamos Uruguay, podría jugar un papel importante. Téngase presente que, durante años, en el acierto o en el error, se argumentó que Bordaberry “tenía un techo” porque captaba solamente electores de derecha. 

Cuatro meses parece poco. No lo es, especialmente en estos tiempos de “política líquida”, en que la volatilidad electoral tiende a crecer. Frenteamplistas y colorados vienen moviendo sus piezas. Los blancos, los favoritos, seguramente muevan las suyas.