A Christopher Nolan se lo puede querer (muchos lo hacen), se lo puede odiar (muchos lo hacen), pero lo que no se puede discutir es que el hombre se mete en la conversación con cada nueva película que estrena. A lo largo de su obra, sus producciones llegaron al cine rodeadas de "barullo", expectativas, debates y entusiasmo, y cada una de ellas, sea el resultado artístico muy bueno o pésimo (ha tenido de los dos), se han colado entre los estrenos más esperados de sus años.
Oppenheimer, su último esfuerzo como director, no es la excepción. A caballo del Barbenheimer se convirtió en un paquidermo del márketing cinematográfico y ahora que por fin se estrenó en salas de todo el mundo, Uruguay incluido, podemos integrarla al resto de su filmografía para ver qué lugar ocupa. De paso, repasar todas las veces que el cineasta inglés, muy resistido y alabado a la vez, se equivocó y también triunfó.
Rodada en blanco y negro, con un presupuesto bajísimo y una premisa relativamente sencilla para lo que luego Nolan acostumbraría a presentar en sus películas, Following aparece como un primer amague de las muchas obsesiones que luego plasmaría en otras películas. Un poco aburrida y visualmente no muy vistosa, es apenas una primera aproximación que, la verdad, pasa bastante desapercibida.
Es el gran fracaso comercial y crítico de Nolan. Se promocionó como la película que llegaba para salvar al cine después de la pandemia y lo único que hizo fue arruinar el vínculo entre el director y el estudio Warner, además de generar varios dolores de cabeza en espectadores que no entendieron absolutamente nada de una propuesta que iba de ¿viajes en el tiempo? No está muy claro. Eso sí: se nota el dinero invertido y Nolan sabe manejar la acción, así que tiene escenas trepidantes. Ninguna salva a Tenet de la intrascendencia y el ostracismo.
Un thriller sobrio y algo sórdido en Alaska, donde la mano del director no se nota demasiado y apela más al contrapeso entre sus figuras protagónicas: Al Pacino y Robin Williams. El segundo, como un asesino silencioso, taciturno y evasivo. Es la llegada de Nolan a las grandes producciones, o al menos a aquellas con un presupuesto considerable.
El final de la trilogía de Batman tiene momentos impresionantes —la pelea con el Bane de Tom Hardy en las cloacas—, el retorno de un Bruce Wayne veterano y alejado de la acción, y a Michael Caine dando lo mejor que cualquier otro Alfred dio en el cine. Pero es una película que no tiene claro su centro, que en ocasiones pierde el eje y concluye con un final deslucido, con demasiados frentes abiertos y una de las peores muertes que se vieron jamás en el cine moderno —Marion Cotillard tenía pocas ganas de actuar ese día—.
Nolan jugando a ser Kubrick —y fallando—. Nolan jugando a explorar los abismos insondables del tiempo, el espacio y los agujeros de gusano. ¿El resultado? Una película visualmente deslumbrante, el universo como jamás se vio en pantalla grande, pero que cae varias veces por su sentimentalismo barato y ciertas decisiones cuestionables en su tercer acto. El amor es la respuesta, ya lo sabemos, pero no necesariamente tiene que hacer revolear los ojos. Eso sí: agarró a Matthew McConaughey en pleno apogeo e introdujo al cine a Timothée Chalamet. Para bien o para mal.
Nolan agarró a Batman en su peor momento cinematográfico, el más camp y ridículo, y lo transformó en un héroe militarizado, terrenal, ultra serio y con fuerte asidero en algunos de los temores o dilemas del Estados Unidos post 9/11. Christian Bale se convirtió enseguida en el rostro predeterminado de Bruce Wayne y marcó una generación entera. Batman Inicia, la película que presentó al mundo esta nueva imagen, le dio una nueva iconografía al símbolo de Ciudad Gótica con una historia sólida sobre sus orígenes que renovó el universo de los superhéroes y convirtió al nombre de Christopher Nolan en uno a considerar.
