Rubén Albarrán es el vocalista de Café Tacvba

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Café Tacvba está buscando un símbolo de paz

La banda vuelve a girar por Estados Unidos y conectar con la diáspora mexicana en el primer año de la amenazante presidencia de Trump
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08 de octubre de 2017 a las 05:00
Desde Nueva York

Rubén Albarrán baila envuelto en un disfraz indígena junto con sus compañeros mientras la luz blanca del escenario de la sala de conciertos Terminal 5 en Manhattan lo deja casi en soledad y por momentos parece mutar en Sizu Yantra, aquel alterego que en 2006 (con el disco Bienvenido al sueño) dio nombre a un proyecto solista en el que se cruzaban –de forma más concentrada y radical– algunas de las cualidades más seductoras de esa entidad más conocida como Café Tacvba.

Esa incursión conjugaba la visita de los espíritus místicos de los primeros pueblos centroamericanos, la obsesión electrónica, la modernidad y la sofisticación presentada en el pop más amable y accesible del mundo como envase y enlace. Esto tiene sentido porque, del mismo modo que un disco de Thom Yorke difílcimente quede por fuera de la órbita musical de Radiohead, o un disco de Mick Jagger se salga de la estética de los Rolling Stones, Café Tacvba está impregnado de esas mismas características.

Hoy, como si fueran el sueño más perfecto de Gustavo Santaolalla –ese productor que en algunas de sus muchas realizaciones encontró el código de una música inherentemente local, regional y contemporánea al mismo tiempo–, los mexicanos combinan las sensibilidades de sus cuatro integrantes como pocos y tienen lo que muchos buscan: un universo sonoro que los deja navegar en múltiples direcciones a la hora de hacer música. Ello tiene un correlato permanente en la cantidad de gente que se acerca a su música.

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Los Café Tacvba son, desde hace al menos 15 años, la realización de que todo eso que pareciera que hace una década se buscaba mucho más: un pop latinoamericano que se sirviera de las raíces locales y a la vez fuera de esa época. Da la sensación de que el pop latinoamericano ya no persigue tanto ese tipo de cosas y que los artistas provenientes de aquellas intenciones o bien ya no existen o se han resignificado en propuestas más abiertas y etéreas.

Visto así, lo de Café Tacvba en esa noche neoyorquina de abril se vio como un triunfo estético. Jei Beibi, su último disco de estudio, es un nuevo artefacto que va del bolero a los sintetizadores estilo Nintendo, de las referencias a la muerte a las consignas naíf con una cumbia sintetizada que son imposibles de rechazar cuando ellos son los que la cantan.

La gente no permite a todos los artistas recorrer ese camino, y mucho menos se deja seducir por esos universos. En pleno apogeo del cinismo, ese mérito vale muchísimo más.

La banda y Trump

Ahora que los tacvbos se disponen a realizar su segunda gira por Estados Unidos, tiene sentido mirar hacia atrás a ese concierto, no solo porque Jei Beibi es otro triunfo en su discografía, sino porque además el grupo pareció conjugar en vivo la angustia colectiva de algunos miles de mexicanos que colmaron la sala de tres pisos para verlos.

Todavía en esos meses, la opinión pública, los inmigrantes, y los ciudadanos hijos de inmigrantes se preguntaban qué sería de su destino ante una administración de Donald Trump que prometía muros reales y deportaciones masivas incluso en Nueva York, una de las ciudades que da cobijo a los indocumentados y no participa en forma activa de la deportación.

Sin hacer siquiera una referencia directa al hombre en el poder durante toda la noche, Café Tacvba organizó en Manhattan una fiesta en la que el público también puso lo suyo. Esta frase, que en el 95% de las reseñas musicales es utilizada realmente para ganar espacio, es necesaria en un concierto en el que la gente no solo acompaña y hace "pogo" sino que también se caracteriza.

Máscaras de luchadores, banderas y camisetas de equipos de fútbol aztecas le sumaron una atmósfera reivindicadora al asunto; no hay Nueva York concebible sin el color mexicano que le da ese pueblo y esa música a la ciudad.

Los tacvbos, conscientes de que el momento para muchos de ellos no era fácil, arroparon a la gente con gestos de cariño. No hubo reprimenda alguna cuando alguien lanzó algo pequeño a la cara de Albarrán ("¿Es un churro?", atinó a decir entre risas el cantante).
Máscaras de luchadores, banderas y camisetas de equipos de fútbol aztecas le sumaron una atmósfera reivindicadora al show; no hay Nueva York concebible sin México
Sí hubo todo aquello que caracteriza a lo que es un show del grupo: sonido perfecto, arrebatos de sintetizadores y teclados ejecutados por Meme del Real, la pata más inquieta del grupo en todo sentido, además de coreografías. También incluyó una selección de canciones en las que los temas de Jei Beibi como Que no se transforman en clásicos inmediatos destinados a quedarse en el repertorio. Ya las había pasado con Olita del altamar, una espectacular canción para escuchar en vivo, tanto por la forma en que es ejecutada como por la reacción de la gente presente en el lugar.

Quizá igualmente sorprendente es cómo algunas canciones (El baile y el salón, Chilanga banda o Volver a comenzar) siguen sin envejecer. En medio de eso, ni siquiera el repetido ritual del homenaje a los chilenos Los Tres en Déjate caer, coreografía incluida, huelen a viejo. Aventurar una explicación para eso representaría, de nuevo, entrar en la conversación sobre lo que tiene que pasar en un concierto para que este pueda ser un acto memorable para alguien: si Café Tacvba no tuviera tantas cosas nuevas que ofrecer en cada concierto, este recurso sería menos tolerable. No es el caso.

¿Cuántas cosas nuevas pueden decirse de un grupo con tanto recorrido, con tanto escenario, con tanto disco exitoso, tanto en términos estéticos como en medidas de popularidad? Pocas, pero también la crónica ofrece un espacio para concluir insistiendo en la excepción que para la plana mayor y más popular de la música latinoamericana representa Café Tacvba, un grupo que disco a disco, concierto a concierto, sigue demostrando que se puede ser muchas cosas al mismo tiempo. Y más allá de lo artísticamente relevante, ver a un grupo pudiendo hacer eso es, además, divertido como pocas cosas.

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