Cristina Morán
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > CRISTINA MORÁN

Cristina Morán, la transgresora adicta a los cambios que vivió toda la vida "sola y luchando"

La conductora y periodista, que murió a los 93 años, se convirtió en pionera de los medios gracias a una actitud transgresora y a una búsqueda constante de nuevos desafíos
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22 de septiembre de 2023 a las 15:19

Cuando mueren figuras longevas y de trayectorias tan largas como Cristina Morán, que falleció este viernes a los 93 años, hay un riesgo de naturalizar su presencia, su aporte, su rol. Claro, son figuras que se convierten en parte del paisaje cultural cotidiano, que parecen que no se van a ir nunca. Las que cualquier programa periodístico que empieza quiere ir a buscar medio rápido –como a los expresidentes– para entrevistar y darse un baño de legitimidad.

En el caso de Morán hay palabras que circulan y se repiten: “pionera”, “transgresora”. Se dicen fácil, pero en su caso son también parte de la esencia que la convirtió en una de las figuras más populares de los medios uruguayos, y que resumen una vida donde el ser pionera no significó quedarse en lugares cómodos.

De hecho, si algo hizo la conductora, actriz y locutora, fue siempre buscar renovarse, cambiar. Eso, decía, era lo que la había hecho permanecer en el medio. Estaba enamorada de lo nuevo, de los desafíos inéditos y de encontrar nuevas facetas. Por ejemplo, tener su primer rol protagónico en cine a los 88 años.

Esa voluntad ya estuvo presente desde antes incluso de ser Cristina Morán. Porque Cristina Morán fue, al nacer, Iris Fariña Romano. Una niña traviesa, que odiaba las muñecas y prefería jugar con varones. Una niña que tuvo un caso grave de difteria durante su infancia, que era una alumna promedio, irreverente, castigada seguido por las maestras. Una joven deportista, basquetbolista federada, nadadora, jugadora de vóley, que tuvo como gran cuenta pendiente aprender a cantar.

Morán se crio en una casa con padres “de mente abierta”, una crianza que terminaría moldeando su vida y con una madre que sería una figura clave en su vida.

“Tú sos más fuerte” le decía su madre a Cristina cuando ella protestaba por una preferencia por su hermano mayor, Héctor. Un hermano con el que había respeto, pero con el que desde su juventud estuvo distanciada. Durante años Héctor fue portero de Canal 10, y se cruzaban todos los días, pero no se decían nada. Cuando él murió, ella fue la encargada de reconocer el cuerpo y ahí, viéndolo en la camilla, se dio cuenta del cariño que sentía por él.

Otro golpe fuerte en su vida fue la muerte de su padre. Morán recordaría luego durante meses fue al Cementerio del Buceo de madrugada y se quedó en la puerta hasta el amanecer hasta que procesó la pérdida.

La formación mediática de Morán fue autodidacta. Estudió solo un año de liceo y lo abandonó para empezar a trabajar. Arrancó a los 14, como oficinista en una empresa de comestibles, para un año después pasar a ser ascensorista de las tiendas La Ópera. Allí le ofrecieron pasar a ser vendedora, pero pidió volver al ascensor porque disfrutaba de las charlas con las clientas, del contacto con el público.

Pero el quiebre vino a los 17 años, al ver un aviso clasificado en el diario El Día. La historia la contó mil veces, pero vale la pena repetirla, porque es el momento que le cambia la vida. “Se solicita señorita simpática, de buena presencia  y buena voz”.

“Esta soy yo”, dice Iris Fariña cuando lee el anuncio, de Radio Carve, y le avisa a su madre que se va a presentar. Su madre se preocupa por lo que pueda decir su padre. Iris se presenta igual. Unos días después, supera a otras 118 aspirantes. El encanto es instantáneo: la primera vez que se para delante de un micrófono se dijo a sí misma “esto es lo mío”.

En Carve, donde era apodada “la nena”, se convierte en secretaria de los directores, además de entrenar durante dos meses en el circuito cerrado del edificio de la emisora, hasta que comienza a conducir junto a Julio Cabot el programa El cine y sus estrellas, un programa previsto para ser emitido de forma temporal, como conmemoración del establecimiento del “cine continuado”, y que termina durando 13 años.

Cuando comienza a trabajar en la radio, el publicista Rafael Gatti (a quién definió como su “Cristóbal Colón”) le pone el nombre Cristina. El argumento es que Iris “no es microfónico” y que “no suena bien”, por lo que le imponen el cambio.

Morán fue declarada en 2020 como Ciudadana Ilustre de Montevideo

Recién tres años después, en 1950, vino el “Morán”. La selección fue, esta vez sí, suya. Rubén Morán era un delantero que con 19 años fue el jugador más joven del plantel campeón del mundo en Maracaná. Jugó solo la final contra Brasil, y fue el primero de los 23 integrantes del plantel en morir. Y también, la fuente de la que la conductora tomó su apellido artístico. Porque le gustaba el sonido de “Cristina Morán”.

