Lo ideal es que haya un poco de luz. Salen a eso de las cinco, cinco y media, cuando empieza a clarear y el día ya se deja ver; a esa hora todo está más calmo y el sol todavía no lastima tanto. Faltan horas, todavía. La tranquilidad es lo que reina en el balneario, todavía el lugar no está ni cerca de alcanzar los niveles de intensidad del turista, las playas están vacías, el puerto está en paz, todos están en paz, descansados, algunos más dormidos, otros menos. El silencio del alba se rompe solo con algún grito de pescador, que pide asistencia o que ordena; también con el ruido del metal chocando contra el metal, el de un motor que se prende y comienza a agitar el agua gris de la bahía, el de las gaviotas que pasan graznando a pocos centímetros de las cabezas madrugadoras. Pero el resto es eso: calma. Y olor a pescado, siempre hay olor a pescado. ¿O es el mar? La nariz está desacostumbrada.
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