Opinión > OPINIÓN

De Besugos

Lo lindo de hacer un viaje en auto por España era ir notando, con los kilómetros, los cambios en el menú
Tiempo de lectura: -'
05 de septiembre de 2019 a las 05:03

Antes de la globalización, no todo se comía en todas partes. Sólo había baguettes en las panaderías de Francia. Asado de tira, ni en Francia ni en Nueva York: en lo de Albertito Chiodi, en Montevideo.

Lo lindo de hacer un viaje en auto por España era ir notando, con los kilómetros, los cambios en el menú. Todos los que recorrimos la Meseta Castellana en aquel Renault 4L desvencijado, a la luz de una luna clara, al regresar de ver la final Real Madrid-Peñarol, en diciembre de 1966, recordaremos por siempre el cordero asado que nos sirvieron en el parador de Aranda de Duero; porque en ese momento previo a los tutorials de YouTube, un cordero así sólo podía comerse allí, o cerca de allí. O en Madrid, porque Madrid, a pesar del cariño que le tengo a Ramón Gómez de la Serna, ya en los años 60 había dejado de ser una ciudad provinciana, y albergaba cocinas de todas las regiones de España.

Para el caso que me ocupa, estaban allí algunos de los mejores restaurantes de comida vasca. En la calle Jorge Juan, por ejemplo, estaba Alkalde (que creo cerró el año pasado), y en Lagasca estaba La Trainera.

Por eso cuando, con mi amigo Marcos D. pasamos por Madrid en septiembre de 1997, en misión profesional, como antiguo habitante de la Villa y Corte me sentí en la obligación de llevarlo a conocer alguno de aquellos felices lugares. Hacía todavía bastante calor y quizás habríamos debido limitarnos a un ligero gazpacho, pero nos tentamos con La Trainera.

Una vez allí, tomamos una serie de decisiones encadenadas -y equivocadas. Creo que, mientras esperábamos el plato principal, a Marcos le pareció bien probar la sopa de pescado, y a mí, los chipirones en su tinta. A continuación, ambos dimos cuenta de nuestros respectivos besugos. Y ahí debió cesar nuestra osadía. Pero la alegría de estar en Madrid era como el Sueño de una noche de verano, donde no estaban claros los límites entre la realidad y la fantasía. Quizás a esas alturas habíamos perdido ya el sentido común, y decidimos concluir tan gallarda jornada en California 47, una confitería de la calle Goya donde era fama se servían los mejores panqueques americanos con crema -que allí se llaman tortitas con nata.

Es verdad que -según nos confesamos mutuamente después- tuvimos alguna dificultad en caminar las pocas cuadras de distancia entre La Trainera y California 47. La cálida brisa del atardecer había dado lugar a una agobiante quietud, y nuestros imperdonables trajes de banqueros de inversión de los 90 se habían convertido en una trampa que, a un tiempo, nos definía y nos torturaba. Al fin llegamos y, movidos por el alivio del aire acondicionado, nos animamos a las tortitas. Era ya imposible disfrazar la intemperancia de ningún tipo de atavío cultural.

En fin, el creciente malestar durante el regreso al hotel fue el adecuado anuncio de una noche en la que, como suele decirse, en el pecado estuvo la penitencia. Es muy feo sentirse mal lejos de casa.

Durante algunos años, mi amigo Marcos se divertía recordándome el episodio con un mail conmemorativo. En el Asunto, ponía: Aniversario del besugo. Y no había otro texto. Piadosamente omitía referirse a las tortitas.

Durante los 22 años que han pasado desde entonces, nos hemos reunido muchas veces y creo que la mayoría de ellas, los mensajes para la convocatoria han sido del tipo: “A ver cuándo nos juntamos a comer un besugo”. Pero nunca más lo hemos hecho. Quizás preferimos dejar el episodio en el terreno de lo mítico, como algo que hasta es posible que no haya sucedido nunca (aunque haya sido cantado por los poetas).

Por lo demás, la última vez que lo vi, Marcos estaba más flaco. Nada permite suponer que se haya dado a excesos de ningún tipo. Va caminando al trabajo todas las mañanas, y sospecho que emplea ese tiempo para rezar. Sigue siendo banquero, pero ha cultivado con la misma intensidad su vocación de cantante lírico.

Uno se queja siempre del paso del tiempo y no soporta envejecer, pero en su caso, como bajo profundo, los años (y el estudio) le han regalado llegar a “esas notas que, aunque están escritas, son tan graves que nadie las puede cantar”. Bueno, Marcos sí puede. Y es posible que eso sea una metáfora de las muchas cosas buenas que vienen con los años -y que no solemos ver.

(Pero no creo que eso se deba, ni siquiera parcialmente, a aquella noche madrileña de besugo y tortitas).

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...