Opinión > EDITORIAL
Cambio cubano solo de imagen
La liberación masiva de presos en Cuba, con motivo de la visita del papa Francisco esta semana, es otro paso de la dictadura castrista en sus esfuerzos por cambiar de imagen pero sin cambiar de esencia. El mismo día en que el presidente Raúl Castro anunció la excarcelación de 3.522 personas como concesión a la presencia papal, un centenar de disidentes fue arrestado, según informó la agencia EFE. Y la liberación de un 5% de la población carcelaria de más de 60 mil personas, entre las más altas del mundo en relación con una población de 11 millones, no parece incluir a presos políticos. El anuncio oficial detalló que saldrán de las cárceles reclusos de más de 60 años o enfermos, mujeres, primarios menores de 20 años y extranjeros siempre que sus países acepten recibirlos.
El volumen de liberados supera al registrado en oportunidad de las visitas de los papas Juan Pablo y Benedicto años atrás. Es probable que represente en parte el impacto del papa Francisco sobre el presidente cubano, quien, luego de una reunión con el pontífice en el Vaticano, dijo incluso que podría volver a la religión. Refleja también agradecimiento por la decisiva mediación de Francisco en el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos y la distensión en varios campos entre dos viejos enemigos. Pero hasta ahora Castro no ha dado señales de estar dispuesto a restablecer libertades y derechos básicos, eliminados en Cuba desde que su hermano Fidel asumió el poder absoluto hace más de 56 años.
Cierto grado de apertura en el rígido sistema comunista de partido único, que pena con prisión cualquier forma de oposición política, es esencial para la plena normalización de la relación con Estados Unidos. Aunque el presidente Barack Obama ha reabierto un parcial intercambio comercial y en otros campos, Raúl Castro exige el levantamiento del embargo económico impuesto por Washington en 1962 y la devolución de la base de Guantánamo en territorio cubano, entregada a perpetuidad a Estados Unidos cuando esta potencia controlaba la vida cubana a comienzos del siglo pasado. Pero levantar el embargo requiere aprobación del Senado estadounidense, que la niega mientras el gobierno habanero no dé señales de apertura política.
Nada indica que pueda producirse mientras no haya una renovación generacional en el gobierno cubano, pese a la notoria influencia que tiene el papa Francisco sobre su presidente. Con seguridad el pontífice romano tratará de persuadir a Raúl Castro hacia ese curso, para poder llevar alguna noticia alentadora de deshielo político cuando viaje de La Habana a Estados Unidos en la segunda etapa de este viaje. Pero no es previsible por ahora que el castrismo aliviane su control absoluto de todos los aspectos de la vida cubana. Después de más de medio siglo de vivir bajo ese régimen, tres generaciones de cubanos se han acostumbrado a la pobreza, a las privaciones hasta de alimentos, sin otra prensa que la oficial y con las libertades individuales drásticamente reprimidas. Para el mejoramiento de sus penosas condiciones de vida es esencial que el castrismo afloje algo su freno dictatorial. Solo queda la esperanza, tenue pero esperanza al fin, de que el peso del papa Francisco, ya evidenciado en la parcial normalización de relaciones con Washington, pueda también inducir al castrismo a darle a su pueblo cierto margen de la libertad que no ha conocido.