En Carve, donde también estuvo en los elencos de los radioteatros más populares de la época, aprendió a ser exigente, a evitar errores y a ser insoportable con el resto para que las cosas se hagan bien. Sin embargo, siempre estuvo abierta a reconocer errores y a preguntar y pedir ayuda cuando se enfrentaba a algo desconocido, algo que mantuvo durante toda su vida.

En la emisora también entrevistó a figuras como Louis Armstrong, y a íconos del Hollywood de la época como Lana Turner, Anita Ekberg y Yul Brynner, a los que perseguía en una moto junto a un técnico cargando pesados equipos por las calles de Punta del Este, donde cubría el Festival de Cine del balneario.  

El salto a la televisión

Cuando se inauguró la televisión en Uruguay fue convocada para ser locutora publicitaria y conductora de Canal 10, la primera señal local. Al escuchar la propuesta, Morán se puso a llorar. Un berrinche en toda regla.

Creía que era demasiado gorda para la televisión. A ella le decían “gordi” y la preocupaba su figura, aunque su aspecto nunca fue una preocupación central para ella. Por otro lado, estaba acostumbrada a leer sus textos en radio, y existía el mito de que en la tele se hacía todo de memoria, por lo que no se sentía preparada para el salto.

Pero al final aceptó. Y una frase de uno de sus mentores, Raúl Fontaina hijo, le quedó repicando para siempre:  “En televisión hay que ser uno mismo. Es lo único que vale. Si tienes que reír, ríe; si tienes que llorar, llora, pero no te almidones porque los almidonados quedarán en el camino”.

Estudios precarios, incómodos. Calor, moscas. Capas de maquillaje intolerables, molestas. Y un componente de audacia, riesgo y esa sensación de estar haciendo algo nuevo que hacían que todo valiera la pena. Así recordaba sus primeros años en la tele Cristina Morán. Donde no solo por ser de las primeras caras que los uruguayos que tuvieran aquellos novedosos aparatos vieron fue pionera: fue la primera mujer en tener un programa propio como conductora en la pantalla local.

Cristina Morán

Morán se reconocía como “punta de lanza” en cuanto a la presencia femenina en la televisión, y fue tomada como tal por las generaciones que vinieron después. Incluso las que hoy son figuras del medio, que la tuvieron como modelo o incluso como docente en el Centro de la Imagen y la Palabra, institución que fundó y donde fue maestra de conductoras y periodistas como Claudia García o Ana Inés Martínez, entre otras. Otras figuras, como Blanca Rodríguez, la han señalado como alguien de una generosidad incalculable, siempre dispuesta a ofrecer un consejo o una oportunidad a otras mujeres.

Claro, había situaciones contra las que no se podía hacer mucho, al menos en aquel momento. Se tomaban como reglas del juego. ¿Cobrar menos que un colega hombre? Y sí, pero no se habla de eso. ¿Organizar una conferencia de prensa de Fidel Castro en Montevideo, y que al final asista el director del canal? No le gustó, pero no quedó otra que aceptar.

En la década de 1950 le ofrecieron ir a Argentina a trabajar en televisión, pero se negó. Sus razones fueron su arraigo a Montevideo y a su familia. “Soy muy uruguaya” dijo años después, explicando que nunca quiso desarraigarse porque sus raíces y sus seres amados estaban aquí.

Historia en cámara

Morán, entonces, fue pionera sin muchas dudas. No solo por una cuestión de género. Su etapa al frente del programa Domingos Continuados fue fundamental: allí emitieron por primera vez en la televisión uruguaya un parto y una operación cardíaca. Mostraron lo que hasta entonces no se mostraba.

Y también, por su audacia. Por ejemplo, la que mostró al viajar a la asunción de Raúl Alfonsín como presidente argentino en 1983. Primer presidente democrático luego de la dictadura, mil pedidos de entrevista, y Morán se hace pasar por embajadora para acercarse y pedirle una nota. Alfonsín se la concedió.

A lo largo de las décadas trabajó en todos los canales abiertos privados, y también en Canal 5. Compartió un programa con su hija, fue parte de ciclos históricos como El show del mediodía, hizo telenovelas, y a los 90 años condujo un ciclo de entrevistas en Canal 4, donde reunió a los expresidentes posdictadura José Mujica, Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle. Pero estuvo asociada sobre todo a Canal 10.

Morán con Sanguinetti y Mujica en Los especiales de Cristina Morán

En su etapa como periodista e informativista en Saeta también vivió episodios clave en coberturas históricas. Estuvo en la Masacre de Ezeiza en 1973, el tiroteo ocurrido en el regreso de Juan Domingo Perón del exilio. Allí vio escenas de muerte, violencia y crueldad que la marcaron para siempre. Mientras escapaban de la crisis, un hombre les apuntó a ella y a su camarógrafo con un arma, pero los dejó irse cuando le mostraron sus acreditaciones de prensa. Lograron escapar y  enviar el material filmado a Montevideo a través de una pareja que volvía de su luna de miel. Recién ahí, llamó a su hija, Carmen, para avisarle que estaba bien.

