Es la vieja frase que pronunciaban los guardas de ómnibus al conductor cuando ya había bajado toda la gente por la puerta trasera y el guarda quería seguir adelante. Era una señal clara de “no va más, pasemos a otra cosa”. Lo mismo puede decirse de un país que no respeta las más elementales formas de un gobierno republicano como la separación de poderes, la independencia de la Justicia y la vigencia plena de los derechos y garantías individuales. Por más barniz democrático en la elección de las autoridades, si esas reglas básicas no se respetan, la “república” deja de existir y se pasa a un régimen autocrático o autoritario o incluso dictatorial. Es lo que ocurre en Venezuela y Nicaragua. Gobiernos electos democráticamente, ejercen el poder en forma autoritaria, desconociendo la separación de poderes o teniéndolos bajo su férreo control, en especial el poder judicial. Tanto Maduro como Ortega no hacen ascos a la represión política o al ataque desembozado sobre la justicia y el parlamento, incluso desconociéndolos por completo.
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