La Unidad de Víctimas y Testigos asiste a los niños testigos de delitos

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Asesinar la inocencia: cuando los niños son testigos principales de la violencia criminal

Lo ven todo y no lo olvidan nunca. Los niños son testigos de primera línea de las peores atrocidades de la sociedad y el camino de recuperación es empedrado
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07 de agosto de 2022 a las 05:03

A los 3 años, el neurodesarrollo de un niño le permite patear suavemente una pelota y expresarse con frases de cinco o seis palabras. Ya puede asociar algunos colores con su nombre y comienza a entender el concepto de lo que es contar. A esa edad, todavía se mezcla lo que es fantasía con lo que es realidad, según la Academia Americana de Pediatría. Miles de kilómetros al sur de donde se publicó esa guía, en el barrio Punta de Rieles, un joven de 19 años —ordenado por un narco del barrio La Chancha, según informó Telemundo— mató en el lapso de un mes a dos personas. En los dos casos, estuvo presente un niño de 3 años, esos tres años entre los que todavía no se distingue fantasía de realidad.

Primero, el 3 de octubre, este joven de 19 años, baleó al padre del niño en la intersección de Hidra y Colibrí, pero el menor se llevó más que una experiencia traumática: una bala lo dejó un mes en CTI. Luego, en noviembre, a pocos días de tener el alta, el niño era trasladado en una camioneta junto a un amigo de su padre, la esposa y otro niño. Sin haber llegado a detener la marcha, dispararon desde una moto y causaron la muerte del conductor.

En casos como este, la Unidad de Víctimas y Testigos de la Fiscalía General de la Nación es una de las primeras en llegar al lugar si el fiscal del caso lo solicita -y lo hacen cada vez más-. Su directora, Mariela Solari, destacó en diálogo con El Observador que la infancia “es la etapa en la que los niños aprenden a aprender, pero toda la energía se les va en intentar preservar su vida” en aquellos casos en los que se convive día a día con el delito.

Con el incremento de los crímenes de las últimas dos décadas, cada vez son más los niños a los que les compran un boleto en primera fila para presenciar las imágenes más violentas que puede dar la sociedad: brutales femicidios, ajustes de cuentas, el contacto diario con drogas y mutilaciones. Su psiquis queda alterada desde el comienzo de su vida y, muchas veces, para siempre. Desde la Unidad de Víctimas (que se creó en 2017), que es donde se hace el primer acercamiento, se intenta coordinar con las familias de los niños y los prestadores de salud para que tengan una asistencia a mediano y largo plazo que les permita embarcarse en un largo camino para reparar daños, que muchas veces son irreversibles y solo queda convivir con ellos.

Las cinco o seis palabras que pueden hilarse a los 3 años, las usó una niña de Montevideo, que vio cómo, por un ajuste de cuentas, mutilaban a un familiar. Tenía la misma edad el hijo más chico de una pareja, que vio junto a sus hermanos de 6 y 10 años, cómo acribillaban a sus padres en Colonia Nicolich cuando caminaban a dejarlos en la escuela.

Más allá de los niños testigos directos, en los barrios complicados hay muchos indirectos que crecen conviviendo con eso. Cada vez que hay un homicidio, se cerca la zona, pero se acercan vecinos a ver qué pasó. Entre ellos, muchos niños, que miran sin estupor. “Muchos chicos del barrio circunstancialmente ven estas cuestiones. Siempre le pido a la Policía que por favor los saque”, contó a El Observador, la fiscal de Homicidios Adriana Edelman. Su colega, Mirta Morales, había dicho a El País que cada vez ve más niños que reúnen alrededor de un cadáver, al que miran sin mostrar emociones “como si fuera algo natural”.

En otros casos, los niños no miran de afuera. Están adentro. En 2020 un joven fue detenido por haber matado a un hombre con el que competía en el mercado narco. Al homicida lo acompañaba su hermano, de 10 años, quien lo ayudaba a vender droga y al que le había dado un arma, según el mayor, para utilizar en defensa propia, según expone la sentencia a la que accedió El Observador. El joven tuvo que convencer a la Justicia de que no había sido el niño quien había matado a su contendiente.

— ¿Qué lo mandó a hacer?, preguntó el funcionario judicial.

— A atender la gente que iba a la reja, contestó el interrogado.

—¿A la gente que iba a comprar droga?

— Obvio, ahí va.

— ¿Luego de los disparos a dónde lo mandó?

— Lo mandé a la esquina de la casa de Marco a ver si estaba bien y estaba todo bien.

El juego de ser narco

Un mediodía, los niños juegan en el piso de una casa oscura. Las ventanas siempre están cerradas y no entra la luz del sol. Cuando una patada a la puerta y un grito de alto quiebran la calma de un día normal, miran a mamá y a papá. Ellos siempre miran a mamá y a papá.

La Policía se los lleva, a ellos los levantan del piso y se llenan las manos de las piedritas envueltas en papel con las que jugaban hasta hacía minutos. “Los padres envuelven chasqui (dosis de pasta base) y los niños juegan a lo mismo. Toman pedregullo y lo envuelven con las mismas hojas que envuelven sus padres el de verdad”, contó un policía a El Observador.