La película que definió que a Nolan le gustaba romper la temporalidad más clásica y contar las historias a su manera. Una película atrapante y con un recurso que corre por la fina línea de su propio agotamiento, pero que sale airosa. Con el tiempo ha ganado cierto estatus de culto, fomentado sobre todo por su presencia frecuente en canales como I-Sat en los primeros años de los 2000, así como por la imagen del cuerpo tatuado de un Guy Pierce rubio teñido.
Frecuentemente olvidada y quizás oculta por ser la que se estrenó "ensandwicheada" entre las dos primeras de Batman, El gran truco es un thriller formidable que enfrenta a los magos interpretados por Christian Bale y Hugh Jackman en una de las historias más originales y certeras de la filmografía de Nolan. Con un cameo hasta de David Bowie como el inventor Nikola Tesla, el tiempo le ha dado el lugar que merece a esta obra, y gana espacios entre lo mejor de su director.
La que terminó de consolidad a Nolan como un director de películas "evento" es, también, una de sus obras más divisivas. Con un elenco de lujo encabezado por Leonardo Di Caprio, El origen fue un taquillazo, es emocionante, tiene algunas de las set pieces más espectaculares de la obra de Nolan y utiliza la estructura desordenada ya característica de su autor para indagar en el mundo de los sueños y darle forma a esta peculiar película de atracos. La banda sonora de Hans Zimmer, en especial el tema Time, pasaron a formar parte de la cultura popular, así como varias de las escenas y momentos, aunque hay que decirlo: mucho de lo que se ve acá también se ve en Paprika, una película animada del japonés Satoshi Kon. Que se estrenó cuatro años antes.
La obra más reciente de Nolan es, también, su película más densa, política y compleja de todas. Son tres horas en donde la historia del creador de la bomba atómica se relata con intensidad, destreza y, por supuesto, cierto dejo pretencioso inherente a su director. Es uno de los estrenos del año, y acá se puede leer su crítica.
¿Qué hubiese pasado si Heath Ledger no se transformaba en el Joker de El caballero de la noche? ¿Qué hubiese pasado si esta película no contaba con el mejor villano que el cine ha dado en el siglo XXI y, quizás, uno de los mejores de su historia? Nunca lo vamos a saber, pero sí sabemos que ese personaje existe, que se traga la segunda entrega del Batman de Nolan y transforma a esta película en un tratado sobre el caos, la moralidad y la fina línea que divide el bien, el mal y la locura. El caballero de la noche es una de las mejores películas de superhéroes de todos los tiempos y no solo por Ledger: Nolan explota al máximo la dualidad de su justiciero encapuchado, la presión de Ciudad Gótica y la construcción del mito del héroe, y logra una de sus obras maestras.
En algún momento, a todos los directores les llega la hora de filmar su propia película bélica. Suele ser la obra en la que prueban su capacidad para jugar con los grandes escenarios, los hechos históricos, los presupuestos gigantescos destinados a replicar los peores enfrentamientos de la humanidad. En este caso, Nolan decidió apartarse del choque y la acción más tradicional del género para relatar, con su mirada, la operación Dynamo de 1940, que implicó el rescate en barcos civiles y militares de más de 300 mil soldados británicos en las costas francesas de Dunkerque, donde estaban acorralados por los nazis durante los primeros compases de la segunda guerra mundial.
Tremendamente épica, con un relato que superpone los hechos en tierra, mar y aire durante una semana, un día y una hora, Dunkerque mantiene al espectador atornillado al asiento durante sus 106 intensísimos minutos y funciona como un reloj bien calibrado. Ataques en la playa, rescates en el mar, enfrentamientos aéreos y uno de los montajes finales más poderosos de los últimos tiempos —ese donde los soldados, ya en tierra segura, leen el icónico discurso de Churchill Lucharemos en las playas— marcan el cierre de la mejor película del inglés que, ahora, volvió a los cines.
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