Mundo > Dos crisis, una cara

Argentina e Italia muestran muchas similitudes en la forma de hacer y entender la política

Ambos países se encuentran en una peculiar transición a un nuevo gobierno
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24 de agosto de 2019 a las 05:03

En ninguna parte como en Argentina se reflejan tan vivamente la idiosincrasia y cultura italianas. La actual crisis política que atraviesan ambos países tiene, desde luego, sus diferencias; pero lo más llamativo es la gran cantidad de similitudes, en estilo, en reacciones, en teatralidad y hasta en la forma de hacer y entender la política.

Ambos países han entrado en una peculiar forma de transición que enfrenta al primer mandatario (en un caso, saliente; en el otro, tambaleante) con el líder de mayor popularidad hoy, aireando señalamientos y acusaciones cruzadas, y creando un gran vacío de poder y una inestabilidad que estos días ha sumido a italianos y argentinos en la incertidumbre política y financiera.

En Italia, el primer ministro renunciante,Giuseppe Conte, culpaba de la crisis al ministro Matteo Salvini, de extrema derecha, por haber promovido una moción de censura en su contra y antes haber disuelto la coalición que mantenía con el Movimiento 5 Estrellas (M5S), de extrema izquierda. Salvini, a su vez, culpaba a Conte de no haber apoyado sus reformas y de “insultar” a todos los italianos. Días antes en Argentina, el presidente Mauricio Macri y el candidato más votado en las primarias, Alberto Fernández, también repartían culpas por la crisis de confianza y gobernabilidad que sobrevino tras las PASO y su inesperado resultado.

Aunque en distinta medida, los mercados financieros les retiraban la confianza a los dos países en estas crisis espejo, lo que contribuyó al clima de incertidumbre reinante en ambos. Tanto Argentina como Italia con sendas deudas astronómicas y economías frágiles que no crecen –una en recesión, la otra al borde de la recesión–, el fantasma del default rondaba estos días las consideraciones de los inversores y los informes de la prensa especializada. Y si la semana pasada veíamos en Argentina que con cada nueva declaración de Macri o de Alberto Fernández caían un poco más los mercados, en Italia registraban nuevas pérdidas y se disparaba el riesgo país con cada sesión del Parlamento donde Conte y Salvini hacían su show de culpas.

Por eso, aunque se manifiesta en la economía, en ambos casos, la crisis es mucho más política que económica. 

En lo social también: los dos países presentan una profunda polarización; “la grieta argentina” es tan pronunciada como la italiana; aunque, desde luego, esto no es privativo de estos dos países. 

Rosario en mano en pleno hemiciclo, Salvini se encomendaba a la Virgen María en medio del rifirrafe con Conte. Mientras Alberto Fernández negaba haber recibido una llamada telefónica de Macri que el presidente aseguraba haberle hecho, además de enviarle un mensaje de WhatsApp. Luego, que sí recibió el mensaje, pero le había “clavado el visto”; según él, porque estaba en clase en ese momento. Todo parecía una gran comedia de equivocaciones; o como definió el Corriere della Sera la coyuntura en Italia: “una locura”, palabra que también han usado en estos días varios medios argentinos para referirse a la crisis propia.

Divorcio a la italiana

En Italia, el caos se precipitó cuando Salvini decidió el jueves 8 deshacer el gobierno de coalición que su partido, la Liga, formaba con el M5S, un matrimonio malavenido entre populismo de derecha y populismo de izquierda que no tenía mucho sentido y parecía destinado a terminar mal. El mismo día, el líder de la Liga presentó una moción de censura contra Conte, de modo de forzar elecciones anticipadas. Su amplio liderazgo en las encuestas le sugería que una nueva convocatoria a las urnas le daría oportunidad de sacudirse a los llamados grillini (por el capocómico Beppe Grillo, fundador del M5S) y gobernar en solitario; o, a lo sumo, con los pequeños partidos de derecha, como el Forza Italia de Silvio Berlusconi.

La Liga y el Movimiento 5 Estrellas formaron gobierno en junio del año pasado. Salvini y Luigi di Maio, líder de la agrupación pentaestelada, acordaron entonces quedar como poderosos ministros, uno del Interior, el otro de Desarrollo Económico, y nombrar a Conte, que no es de ninguno de los dos partidos, como primer ministro de consenso. Pero rápidamente el histriónico Salvini cobró mucho más protagonismo, le robó el show a Di Maio de punta a punta y lo superó en toda la línea. 

