Por Emilio Oteiza *
Consultor y docente en innovación
Innovación es un término sobreutilizado, pero a la vez vital. Yo lo se, tu lo sabes. El tema es cómo innovar, sistemáticamente, en una organización. Pero ¿cómo robarle a la diaria lo necesario para lo que sabes que es importante?, ¿qué hacer con ese tiempo?, ¿en qué enfocarte?, ¿con qué equipo trabajar?
¿Cómo aterrizar la innovación?
Innovar es llevar nuevas ideas al mercado, para construir y mejorar las máquinas de valor que son las organizaciones. Para ellas, se manifiesta principalmente en nuevos productos, nuevos servicios y nuevos negocios. Su importancia ya no se discute, por suerte, pero se habla más de lo que se hace. Porque se sabe menos de lo que se habla. O mejor dicho, frecuentemente se parte de conceptos errados.
“Tenemos que juntarnos a pensar nuevas ideas para el futuro de la empresa, y después trabajar la mejor idea hasta que se haga.” El resultado es variopinto, con muchas oportunidades para tropezones:
En el fondo, está la siguiente expectativa, que le llamo “la visión fabril de la innovación”:
Innovar es como tener una fábrica de ideas. Pueden aparecer ideas desde todos lados, entonces las vamos procesando como si fueran materia prima, siguiendo un proceso de gestión de la innovación, y al final llegamos al producto terminado, que lanzamos en el mercado.
No. Lejos. Sólo las últimas etapas de un esfuerzo de innovación se comportan de modo similar.
Esta visión subyace los esfuerzos de innovación hechos sin oficio, con resultados esperables de fracaso. Proviene del mundo de las organizaciones en modo repetitivo, que es su modo más común y está bien: repetir un proceso lineal una y otra vez. Condena a la burla las cajas de ideas puestas en las recepciones, al cinismo de las ferias de ideas que quedaron en nada, a la frustración de tormentas de ideas anémicas, a las capacitaciones divertidas pero intrascendentes.
Si, cualquiera puede tener una idea. Y una idea genial puede venir de cualquier lado. Pero ese no es el punto.
Las ideas están arraigadas en la tecnología y en la solución, y el tema es que hay tantas como te puedas imaginar.
Pero los humanos somos seres de vida corta y ocupada, y sólo nos molestamos por un puñado de nuestros problemas. Con el resto convivimos. El palillo de ropa se me abre en dos cuando lo aprieto mal. El abrefácil de las galletitas abre imposible. Las mermeladas nuevas son difíciles de destapar. La TV de abonados se niega a cancelar mi suscripción. Vivimos con eso.
Pero querés estar presentable todo el año, entonces vas a la peluquería. Querés sentirte motivado para salir a correr, entonces te comprás la ropa deportiva y el reloj pulsómetro. Querés defenderte en tus nuevos desafíos laborales, entonces te anotás en el curso o la maestría.
Algunas cosas son suficientemente importantes como para que te levantes del sillón. Sólo en esas hay espacio para innovar.
El desafío de la innovación entonces, es encontrar problemas que valgan la pena, no ideas brillantes. Las ideas sobran. Las ideas son gratis. Las ideas no valen nada.
Además de solucionar algo que valga la pena, hay que poder hacerlo una y otra vez, y encima construir un negocio a su alrededor. Si, incluso si estás en una organización pública, el “negocio” tiene que funcionar.
Esta es la doctrina del Pensamiento de Diseño: Desable – Factible - Viable. Alguien lo quiere y puede pagar + lo puedo entregar + puedo armar un negocio a su alrededor.
Hay muchísimas cosas más en el balde de lo Factible, que son las “ideas”, que en el de lo Deseable, que son los problemas. Por eso suele ser mejor empezar por esto último.
2. El proceso de innovación no es lineal, es exploratorio.
Si soy chambón, tengo una idea de negocio, escribo un plan de negocio, consigo el dinero, armo el negocio y veo si anda. Frecuentemente, no anda. Porque entré por la puerta de lo Factible.
Si tengo oficio, investigo problemas que valgan la pena, construyo propuestas deseables-factibles-viables a su alrededor y voy probando si funciona, sin mucha plata y en poco tiempo, en ciclos cada vez más ambiciosos. Entré por la puerta de lo Deseable y fui probando combinaciones de las tres dimensiones en forma creciente.
La primera parte de un esfuerzo de innovación es sobre aprender del mundo y de lo que le va a pasar luego que yo intervenga. El proceso es de búsqueda. Está lleno de pruebas que no funcionan: el mal llamado “fracaso”, que supuestamente hay que “abrazar”, también otro concepto romántico y errado.
Estas amarguras son con como el mate: es amargo pero con el tiempo le agarrás el gusto. El desafío en este punto, sobre todo para los que inician, es no desalentarse y seguir confiando en el proceso exploratorio. Desde el pensamiento lineal, puede parecer errático, ineficiente e indisciplinado; pero no es ninguna de las tres.
¿Qué haremos aquí?
En esta columna iremos presentando y comentando el oficio de innovar para las organizaciones, ya sean empresas, organizaciones sin fines de lucro, organizaciones del sector público u otras.
Lo haré bien aterrizado en nuestra realidad, para nuestras empresas y organizaciones. Lo haré libre de humo, el cual lamentablemente campea en el ambiente, germinando en la falta de alfabetismo innovador.
La innovación corporativa no es un misterio, ni es un arte, pero tampoco es un proceso predecible. Es una actividad que tiene sus herramientas, sus abordajes, sus modos de pensar y entender; que vas haciendo el ojo y le vas agarrando la mano con la práctica.
Hay muchas maneras de hacerlo mal, y que te aseguran el fracaso; y unas pocas de hacerlo bien, pero que tampoco te aseguran el éxito.
Innovar es, entonces, un oficio.
* Fundador de Ignite consultoría en innovación y diseño. Dirige el Programa de Innovación en UCU Business School.
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