Amo a los argentinos. Incluso escucho hablar a Cristina y más los amo. Adoro a sus escritores, a sus actores, a sus futbolistas, a sus periodistas, a alguna que otra vedette.Admiro al porteño que se lleva el mundo por delante y al que no le da vergüenza recorrer las calles de París con la camiseta de su selección nacional.
Envidio como se quieren, como nos quieren, como se la creen; envidio sus calles y su gran ciudad. Pero lo que más veneración me produce es la oportunidad que nos dan todo el tiempo a los uruguayos de atisbar, aunque sea tímida y mínimamente, ese eslabón perdido que sigue siendo nuestra identidad nacional.En la construcción de la identidad es básica la comparación con el otro.
Los argentinos nos dan, generosamente y todo el tiempo, la ocasión de activar los mecanismos de comparación que, al menos, nos permiten reconocernos en lo que no somos.No somos argentinos. Y esa es una gran definición.
Escuchemos a los kirchneristas con más atención que bronca, y seguiremos dando pasos en la construcción de nuestra identidad. No lo olvidemos, no somos eso. Amo a los argentinos.(Esta columna fue publicada por el autor en medio del conflicto por Botnia, pero como la historia parece ser circular, admitió volver a publicarla)
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