Ya para abril de este año, le sacaba más de 10 puntos de ventaja en los sondeos; y un mes después, el líder antiinmigrante arrasaba en las elecciones europeas, doblando en votos a su entonces aliado en el gobierno y convirtiendo a la Liga en el partido más votado de Italia.

Esto espoleó intensamente las ambiciones de Salvini, que empezó a acelerar su ruptura con el M5S y a promover la moción de censura que el martes pasado desembocó en la dimisión de Conte y la crisis política que hoy pervive.

Sin embargo, es probable que a il capitano, como lo llaman sus seguidores, le haya salido el tiro por la culata: el M5S está hoy en conversaciones con el Partido Demócratico (PD), de centroizquierda, para formar gobierno y evitar unas elecciones anticipadas como pide Salvini. Si se juntan ambas fuerzas tendrían mayoría en el Parlamento y podrían acordar un nuevo primer ministro. Huelga decir que esto último puede ser un obstáculo no menor para el éxito de la operación. Pero el presidente de la República, Sergio Mattarella, les ha dado hasta el martes para ponerse de acuerdo. Y todo indica que pronto habrá humo blanco en el Palazzo Madama, sin convocatoria a nuevas elecciones; y Salvini quedaría en off-side.

Como sea, la crisis parece tener ahora fecha de caducidad y, al igual que en Argentina, lo peor parece haber pasado. 

Hablan los bolsillos 

En Argentina, Macri no supo leer el mensaje de los ciudadanos asfixiados por los ajustes y la recesión, incluso el de algunos de sus allegados, que le reclamaban una serie de medidas contracíclicas para aliviar a la población, y recibió una paliza en las urnas a manos de Alberto Fernández y Cristina Fernández.

El episodio trae a la memoria a Juan Pugliese, aquel ministro de Economía de la última etapa del gobierno de Raúl Alfonsín, que dio un discurso muy emotivo en pleno auge de la hiperinflación, y al otro día se le cayeron todos los indicadores. Pugliese pasó a la historia universal de la tragicomedia política con su frase: “Yo les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. Macri también: les habló de ética y de combatir la corrupción, y le contestaron con el bolsillo. Fue una respuesta contundente. 

Esto desató una crisis financiera fenomenal cuando los mercados castigaron al país. El recuerdo de la presidencia de Cristina estaba aún muy fresco, con su déficit fiscal, su aislacionismo, maquillaje de los indicadores económicos y cepo cambiario. Al mismo tiempo, un Macri en estado de negación y shock –cuando todavía tenía que gobernar al menos cuatro meses más– y la falta de comunicación entre él y Alberto Fernández, o de alguna señal de ambos que enviara un mensaje de tranquilidad, se conjugaron para desatar la tormenta perfecta. Y todo se desplomó en ese “lunes negro” que siguió al domingo de las PASO.

Luego, Macri y Alberto Fernández empezaron a hablar, Macri rectificó, Alberto rectificó; finalmente el gobierno adoptó algunas de las medida que debió haber adoptado hace un año y medio o dos; cambió el ministro de Hacienda y los números empezaron poco a poco a mejorar. El dólar parece haberse estabilizado, la incertidumbre va dando paso a una mayor confianza y se empieza a recuperar la estabilidad política.

Aunque nunca se sabe con Argentina, siempre puede sobrevenir otro cimbronazo. Italia es más predecible; pero el fantasma del default no es ajeno a la situación de ninguno de los dos, si bien es mucho menos probable en el país peninsular. Pero la deuda de Italia asciende al 134% del PIB, mientras que la de Argentina, al 86% del PIB. Un default en Argentina sería un tsunami para la región. Un default italiano sería un tsunami para los mercados financieros de todo el mundo.

Ciertamente, este tipo de crisis políticas no son desconocidas en ambos países. Pero, como queda demostrado, una política tan desordenada es nafta para el fuego de dos economías tan disfuncionales como la argentina y la italiana. Ambas necesitan imperiosamente reformas estructurales, que en los dos países son muy impopulares. Y los gobiernos que hoy se perfilan para gobernarlos dudosamente estén dispuestos a hacerlas. 

Italia y Argentina son dos caras de una misma moneda política y cultural, con causas y motivaciones a veces muy distintas, pero con rasgos llamativamente similares. 

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