Después de sacarlos del lugar, la Policía revisa sus juguetes. Le sacan la cabeza a sus ositos y les abren las mochilas de la escuela. Los narcos piensan que no saben que ellos esconden lo más importante ahí, donde creen que los efectivos no van a sospechar.

 

Salvarle la vida a mamá

Sintió un golpe por la espalda, a la altura de la cabeza, se cayó al piso de rodillas con su hijo y le siguió pegando. Arrastrándose, llegó hasta un palo, con el que le devolvió los golpes a quien era su expareja. Rápidamente, él intentó ahorcarla poniéndole su brazo alrededor del cuello y torciéndole la cabeza.

La arrastró hasta el baño, donde él la volvió a tomar del cuello para terminar de ahorcarla. El niño, llorando, caminó detrás de ellos y se acostó en el pecho de su madre que, tendida en el piso, casi ya no respiraba. Él, que era el padre del niño, al verlo, dudó un segundo. Ese segundo de duda hizo que la mujer pudiera torcerle los dedos de la mano para lograr liberarse. Le pidió por favor llamar a la ambulancia y él se negó. El niño miraba. Ella, o él, lo convenció y terminó llamándola y salvó su vida aquel 3 de noviembre del 2018.

La psiquiatra infantil Laura Viola coincide con Solari en que, en muchos casos, pesa en los niños testigos de violencia intrafamiliar el no poder haber preservado la vida de sus madres. Sienten culpa. Además, en la mayoría de los casos, los niños son rehenes.

“La niña pequeña dice hoy en día si su papá la iba a matar como a su mamá”, declaró en un juicio en 2021 la hermana de una víctima de violencia de género. “Tengo miedo que me mate a mí y lastime a las niñas y de noche, yo qué sé”, había contado ella días antes de que su pareja, padre de sus hijas, terminara con su vida a cuchillazos. Antes, ya había amenazado con degollar a la menor, que tenía tan solo 3 años.

Una noche, finalmente bajó del dormitorio a la cocina y tomó una cuchilla de 33 centímetros de largo, con la que empezó a darle puñaladas a la mujer, que terminaron siendo 19. Las niñas se despertaron y, la mayor, de 6 años, intentó ayudar a su madre. Las dos, ensangrentadas, fueron a pedirle ayuda a sus tíos abuelos, pero ya no había nada que hacer.

"El loco mató a mamá", les dijeron.  

 

Cómo seguir

“Abierto y alerta”, es la premisa que repite Mariela Solari a sus técnicos para que lo tengan tatuado a fuego cuando van a una escena del crimen. Allí, responden a las preguntas de los niños e intentan coordinar con los adultos a cargo los pasos a seguir: qué hacer, qué no, a qué cosas estar atentos, cómo hablarles. A su vez, cuando conversan con ellos, analizan sus necesidades. Si se encuentran en crisis los derivan y si necesitan algún otro tipo de intervención la gestionan.

Lo primordial es que los niños queden a cargo de un adulto afectuoso que los contenga y pueda hacerse responsable de ellos. Si no existe esa posibilidad, dan paso al INAU para que los tengan en sus centros de 24 horas. A lo largo del proceso judicial, en los casos que es necesario, mantienen el monitoreo.

INAU también interviene si la Unidad de Víctimas entiende que la contención que tiene el niño es frágil y necesita de un seguimiento extra. Los Comités de Recepción Local (CRL) estudian cada caso y coordinan acciones con las escuelas y los prestadores de los niños para tener un seguimiento a mediano y largo plazo.

La psiquiatra advirtió que debería hacerse un diagnóstico del niño para ver qué tan hondo caló la experiencia traumática.

Si los niños son sacados del ambiente en el que estaban, igualmente deberían mantener un contacto con los afectos sanos que tenía en ese lugar, para que la disrupción no sea tan grande, expuso.

En cuanto al shock, la psiquiatra valoró que es más probable tener una mejor resolución del episodio si fue algo puntual que un evento crónico o continuado. Incluso, si la víctima del homicidio es un extraño, no existe en el niño el componente de la familiaridad peso sí hay un impacto visual. "Uno de los abordajes es hablar con un psicólogo o psiquiatra de niños para entender lo que vieron. Puede recrearse a través del juego, para poder procesarlo", indicó. 

Solari agregó que los niños que "conviven cotidianamente en climas de violencia extrema, se sobreadaptan básicamente porque tienen que sobrevivir. Entonces, son niños que tienen un discurso muy adulto, que tienen naturalizado, como si no les afectara eso. Pero en realidad es el alto grado de daño, que lo que les hacen es impermeabilizarse a lo que les está pasando".

Por otra parte, Viola manifestó que las terapias cognitivo comportamentales o las interpersonales "pueden ayudar mucho al niño a sobrevivir a estos hechos". Aunque, tal vez, la inocencia haya muerto para siempre.

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