Casi todos los años dedico mi enero, es decir mis vacaciones, al trabajo que durante el año lectivo se vuelve difícil realizar.
Soy docente en Secundaria y Formación en Educación, lo que me obliga a preparar programas, estudiar y en muchos casos a investigar sobre aquellas cuestiones que aún no están del todo dilucidadas en nuestras letras. Esta tarea en particular es compleja, pues uno debe pasarse horas buscando algo que en ocasiones no encuentra y, en otras, una pista nos lleva a tal o cual edición que a su vez nos redirige a otra donde al final hallamos un dato, un nombre, algo que nos encamina y a su vez motiva a seguir buscando.
Para esto, en general, realizamos pedido tras pedido sin poder anticipar demasiado qué necesitaremos. La tarea del investigador, por tanto, es diferente a la de un lector o estudioso casual que sabe exactamente lo que necesita leer. Para nosotros este dinamismo es fundamental y siempre los funcionarios de la biblioteca resultan los mejores aliados a la hora de acceder a la información.
Pero no todo depende de ellos. El 17 de enero de este año, el periodista Leonardo Haberkorn recordaba el “enorme problema cultural” que enfrenta Uruguay (“El muerto del shopping de Paysandú y la vaca carneada viva”, en El Observador, 17/1/2019). Un síntoma de esto es el menosprecio que se tiene por todo aquello que tenga que ver con lo cultural y, especialmente, con la investigación científica que genere conocimiento o promueva la reflexión.
En su nota, recordó como al pasar que hace unos días estuvo en la “olvidada Biblioteca Nacional” y no pudo consultar un semanario porque el montacargas “daba descargas eléctricas”.
El mentado montacargas de la biblioteca hoy (y hace ya un mes) impide (obviamente no solo a mí) hacer aquello que en ocasiones es parte del cimiento de un año respecto a mi desempeño como docente e investigador.
Es cierto que la Biblioteca Nacional depende para este tipo de arreglos de Ministerio de Transporte y Obras Públicas que, al parecer, desde fines de diciembre hasta febrero no realiza ninguna reparación, al menos para ellos (es decir, nosotros, los usuarios). Así que cada ciudadano que pretenda ser ilustrado deberá tener la valentía de acercarse en febrero a comprobar si ya funciona esa especie de aorta de la biblioteca que es el montacargas.
¿Qué pasará en febrero? ¿Dónde está la dirección de esta nobilísima institución que, desde hace un buen tiempo ya, se incorporó al mundo de las redes sociales felicitando (no es que no merezcan el saludo) a algunos escritores por su cumpleaños pero respondiendo a las consultas sobre el montacargas con un lacónico pedido de disculpas por las molestias que esto pueda ocasionar?
No son molestias lo que se genera sino atrasos, cada vez más grandes aunque cada vez parece que importaran menos.
En uno de sus tan memorables artículos de costumbre Mariano José de Larra se quejaba, hace ya casi 200 años, de la pereza de los españoles. “Vuelva usted mañana”, le decían a un extranjero todos aquellos a los que este les había solicitado algo apremiante.
La Biblioteca Nacional se lo dice a los extranjeros y a los propios: vuelva usted mañana, y tal vez mañana ya sea febrero.
Juan Carlos Albarado
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