No todo fue horror, sin embargo. Uno de los momentos más emotivos fue cuando cubrió el escrutinio primario del Plebiscito de 1980, en el que Uruguay debatía una reforma constitucional que en caso de ser aprobada, significaría que la dictadura regente tendría legitimidad como para seguir adelante. Cuando empiezan a salir los votos por el “no”,  Morán le hizo una seña al camarógrafo para que siga tomando la mesa de escrutinio, porque las lágrimas le impidieron seguir hablando.

Hablando de política, Morán contó que “para los de izquierda fui casi de extrema derecha, para los de derecha fui comunista”. Sin embargo, se reconocía como una persona de izquierda.

Durante la dictadura, de hecho, pensó en exiliarse junto a su hija Carmen. Tenía miedo por los antecedentes de haber estado con Fidel Castro en su visita en 1959, y por su presencia en la Masacre de Ezeiza. “Me callé cuando no hubo más remedio que callarse. En un momento me pasaron un aviso y ahí pensé en irme”, relató.

Al final no lo hizo por el arraigo por el país, aunque reconoce que le hizo daño quedarse, por situaciones como la que vivió en el acto del Obelisco de 1983, a la que recordaba como una de las situaciones más dolorosas de su vida. Fue agredida verbalmente durante su alocución en el evento, y sintió que no tuvo respaldo de nadie. Nunca supo quiénes la agredieron durante el acto, aunque con el tiempo hubo gente que le pidió disculpas.

Le contaron que la acusaban por haber hecho “silencio” durante la dictadura en televisión, aunque ella no compartía esa postura, sino que creía haber buscado siempre el balance entre el silencio impuesto por el régimen y decir lo posible, como hacer programas especiales en los que se nombraba a los políticos proscritos y un programa en el que un hombre contaba que su hijo estaba desaparecido, algo por lo que la advirtieron: “Eso no lo haga nunca más”.

Más allá de filiaciones partidarias, Morán era también una católica creyente. Otra cobertura que atesoró siempre fue la de la visita del papa Juan Pablo II a Brasil en 1980, donde se acercó al pontífice para pedirle, al aire, “una bendición para Uruguay”.

“Tenía que hacerlo, no podía volver a Montevideo sin su presencia”, dijo sobre ese evento, al que recordó en su libro autobiográfico Desde estos ojos como una “situación límite”.

Lo que no se consideraba era feminista, aunque si partidaria de la igualdad de derechos y oportunidades para hombres y mujeres. Participó en distintos colectivos sociales y políticos, e incluso participó en encuentros internacionales de mujeres, en Cuba y la Unión Soviética.

“Para esto fui puesta”

Morán en 2022

Dentro de esa postura de apuesta a la igualdad, Morán siempre reafirmó y defendió como postulado que esta solo podría llegar si las mujeres tenían independencia. Y sobre todo, independencia económica. “Mientras la mujer no logre su total independencia económica nunca va a poder ser totalmente libre”, afirmó la comunicadora y actriz.

En ese sentido, hasta en lo personal fue de alguna forma transgresora y responsable de escapar a mandatos sociales de la época. Morán estuvo casada una sola vez, con Luis Mario López, un hombre ocho años menor. Un matrimonio cuyo saldo, según Morán, fue “amargura, desilusión y dolor”. Lo único que rescató de ese vínculo fue tener a su hija.

La pareja se deterioró muy rápido, y el divorcio llegó cuando su hija Carmen –llamada así por su madre– tenía dos meses. Después del divorcio, la periodista le prohibió a su exmarido ver a su hija, y estos nunca tuvieron contacto. Su intención era que, de adulta, Carmen decidiera por su cuenta si quería conocerlo. Al final nunca lo hizo, y siempre que se lo ofreció, Carmen dijo que no. Más tarde, Cristina reconocería arrepentirse de que su hija no conociera a su padre.

Morán tuvo luego otras parejas, pero nunca quiso que convivieran con ella. Su madre (de nuevo, su madre), le dijo una frase cuando era niña que moldearía su forma de pararse ante la vida: “naciste sola y luchando, y así seguirás toda la vida”.

Cristina Morán fue entonces transgresora, pionera, adicta al cambio. Escribió en prensa, hizo teatro, actuó en cine y hasta prestó su voz para la película animada Anina, nombre que después le daría a su mascota, con la que vivía –sola e independiente, más allá de algunos problemas de salud– en sus últimos años.

Y siempre estuvo motivada por el vínculo con el público. Por ser un nexo entre los hechos del mundo y la audiencia. Lo tuvo en cuenta desde que era Iris Fariña y se plantó ante un micrófono, y se convirtió en Cristina Morán. “Es mi tarea, para esto fui puesta”, decía. “Elegida por Dios, la gente, o quien sea. Sí, soy consciente del afecto del público, doy amor y me dan amor. Si no hay amor no se pueden hacer las cosas”.

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