Discopático es, sin lugar a dudas, un disco de La Vela Puerca. No solo porque su inicio con la voz inconfundible y desnuda de Sebastián Teysera saliendo por los parlantes lo delata, sino también porque a lo largo de sus doce canciones se combina su sonido más festivo, guitarrero, con unos vientos imponentes que cada tanto asoman para disparar potencia y aportar melodías coreables, y matizado por bases rítmicas luminosas, casi discotequeras y siempre bailables —salvo contadas excepciones como En tu suelo, en la línea de los temas acústicos de la carrera del grupo—. Esto proporciona un claro contraste con las letras más sombrías y críticas con algunos aspectos de la sociedad actual, desde la búsqueda de celebridad virtual, el peso de la imagen de cara al resto del mundo y el consumismo exacerbado. Un disco contundente que no va a decepcionar al público de la banda, que además cuenta con participaciones memorables como la de Andrea Echeverri de Aterciopelados en Tormenta.
El rapero hispano-uruguayo se fue posicionando a lo largo de los últimos años como una de las principales voces de una nueva generación del género a nivel local, y generó además colaboraciones con nombres ya establecidos, como La Vela Puerca o Juan Campodónico. Tras un gran debut discográfico con Aguafiestas, este segundo paso navega por nuevos mares sonoros, incluso algo alejados del hip hop. Bases electrónicas, folk, cumbieras o rockeras son las plataformas sobre las que Arquero lanza sus rimas, más melódicas que antes, pero en las que se mantienen los rasgos de identidad de este artista. El mundo aparte se va volando, y se disfruta de principio a fin.
Después de un disco como Salvavidas de hielo, una apuesta al minimalismo en el que todos los sonidos estaban producidos por guitarras y voces, el cantautor uruguayo cruzó al otro extremo del espectro y se despachó con una auténtica superproducción, que abreva de distintos géneros, apela a una paleta musical mucho más amplia y ostenta una potencia sonora monumental para un conjunto de canciones que hablan del amor en distintas facetas, desde el romántico hasta el amor al arte. Un disco alegre y celebratorio nacido, según el artista, del duelo colectivo que provocó la pandemia de covid-19, que incluye canciones como el hit Tocarte, en el que acompañado por el rapero español C. Tangana se combinan en solo tres minutos funk carioca, candombe, música electrónica, hip hop y pop. Como es habitual ya en la obra de Drexler, los juegos musicales, letrísticos y métricos se combinan con las reflexiones en un disco entrañable, disfrutable y cálido, algo a que agarrarse en estos tiempos inciertos.
Si con su disco anterior, El mal querer, la cantante española había sacudido al mundo de la música pop, con su sucesor lo hace de nuevo. Motomami es un disco engañosamente simple, que va develando detalles y genialidades con cada nueva escucha, y que necesita al menos un par de pasadas para ser comprendido cabalmente. Cargado de neologismos y con un mundo propio construido a lo largo de sus 42 minutos, en la ruta de Rosalía se atraviesan reguetones, jazz, la cultura pop japonesa y coreana, el flamenco —quizás la principal herramienta con la que llamó la atención, esa combinación de los sonidos de raíz de su tierra con la música actual internacional, una búsqueda que para los músicos uruguayos dejó de ser nueva hace 50 años pero que nunca tuvo el alcance internacional de esta artista—, y hasta la bachata. Un disco en el que prácticamente cada canción tiene potencial de hit y la que no es igualmente memorable, que es tanto un fenómeno viral como una joya musical. Un disco amplio, tan pop como personal, y tan familiar como innovador.
El flamante lanzamiento de la banda liderada por la británica Florence Welch tiene esa cualidad titánica y épica de sus discos anteriores, con canciones como Dream Girl Evil que tienen alma de himno, en un trabajo atravesado por la feminidad, el terror inducido por la pandemia, y el vínculo de la artista con su figura pública y con lo que proyecta encima del escenario. “No soy una madre, no soy una novia, soy un rey”, lanza Welch en la canción que abre este disco, King, que tiene repartidos a lo largo de sus 14 temas distintos puntos altos, como la emotiva Morning Elvis, o la poderosa Heaven is here. Son 47 minutos en los que la vida y la muerte, la alegría y la tristeza, el dolor y la festividad elaboran una hermosa danza.
Una de las bandas pioneras y más veteranas del hip hop uruguayo vuelve al ruedo con su primer disco en seis años y no decepciona. Con toneladas de groove y de swing en la mochila, la banda se despacha con un álbum que hace prácticamente imposible quedarse quieto, que navega por distintas influencias, ritmos y exploraciones, demostrando una versatilidad digna de aplausos, con una presencia más tangible y pesada de los instrumentos por encima de los samples y los beats programados, que de todas formas siguen estando ahí ya que son parte del ADN sonoro de la agrupación tejana. Una bomba de diversión en la que también hay que prestar atención a los textos: las letras “sociales” comparten espacio cómodamente con otras más personales, como Diapositivas, redondeando un trabajo sólido ideal para escuchar y recargar energías.
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